Por: Rebeca Avila

1943: el Indio Fernández, Figueroa, del Río, Armendáriz y el gran año del cine mexicano

Varios han sido los momentos clave de la cinematografía nacional, desde la llegada del cinematógrafo al país y la primera cinta nacional Riña de hombres en el Zócalo, de 1897, a partir de la cual vino una oleada de cintas silentes importantísimas realizadas ya entrado el siglo XX, que daban muestra de que México, como el primer mundo, estaba a la vanguardia, al menos en artes, con títulos como Tepeyac (1917), La banda del automóvil gris (1919), El tren fantasma (1926) y El puño de hierro (1927), entre otros.

Más tarde, en 1932 llegó otro hito, el estreno de Santa, la primera película sonora en México con menudo drama: una prostituta y un ciego se enamoran. Más de una década después llegó el que muchos especialistas llaman el gran año del cine mexicano, por varias razones. La principal, que ese año se habían filmado más películas que nunca en México, 70 ni más ni menos, muy por encima de otras potencias cinematográficas hispanohablantes, como España y Argentina, ambas enredadas en los acontecimientos de la guerra al otro lado del Atlántico. Pero en México, el 43 era un gran año no sólo por el volumen de cintas realizadas que por fin lo convertían en una verdadera industria fílmica, sino porque fue el año en que nació un nuevo cine mexicano que marcaría la pauta para la manufactura de cintas durante las siguientes dos décadas. Uno de esos hacedores de este cine revelación fue Emilio el Indio Fernández, quién junto con el fotógrafo Gabriel Figueroa, el escritor Mauricio Magdaleno, una rescatada de las garras de Hollywood Dolores del Río y un naciente ídolo Pedro Armendáriz, forjó uno de los grupos más referenciales del séptimo arte en México.

Hijo de la Revolución mexicana, Emilio Fernández supo en carne propia lo que fue estar en medio del conflicto armado, durante el cual fue encarcelado y, al lograr escapar, se refugió en Estados Unidos, lugar donde trabajó y aprendió entre muchos oficios, los pininos del cine. Dolores del Río, que durante los años 30 ya era toda una estrella exótica en Hollywood, coincidió por primera vez con el Indio Fernández en la producción gringa Flying down to Rio (1933), donde ella interpretaba a una aristócrata brasileña y él apenas era un bailarín extra.

Varios años aprendiendo el arte del cine en Estados Unidos y hasta, supuestamente, modelo que posó para la figura de los premios Óscar, Emilio Fernández regresó a México para marcar pauta con sus historias, historias que llegaron la pantalla grande no sólo con grandes estrellas del cine mexicano, sino que no hubieran sido posibles sin los guiones que realizó Magdaleno, las impecables y novedosas fotografías de Figueroa, que retrataron un México que los estudios de filmación y los refinados hombres de cine parecían estar olvidando muy a pesar de cintas como Allá en el rancho grande (1938) qué inauguró la comedia ranchera. Esas historias que llegaban eran sí, las del México rural, pero no donde cantaban y se enamoraban y bailan y había risas y diversión; este México rural era donde la Revolución había abatido por la causa y donde las clases sociales se contrapuntaban, en las que amos y sirvientes nunca serían iguales, donde los indígenas y pobres eran llamados indios, como Emilio Fernández, donde no había lugar para vivir un romance edulcorado y el felices para siempre no existía, donde la tragedia de sus personajes era como en la vida misma, amarga y sin esperanzas.

En este Top Cine hablamos de esas películas que fueron parteaguas y posicionaron a México como máquina cinematográfica de alta calidad en la que los charros y las indias tenían sus historias para contar. Aquí reunimos tres cintas dirigidas por Emilio el Indio Fernández que tuvieron en sus filas delanteras a íconos que forjaron el llamado cine de oro mexicano: Figueroa, Magdaleno, del Río y Armendáriz, y que fueron pioneras en exaltar ese otro México no aburguesado que aún bebía de la Revolución.


Flor silvestre (1943)



Basado en la novela Sucedió ayer de Fernando Robles, Flor silvestre es la cinta inaugural de este cine de tintes socialistas que daba voz a los oprimidos. La flor silvestre es Dolores del Río (primera película que filmó en México), una muchacha pobre llamada Esperanza que lo más que llegará a ser es la maestra del pueblo donde vive. José Luis es hijo del hombre más rico del pueblo. Ambos se conocen desde niños y ahora que el amor los llama se han casado a escondidas, escandalizando a ambas familias. El rechazo de la ultraconservadora familia que apela a que cada uno debe tener su lugar en la sociedad acorde a su estirpe, sólo es el punto de partida de una serie de infortunios, pues además resulta que José Luis es partidario de la causa revolucionaria para derrocar a Porfirio Díaz, y esa es la estocada final para que su padre lo destierre. Aunque el feliz matrimonio alcanza unos breves momentos de felicidad con el nacimiento de su primer hijo, resulta que la guerra trae consigo, como siempre, fatalidad, y a consecuencia de la venganza, José Luis terminará dando su vida para salvar a su mujer e hijo. Es precisamente su muerte la que ejemplifica cómo el pujante México de aquellos años 40, se levantaba sobre y gracias al sacrificio de hombres de la Revolución.


María Candelaria (1944)

En palabras de Emilio García Riera, fue María Candelaria la que “podía acreditar como estética y fotogénica la tragedia rural mexicana”, tanto que le dio al país unos de sus primeros premios internacionales de renombre: Cannes (fotografía y el Gran Prix) y Locarno (fotografía). La película que dio a Emilio Fernández fama mundial y “convirtió su nombre en un sinónimo del cine mexicano de prestigio”, no era considerada perfecta - como sí lo eran esas postales xochimilcas que Figueroa capturó, junto con una de las mejores actuaciones de Dolores del Río, delicada y emotiva-, por ejemplo, por algunos anacronismos; además, los críticos consideraban que una excesiva exaltación de lo indígena fue lo que resultó exótico para el extranjero y sus preseas otorgadas. Sin embargo, la historia, situada en el Xochimilco de 1909, de los indígenas María Candelaria y Lorenzo Rafel, que desean casarse a pesar de que todo está en su contra -la gente del pueblo desprecia a la protagonista por ser hija de una prostituta y la pareja debe enfrentar la avaricia del tendero don Damián, a quien María ha rechazado- quería mostrar que las calamidades que abaten a la joven y su enamorado eran culpa de los males sociales, políticos y económicos que desfavorecían a un segregado sector de la población del país. Al final, los infortunios que caen sobre la pobre María Candelaria parecen ser más bien una cosa de mala suerte y el cruel destino provocado por la ignorancia.




Las abandonadas (1945)



¿Quiénes son las abandonadas? No son las que Pedro Infante deja para casarse, en sueños, con Marga López en Los tres García. Aquí, las abandonadas son esas mujeres de las que los hombres sin escrúpulos se aprovechaban y engañaban para dejarlas encintas a su suerte y que luego la sociedad no hacía más que despreciar y mal ver porque eran madres solteras, desterradas de sus hogares por faltar a la decencia. Esas mujeres que se enfrentaron al hambre y la penuria no sólo suya sino de sus hijos, y que encontraron como último recurso el de la prostitución para salir a flote o las que para defenderse cometen asesinato, esas son las abandonadas por la sociedad y la justicia. Una de ellas es Margarita, a quien no paran de sucederle desgracia tras desgracia: es engañada por un hombre que creyó su esposo y del cual quedó embarazada; luego de ser expulsada de su casa, ha trabajado en un burdel para mantener a su hijo; cuando parece ser rescatada por un hombre que le dará lo que necesita, este resulta no sólo ser posesivo con ella sino un maleante miembro nada menos que de la banda del automóvil gris que tanto terror causó a la elite de principios de siglo; debido a ello, cuando es capturado ella es acusada de ser su cómplice y sentenciada a ocho años de cárcel, por lo que debe dejar a su hijo en un orfanato; cuando logra salir, siendo una expresidiaria no es capaz de arrebatar a su hijo la oportunidad de un futuro brillante, así que vuelve a abandonarlo y ella regresa a la miseria de la calle. La cinta, la primera del Indio en desarrollarse en el ambiente urbano y dotado de esplendores visuales, tuvo un estreno aplazado debido a la censura del momento por su temática, pero resultó un éxito en taquilla que el mismísimo Efraín Huerta calificó como “una joya del neorrealismo nacional”.