Escritora, madre, hija, sobrina, chilena, refugiada… los adjetivos al aire sobran cuando de Isabel Allende se trata, un nombre casi tan reconocido, como los títulos de sus obras mismas.
La escritora viva más leída de lengua hispana invita obligadamente a los lectores a conocer el país en donde no nació, pero sí creció; un país marcado por las catástrofes geológicas y políticas no tan ajenas a los mexicanos, pero dibujado con mayor precisión gracias a estas infalibles letras, mismas que desde sus inicios han sido por y para las mujeres; modelos reales, figuras llenas de sentimientos, fuerza y valentía; mujeres como las que llenan las calles de este mundo. Si bien, en Mi país inventado (2003), la autora tuvo la oportunidad de hacer un recorrido puramente nostálgico por aquellas tierras que comparte con Neruda, pasando por aquella casa grande y vieja en la calle Cueto que por años fue el hogar de su madre y que inspiró el corazón hogareño en su ópera prima, Allende nunca pierde la oportunidad de dejar sus recuerdos plasmados en las páginas, y de alguna manera, dirigir sus palabras a los inmigrantes, procurando la coherencia en un mundo lleno de contradicciones.
Para ellas y ellos, para ellas nuevamente, y para quienes gustan de las letras amables, sin dejar de ser crudas, en este Librero recordamos a los espíritus que acompañan a Isabel Allende y a quienes les debemos grandes historias alimentadas por el recuerdo.
Un título que, por nombre, invita al morbo de la vida después de la muerte. Aquí nace su ópera prima, una alegoría al pasado, presente y futuro; cuatro generaciones de místicas mujeres que se mecen en las fortunas y desventuras del corazón, de la vida, de la lucha. Una oda a la historia de la propia escritora, personajes que oscilan entre la realidad y la fantasía, y que constantemente guiñan un ojo al pasado.
Así como en Mujeres del alma mía (2020) pero inicialmente menos declarado, La casa de los espíritus se vuelve una oda a la feminidad, la primera de muchas obras de la autora que busca cultivar la energía femenina en aquellos que no la entienden, pero cayendo en la premisa más difícil de contar y más hiriente de aceptar, y que la propia escritora utilizó en su discurso durante el Encuentro literario en el Antiguo Colegio de San Ildefonso:
Las chicas modernas se rebelan, por supuesto, pero apenas se enamoran repiten el esquema de sus madres y abuelas, confundiendo amor con servicio.
Esta rebeldía nace con cada una de las Trueba en esta historia y perece con cada nuevo amor de las Trueba sin diferenciar la época. Así, el realismo mágico se acompaña de personajes entrañables y llenos de erráticas decisiones que llevan a cada individuo a ser interrumpido por la fantasía que entra tan puntual, tan atinada, tan incisiva, que si no resultara tan extraordinaria, sería difícil distinguirla de la realidad.
¿Dónde andas, Paula? ¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Serás la misma mujer o deberemos aprender a conocernos como dos extrañas? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía?
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[…] Si tú resistes Paula, yo también.
Una obra que no debió ser, que debió quedarse en el linaje de aquellas mujeres enigmáticas como un recuerdo agridulce en donde la vida vencía la genética, o simplemente, palabras que nunca debieron dibujarse en el papel. Una obra dedicada con amor y fe materna a una hija, donde la maternidad toma probablemente el último de los temas centrales y la memoria pondera en cada página; desde una silla junto a la cama de un hospital, Isabel Allende le dedica a su hija sus memorias de vida, sin saber que la porfiria volvería de ese diario, un homenaje póstumo a su querida Paula.
Mientras la escritora promocionaba El plan infinito (1991) en las mismas aguas mediterráneas en las que se encontraba su hija, su representante debía darle la noticia de que esta se encontraba grave. Aquí inicia el relicario de un largo árbol genealógico que comienza con migrantes convertidos en aristócratas terratenientes que finalmente lo llegan a perder todo, con misteriosas historias de amor que resultan en abandono y donde la familia se vuelve la trama central que se ve desdibujada, y a la vez definida una y otra vez, por la situación política de un Chile magullado por el dantístico Pinochet y su dictadura a fuerza de abusos y despojo.
Un homenaje a la vida, a la memoria, a la tierra en la que uno nace y a la que no siempre regresa a morir. Paula se transforma en el símbolo que conduce, Chile es el elemento que encauza, y la vida se mantiene como juez y verdugo.
Inés Suárez, brillante y valiente nos traslada al siglo XVI; con la Conquista asomándose de manera amenazante y con un marido que la abandona, la protagonista de esta historia decide dejar su natal España y emprender un viaje a la promesa del Nuevo Mundo. La realidad es pura, los personajes son reales y la imaginación hace un ejercicio mínimo.
Personajes históricos que participan, padecen o entorpecen la fundación de lo que hoy se conoce como Chile, se dejan conducir por Inés de Suárez (el nombre del personaje real), quien rechaza su destino prescrito, parte a las Américas y se encuentra con Pedro de Valdivia, el amor pasional que la acompaña en su defensa por la nueva tierra de Chile. Así, Isabel, como Gabriela Mistral y Pablo Neruda, defiende desde el lugar que conoce la lucha por el pueblo, la obsesión por la justicia y la igualdad, y dedica sus obras a todo aquello que la conforma, visitando nuevos mundos, nuevos personajes y una que otra bestia, pero todo, alimentado siempre por el mismo sabor del recuerdo y la nostalgia.
Así que, bien lo dijo Mistral, lo que el alma hace por su cuerpo, es lo que el artista hace por su pueblo…