En la literatura caben tantos horrores y terrores del ser humano como dioses se ha inventado él mismo. Hemos escrito sobre todo aquello que no entendemos y que resulta alucinante en el peor sentido, ficcionando y echando en un saco todo lo suprasensible. Vampiros, brujas, fantasmas, demonios y otros seres malditos nos han volado la cabeza por siglos, pero hubo durante el siglo XIX otra clase de horror; en pleno desarrollo tecnológico por la segunda revolución industrial y haciendo contraste con todas las cuestiones ocultistas y místicas, en un mundo donde los avances de la ciencia y las miras hacia el futuro eran la orden del día, existieron varios autores que se decantaron por escribir historias en las que el conocimiento nos revelaba y llevaba por los caminos más oscuros. Ahí tenemos a la madre de la ciencia ficción, Mary Shelley con su Frankenstein o el moderno Prometeo, pero no es a estos monstruos a los que se referirían posteriormente, sino a aquellos que están fuera de nuestro control, creación y concepción, un horror de otros mundos. Horror de aquellos que acechan desde los confines del universo, en una inmensidad llena de penumbra que esconde más incógnitas que certezas.
Esas criaturas que no son de la Tierra, las que son extranjeras provenientes de otros planetas y estrellas, los alienígenas, son las que nos atañen en esta ocasión. La creencia en la existencia de vida fuera de nuestro planeta, que lo mismo causa terror que fascinación, no es para nada una moda de la televisión sensacionalista de hace unas décadas, ni mucho menos del internet y sus redes sociales en la actualidad, ni siquiera incluso del periodismo que desde hace más de un siglo ya sacaba primeras planas con avistamientos alienígenas que los llamaba platívolos o platillos voladores, mismos que inspiraron a toda una oleada de investigadores de estos fenómenos que, tomándose muy en serio su trabajo, realizaron interesantes postulados que nos trajeron la ufología, ciencia para ellos, narrativa fantástica para los escépticos.
Estos seres que últimamente nos visitan, al menos en el imaginario colectivo es un hecho, son el motivo de este Librero, donde te proponemos cinco genialidades literarias sobre visitantes de otros mundos. ¿Vendrán en paz?, ¿desde dónde o cuándo vienen?, ¿habitan ya entre nosotros?, ¿los reconoceríamos?, ¿qué querrán de nuestra especie?, ¿cómo es que lucen?
Ilustración por Warwick Goble para la primera edición de The war of the worlds
La noche de Halloween de 1938, la estación de radio de la CBS transmitía una noticia de último momento: “Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de música para llevarles un boletín de la Agencia de Noticias Intercontinental. A las 8:20, hora del centro, el profesor Farrell del Observatorio de Mont Jennings de Chicago, Illinois, dijo haber observado varias explosiones de gas incandescente ocurridas a intervalos regulares en la superficie del planeta Marte”. Esas líneas y los 40 minutos que prosiguieron dieron como resultado la mítica emisión de radio que desencadenó el pánico colectivo de cientos de radioescuchas. La narración, realizada por un joven Orson Welles que mostró la fina línea que los medios de comunicación crean entre realidad y ficción -una autentica fake news-, no era otra cosa que la adaptación de la novela de H.G. Wells, La guerra de los mundos escrita en 1898. En ella se narra una descriptiva invasión marciana a la Tierra, en la que estos seres extraterrestres, que vienen huyendo del planeta rojo, desean aniquilarnos para convertir a nuestro planeta en su nuevo hogar, con sus tentáculos gigantes que arrastran todo a su paso hacia sus bocas y que tienen poderosos rayos láser que nos freirían en segundos. Lo curioso de Wells es que por más fantásticas que fueran sus historias de ciencia ficción siempre tuvieron un sentido crítico hacia la sociedad victoriana de su época y su sanguinario colonialismo imperial.
Cthulhu ilustrado por Lovecraft
Los extraterrestres no siempre han sido pensados como seres que vienen en una nave y nos observan o quieren conquistar nuestro planeta. A inicios del siglo XX un hombre nos contó cosas más allá de nuestro entendimiento: H.P. Lovecraft, el padre del horror cósmico, formó toda una mitología alrededor de sus peores pesadillas, donde seres interestelares, de tamaño tan colosal como los cuerpos celestes que habitan el universo, acechaban en las profundidades de nuestro planeta. Con La llamada de Cthulhu, Lovecraft nos presentaba a una entidad cósmica que se encuentra en un largo letargo habitando las profundidades del Océano Pacífico. Este ser -llamado también dios primigenio- es, al igual que otros como él, no sólo una criatura del espacio, sino una divinidad desde hace millones de años. La llamada de Cthulhu nos introduce en los secretos del universo mezclando la magia con la ciencia y deja en ridículo toda figura antropocentrista y donde el ser humano, en su ignorancia frente al abismo del universo, se rendirá, mediante la pérdida de la cordura, ante estas presencias sobrenaturales que han reinado antes y que volverán a reinar algún día.
Contact, primera edición
La ciencia ficción que se escribe acerca de alienígenas no siempre tiene escenarios desoladores. Si acaso, la única tragedia que sucede en esta novela es la ignorancia condenatoria de los seres humanos llevada por la arrogancia y negativa a dejar de ser el centro del universo. Carl Sagan, quizá el astrofísico más famoso de la historia contemporánea, nos entrega en esta novela de ciencia ficción un trabajo enorme de divulgación científica. Con sus pequeñas fallas -pensemos que este libro se publicó en 1985 y que desde entonces las teorías físicas han avanzado, muchas de ellas impulsadas por el propio Sagan y su novela-, la historia dotada de rigor científico que se nos presenta va de una científica, Ellie Arroway, que dedica años de su vida a un proyecto SETI, acrónimo en inglés para referirse a la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Aunque pocos creen en que estas investigaciones puedan dar resultados, un buen día, trabajando en el VLA de Nuevo México -uno de los principales radiobservatorios astronómicos del mundo-, Ellie logra captar una señal sonora que sin temor a equivocarse proviene del espacio exterior y no es aleatoria, es un conjunto de números primos que no puede tener otro origen que algún tipo de inteligencia. Poniendo a las matemáticas como el único lenguaje universal (en el sentido estricto), y agregando un poco de dimes y diretes, cuestiones incluso filosóficas, políticas y lo que sería el inicio de las teorías de los agujeros de gusano, Contacto nos hace repensar que estar solos en el universo significaría “un enorme desperdicio de espacio”.
Más famosa por la cinta de 1976 en la que el mismísimo David Bowie -la criatura más extraterrestre que hemos conocido- da vida a un alienígena que llega a nuestro planeta huyendo del suyo que está al borde de la devastación, con el objetivo de crear naves para traer a su especie a vivir a Tierra. Inteligentemente superior a la raza humana, el protagonista de nombre Thomas Newton logra rápidamente y sin enfuerzo mimetizarse entre los terrícolas y volverse un empresario exitoso hasta que, sí, un humano ambicioso sospecha que algo oculta. Esta novela de Walter Tevis (Gambito de Dama y Sinsonte) no sólo abre la puerta a preguntarnos si acaso los extraterrestres están ya entre nosotros y no lo hemos notado y por tanto “nadie hace nada”, o en cómo ellos nos percibirían de cerca, sino que realiza una metáfora sobre el pensamiento de nuestra época, abordando cuestiones como el altruismo, para qué hacemos dinero, si acaso seremos el pequeño gran villano con los visitantes extranjeros y, por supuesto, el amor.
It, primera edición
Basta de alienígenas bienintencionados, que sólo nos observan y vienen en son de paz, o que igual y no, pero que sólo piensan en la aniquilación con láser. El maestro del terror, Stephen King nos muestra a su personaje más popular y terrorífico, que nos causó las peores pesadillas y aversión a las narices rojas y los zapatos gigantes: Pennywise o Eso (It), un payaso malévolo que acecha en las alcantarillas del pueblo de Derry en la América profunda para, cada 27 años, alimentarse de niños. Pero lo que lo alimenta no es la carne propiamente, sino los terrores más profundos de estas almas inocentes, miedos más sencillos llevados por la imaginación, pero no menos genuinos. Sin embargo, la figura de este payaso perturbador no es más que eso, un disfraz que enmascara en realidad a una araña alienígena que lleva a saber cuánto tiempo en la Tierra devorando. Eso, a través de este extraterrestre que juega a controlar la mente, usa lo paranormal para hablar sobre la maldad humana, sobre la parte más oscura de la sociedad.