Por: Arody Rangel

Engels feminista, o de cómo la revolución presupone la emancipación de la mujer

“Una de las ideas más absurdas que nos ha transmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en el origen de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre”.

El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Friedrich Engels


Cosas que hemos dado por hecho: el orden social y político, que la célula mínima de este orden es la familia y que ésta se forma por un padre, una madre y los hijos; también que el hombre y la mujer que forman familia lo hacen por amor y en entera libertad; y ni qué decir de los roles, él es el jefe de esa sociedad en pequeño, su protector y el encargado de procurar todas las necesidades, a cambio, ella se dedica a los quehaceres domésticos y al cuidado de los hijos, quienes mientras son menores de edad, deben respetar la voz de mando y al crecer, decidir su camino vital, el cual se reduce a una ficción de realización que las más de las veces se constriñe a formar una familia también.

He dicho que lo damos por hecho, aunque sé también que hay personas para las que la vida no ha sido así: crecer en una familia tradicional o tener una en absoluto, o bien, que estén de algún modo escindidas de los paradigmas sociales que acabamos de enumerar. A este respecto, podríamos señalar aún que una virtud de nuestros tiempos es que existe una apertura a reconocer que formamos familia al margen e incluso contra el modelo tradicional. Sin ahondar mucho más sobre la cuestión de cómo están siendo estas cosas en nuestros días, convengamos en que, a favor o en contra, lo que tenemos en la mira es a la familia tradicional, cosa sagrada e irremplazable de un lado, cosa mundana e impuesta del otro.

Al final todo el asunto es cosa de familia y todo parece indicar que también al principio de los tiempos, al menos de los tiempos del animal que somos. Como señala Engels en esa cita que está al inicio, por mucho tiempo se asumió que la familia había sido siempre en su estructura como la tradicional, pero en distinta época, pensemos por ejemplo en Los Picapiedra, ahí está la premisa: desde la Edad de piedra nos organizamos en familias conformadas por padre, madre e hijos. Pero luego de que en el siglo XIX caímos en la cuenta de que el humano, al igual que el resto de las especies en el mundo, es resultado de la evolución, pudimos entonces asumir también que hubo una vez un ser humano primitivo y que quizás su manera de vivir y organizarse distara bastante del modo como se hace en la moderna sociedad, por ejemplo, que la familia haya existido siempre y en la forma en que hoy es.

Ese siglo XIX fue también un siglo de expediciones en los continentes de América, África y Oceanía que, a la par de los ánimos rapaces del Imperialismo, tuvieron en su revés a científicos interesados en conocer esas otras formas de vida humana llamadas salvajes que se conservaban más o menos intactas, pero no a salvo de lo que podríamos llamar un colonialismo intelectual. Sea como fuere, hubo entre aquellos investigadores algunos que se preguntaron si acaso esas otras formas de vida no tendrían algo que decirnos sobre la humanidad en sus albores y cómo pasó en algunos casos, de ese estadio salvaje al civilizado. Mirar con esta pregunta a aquellos grupos humanos fue clave y se descubrió que sí, que en el principio fue la familia, pero en nada parecida a la que tenemos por natural y tradicional.

A dos de estos sujetos los leyó y estudió uno que, junto a Marx (o a su sombra) es considerado uno de los grandes teóricos del comunismo: Friedrich Engels. Se trata de Bachofen y Morgan, dos antropólogos que descubrieron y postularon que la organización en grupos del hombre primitivo obedeció a un matriarcado en el que las mujeres tenían preponderancia por el simple hecho de poder asumir una hija o hijo como propio, en medio de prácticas sexuales dominadas por la poliandria y en las que no existía derecho de propiedad de nadie sobre nadie. Bajo estas circunstancias, las familias estaban organizadas por descendencia matrilineal y constituían las más de las veces el todo social. Son los tiempos en que no hay modo de apelar a “lo mío y lo tuyo”, al contrario, las tareas se reparten colectivamente tanto como los bienes. La religiosidad y la moral giran en torno a la feminidad: su sabiduría para guiar y su poder sobrenatural de dar vida y hacer posible la existencia de todas y todos.

Estos teóricos, al igual que nuestro Engels, reconocen entre el salvajismo y la civilización un estadio intermedio llamado barbarie y es precisamente ahí donde hay que buscar el desplazamiento de ese orden matriarcal, su aniquilamiento y borramiento de la memoria de nuestra especie. Esa barbarie es el paso de las cuevas a las aldeas; del uso rudimentario de piedras, huesos y troncos, al dominio del fuego y la edad de los metales; el paso del nomadismo, la caza y la recolección, al asentamiento fijo, la agricultura y la ganadería. Por supuesto, tanto el salvajismo como la barbarie forman parte de la prehistoria que, en comparación con la historia, es un trecho un tanto más largo: la odisea humana o su caída, eso está por verse.

En ese tránsito hacia lo que hoy denominamos civilización cimentó la estirpe humana su mundo propio, la cultura. Uno de los aportes más importantes del marxismo fue plantear que la cultura humana no es una obra de orden intelectual sino el resultado propio del modo cómo las personas producen los medios de su subsistencia y que es a partir de éste que se establecen los roles sociales. Así, por ejemplo, en la actualidad, el modelo económico capitalista implica una división social de clases: los que poseen el capital y el poder político junto con los medios de producción, por un lado, y los que están subordinados a ese capital y esa política, los mismos que trabajan para que este orden de mundo sea posible. Si a Engels le interesa estudiar ese tránsito es precisamente porque ahí fue que se inventó la propiedad privada, el establecimiento de “lo mío y lo tuyo” que está en la base de la división de clases.

Hay que partir de lo siguiente: hubo una vez que los seres humanos se organizaron en matriarcado, en que la familia no era monógama y sus miembros se sabían parientes por ser hijos de la misma madre, hermanos en virtud de ser hijos de hermanas, la ascendencia y descendencia se conocía matrilinealmente porque esa era la única procedencia que podía establecerse en medio de intercambios sexuales polígamos. En esa época del mundo nadie era de nadie y todo era de todos: matriarcado y comunismo, ni más ni menos. Ya se puede ver que en el momento en que alguien dijo “este o esto me pertenece” todo se desplomó.

Engels le pone el mote de gran revolución a este hecho y parece que ocurrió más o menos así: en un punto dado de su desarrollo, las comunidades que empezaron a sofisticar sus herramientas y a dividir tareas comenzaron a producir más de lo que consumían, este excedente obtuvo valor en la medida en que podía hacerse algo con eso: acapararlo o intercambiarlo. Lo que resultó de esto fue la necesidad de establecer de quién era el excedente y lo más justo es que fuera de quien lo había producido. Ese alguien, era muy seguramente hombre, pues parece que la división de tareas en la barbarie respondía al género y eran los hombres quienes se dedicaban a actividades como la caza, la agricultura y posteriormente la ganadería; los excedentes de estas actividades eran resultado de su trabajo y por tanto le correspondían. Nació entonces la propiedad privada y cuando ésta pasó de ser eso de más a tierras o cabezas de ganado, los hombres propietarios, que no inmortales, se vieron obligados a heredar a alguien que a su vez pudieran llamar “suyo”.

Y entonces ocurrió lo otro: se instituyó la monogamia en favor del hombre para tomar en posesión a una mujer y que esa mujer suya tuviera a sus hijos. Con la propiedad privada nació la familia del padre, el patriarcado, la división de clases: los que poseen y los desposeídos, así como la explotación de una clase por la otra. Este orden de mundo, hay que recalcarlo, fue posible porque en primera instancia se destituyó a las mujeres de su antiguo régimen, se les convirtió en esclavas sexuales y se les impuso la más severa obediencia al nuevo jefe. Leamos a Engels para insistir en esto:


“El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida”.


El resto es la historia tal y como la conocemos. Y en uno de sus episodios más recientes, ese que tuvo a Engels y a Marx como protagonistas de esa revolución del pensamiento que es el comunismo, estos hombres plantearon que el sistema capitalista debe ser derrocado por la clase trabajadora para su beneficio, esto supone eliminar la división social de clases y la propiedad privada que es su fundamento, e instaurar otro orden que efectivamente y no sólo de dicho beneficie a todos. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels añade lo siguiente: la revolución implica asimismo eliminar la familia tradicional que es la otra forma de propiedad privada, y esto supone asimismo la liberación de las mujeres de un régimen monógamo que sólo ha beneficiado al sexo masculino. Así pues, la revolución del comunismo es también feminista y si no, no será.