“El hombre rige ahora donde antes regían Ellos, pero pronto regirán Ellos donde ahora rige el hombre. Tras el verano el invierno, y tras el invierno el verano. Aguardan, pacientes y confiados, pues saben que volverán a reinar sobre la tierra”.
Sinónimo único del terror cósmico, H. P. Lovecraft es una de esas plumas suigéneris de la historia de la literatura. Comenzó a escribir artículos en un círculo de periodistas amateurs y hasta editó su propio periódico, luego dio rienda a su fascinación por la literatura de terror con pequeños cuentos e historias que se publicaban en revistas Pulp -ediciones independientes hechas con papel barato y de circulación popular, a sus escritores se los consideraba de quinta, pero muchos de ellos son hoy figuras consagradas de los más diversos géneros: Asimov, Bradbury, C. Clarke, K. Dick, Chandler, Hammett, Burroughs, Bukowski…- y no bien había conseguido crear un estilo y universo literarios propios cuando un cáncer de estómago terminó con sus días a los 46 años.
El universo lovecraftiano está plagado de seres cósmicos monstruosos y grotescos, sumamente poderosos, alienígenas ancestrales que se remontan a todos los eones (un eón es un periodo de tiempo indefinido e inconmensurable, y uno de los términos predilectos del autor) de vida del universo y cuyo influjo en nuestro planeta y particularmente sobre los hombres es terrible: son la razón de su desvarío, posesa idolatría y funesta muerte. Entrar en este universo es una cosa casi sectaria: mitos, ritos, fieles sacerdotes y estrictos códigos rituales que desbordan la ficción y caracterizan lo mismo a los aficionados del autor y sus relatos. Esta espesa bruma que dificulta el acceso a la literatura de Lovecraft es una de las razones por las que pocos se animan a asomarse siquiera, todo parece muy intricado y difícil, si bien para los detractores del padre del horror cósmico esa oscuridad y complejidad son sólo aparentes, sobreadornos con los que se busca compensar su falta de talento literario ‒como se precian de atestiguar en los típicos finales del estadounidense‒.
Prejuicios aparte, lo cierto es que H. P. Lovecraft innovó el género del terror al dotarlo de un adjetivo y una mitología de autoría propia, misma que un círculo de escritores amigos suyos se encargó de ampliar y de la que se han apropiado tanto fanáticos como creativos, de modo que algunos de sus monstruos, objetos y hasta vocabulario forman parte de la cultura popular. Por eso, en esta ocasión te traemos una guía para saber de qué va la obra de este escritor, los elementos que la hacen tan peculiar y otras curiosidades para que te aventures a entrar en sus escritos o para que puedas identificar su influjo en películas, series de televisión, animaciones, videojuegos, cómics, mercancías, etcétera.
En su niñez, Howard se dedicó a los estudios con avidez, entre sus materias favoritas estaban la química y la astronomía, esta última le causaba una gran fascinación y ya desde entonces habitaba en él el asombro por la infinitud del universo y la insignificancia del hombre ante esto. Este sentimiento se identifica con la categoría estética de lo sublime, una enorme sacudida que nos deja sin suelo, algo parecido a una caída vertiginosa, que experimentamos al comprender nuestra finitud e impotencia frente a las fuerzas de la naturaleza o hacia aquello que nos excede. De este sentimiento se sirven el terror y el horror, a través de la figura de lo monstruoso llevan al límite nuestro entendimiento y a nuestro corazón al borde de un ataque, claro, si está bien logrado. Los monstruos clásicos son criaturas horrendas, física y/o moralmente, resultado del capricho de la naturaleza o del hombre, o bien, seres emergidos del averno o del “más allá”; en el caso de Lovecraft, el terror adquiere una dimensión cósmica porque sus monstruos no son de este mundo, si bien algunos lo habitan, provienen de las estrellas y poseen también las dimensiones colosales propias de los objetos del cosmos, de modo que son infinitamente terroríficos e indeciblemente horrendos, y sus estragos en los hombres son igualmente desbocados: locura y muerte.
Los seres que producen el terror cósmico propio de la literatura de Lovecraft son catalogados como dioses, algunos fueron creados por él y otros por su círculo de seguidores, lo cual ha resultado en un complejo e intrincado panteón que abruma a cualquiera antes incluso de conocer a sus habitantes. El primer paso para despejar este enmarañado asunto es señalar que los seres que el propio Lovecraft creó en sus relatos, si bien tienen nombre y se dan señas sobre sus poderes o paradero, muy pocas veces son descritos con minucia, quizás como un recurso del autor para elevar la tensión en el lector y dejarlo al extravío de su propia imaginación; aunque la forma velada y limitada a un puñado de adjetivos con la que Lovecraft se refiere a estos seres también ha sido motivo de crítica. Lo segundo que hay que aclarar es que la clasificación más popular de los llamados dioses del universo lovecraftiano no la hizo Howard sino August Derleth, uno de los miembros más asiduos de su círculo, quien a pesar de la renuencia de Lovecraft a etiquetar de cualquier forma a sus creaturas, los catalogó como dioses en primer lugar, en busca de destacar sus extraordinarios poderes y su inteligencia y tecnología superiores, ante los que el ser humano aparece como un ser inferior e impotente; y en segundo término, los dividió en primigenios, exteriores y arquetípicos, ninguno de éstos últimos aparece en los escritos del padre del terror cósmico.
Los llamados dioses primigenios son creaturas poderosas y de dimensiones gigantescas que habitan en diversos astros del universo y llegaron a la Tierra cuando ésta aún no estaba poblada por los seres humanos siguiendo a su líder Cthulhu, un monstruo vagamente antropomórfico, con cabeza de pulpo, tentáculos, alas y garras, quien por motivaciones desconocidas quiso someter a su dominio este planeta; sin embargo, se dice que fueron sellados y que moran a la espera de que alguien los libere a través de secretos rituales y sacrificios, y que si llegasen a despertar de su letargo, la Tierra y el universo mismo se verían gravemente afectados; pero su ostracismo no impide que afecten a los hombres, por ejemplo, Cthulhu, el más poderoso de estos seres, se comunica con los hombres telepáticamente o en sueños sumergiendo a sus víctimas en un caos vital o despertando en ellas el deseo de adorarlo, de hecho, en el universo lovecraftiano hay huestes de adoradores suyos, tanto humanos como los llamados primordiales, seres antropomorfos con cabezas y otros rasgos de pez que viven en las profundidades marinas, son inmortales y su tamaño es proporcional a su edad, de modo que llegan a tener dimensiones colosales.
Cthulhu es el personaje estelar de esta mitología y el más famoso por mucho, pero otros primigenios que también salieron de la mente de Lovecraft son Dagon, un ser antropomorfo monumental con rasgos reptilianos y de pez, fiel seguidor de Cthulhu, se especula tanto que es un primigenio como que en realidad es un primordial, pero lo cierto es que lidera a todos los primordiales; Ghatanothoa, uno de los vástagos de Cthulhu, capaz de petrificar al instante a quien lo mira directamente o de causar locura a quien entra en contacto indirecto con él; también se encuentra Tsathoggua, un sapo colosal que mora en alguna ciudad subterránea y que lleva a cabo desconocidos y oscuros planes a través de sus adoradores.
Por su parte, están los exteriores, multiplicados también en los relatos del círculo de Lovecraft como en el caso de los primordiales, pero de los cuales, apenas un puñado salieron de la mente de Howard. Estos seres son descomunales a una escala cósmica, frente a ellos el hombre es menos que una partícula de polvo y su sola presencia basta para descolocar a cualquiera. En sus relatos, Lovecraft se refiere a Nyarlathotep, un exterior de rango menor que hace de mensajero con el mundo humano, atrayendo adeptos e instruyéndolos en oscuros rituales; también está Azathot, una masa caótica de formas en extremo grotescas, un monstruo que se arremolina en el centro del universo danzando al ritmo de unas flautas con las que se busca tenerlo bajo control, pues su poder es descomunal; Shub Niggurat, una diosa de la fertilidad con patas de cabra que sostienen una masa de carne llena de ojos, bocas y tentáculos que está dando a luz constantemente a criaturas horribles; y por último, está Yog-Sthot, un ser omnisciente y panóptico, constituido por una masa burbujeante en constante cambio.
Como se puede ver, por más hiperbólicos que sean los seres del universo lovecraftiano esto no implica que sean indiferentes hacia el género humano, de hecho, es gracias al culto que esta raza inferior les profiere que los primigenios podrán liberarse de su letargo y hacerse de nuevo con el poderío de este planeta y quizás hasta del universo. Pero ¿de qué van estos oscuros y siniestros rituales cósmicos? Todo parece apuntar al Necronomicón, un libro maldito, escrito en el 730 por el árabe loco Abdul Alhazred, en el cual compiló conjuros y rituales para despertar a seres antiquísimos y todopoderosos de otros mundos y dimensiones capaces de acabar con nuestro mundo; al igual que la entrada en contacto con los monstruos del terror cósmico, el destino de quien lo lee es la locura o la muerte.
El Necronomicón quizás sea, además de Cthulhu, el elemento del universo lovecraftiano que más resonancia tiene en la cultura popular e incluso ha llevado a más de un despistado a creer que realmente existe; a propósito, Lovecraft escribió La historia del Necronomicón, donde da santo y seña tanto de los orígenes del libro como de las peripecias que ha sufrido a lo largo de la historia: tras la muerte de su autor, quien fue comido por un ser invisible a plena luz del día, el libro se tradujo del árabe al griego, y de éste al latín; fue indexado por la Iglesia católica y las últimas copias que quedan están a resguardo en diversos museos y bibliotecas del mundo como el Museo Británico, la Biblioteca Nacional de Francia, la biblioteca de la Universidad de Harvard, la ficticia Universidad de Miskatonic (uno de los sitios que forman parte del universo lovecraftiano al igual que la también imaginaria ciudad de Arkham) o en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires ‒se cuenta que efectivamente hay una ficha bibliográfica del Necronomicón en esta biblioteca y que fue el mismísimo Borges quien la hizo, aunque el argentino tenía en menos a Lovecraft, a quien consideraba un parodista involuntario de Poe y que no valía la pena leerlo‒.
Ahora bien, para iniciarse en la lectura de H. P. Lovecraft y adentrarse en su peculiar universo, uno de los accesos obligados es La llamada de Cthulhu (1928), en el que este famosísimo monstruo hace su primera aparición dentro de la literatura lovecraftiana, en él nos enteramos de su origen extraterrestre y de su llegada a nuestro planeta hace millones de años, así como de la existencia de una secta de adoradores suyos que logró hacer emerger la ciudad de R’lyeh donde este ser yacía dormido usando la magia arcana del Necronomicón. Otras historias que siguen la línea original del autor de exacerbar la nimiedad del hombre en el cosmos y su ineptitud ante las inexpugnables fuerzas del universo, materializadas en sus aberrantes monstruos, son Dagon (1917), El color que cayó del cielo (1927), El horror de Dunwich (1928) y En las montañas de la locura (1936).