Por: Rebeca Avila

Elvis, de la contracultura a la cultura pop

Películas de ficción biográficas; documentales reveladores; imitadores vestidos con su icónico traje blanco; el personaje que oficia bodas legales en Las Vegas (donde él mismo contrajo nupcias con Priscila Presley); una discografía que es usada a diestra y siniestra en varios momentos del cine y la televisión estadounidense; el señor de las polémicas; el de la trágica muerte y el mito del niño que convulsionaba con la música religiosa, que se convirtió en leyenda.

Elvis Presley siempre sintió afinidad por la música, desde que de niño se colaba en las iglesias de gente negra para escuchar los cantos góspel en su natal Tupelo, Misisipi, donde pasó su infancia rodeado de carencias, viviendo en uno de los barrios considerados para gente marginal, situación que marcaría el tipo de música que haría posteriormente.



Cuando se mudó a Tennessee y cursó la secundaria fue revelado su talento vocal y musical en la escuela, lo que lo llevó a ser descubierto rápidamente por el coronel Tom Parker, quien fuera su mánager de toda la vida. De ahí en adelante, el resto es historia.

Hoy por hoy, el nombre de Elvis Presley es sinónimo de cultura pop, de masas, el llamado Rey del rock, pero es también un referente ineludible de la contracultura de los años 50 por más de una razón. Aunque no fue el creador del rock and roll, sí fue quien lo llevó al público blanco; fue quien logró unir los mundos culturales del norte y el sur, de negros y blancos, logrando una mezcla racial no sólo a la hora de hacer música, tomando el blues que tanto amaba y el country que se imponía en la ciudad donde vivía, y llevándola a la radio, los escenarios, los tocadiscos, la televisión y el cine, sino también en hacer que ambas culturas escucharan su música.



Un muchacho blanco que cantaba música de negros supuso una revolución en volverse el primer ídolo adolescente y juvenil de la historia, pues la música nunca fue pensada para un público específico más allá de su cultura o estatus social, y ahora este sector de la población se convertía en la primera generación, después de la Segunda Guerra Mundial, en obtener lo que nadie, visibilidad, pero también un nicho de oportunidad comercial nunca explotado (no sólo) en la música. Elvis significó la voz de una generación en más de un sentido. Con su estilo único de cantar, de bailar y de vestir logró precisamente ir contra el status quo de la época. Después de un rato de estar tocando covers lanzó su primera canción That's All Right (Mama) y con ello vinieron presentaciones grupales en los escenarios y, lo que lo llevaría la fama, sus apariciones en televisión escandalizando a los guardianes de la moral y las buenas costumbres. Esos movimientos convulsos, casi involuntarios, que realizaba con sus piernas, cual espaguetis al dente, y con su magnética cadera, hicieron gritar a las chicas, de emoción y frenesí, y a los padres, políticos, medios de comunicación y líderes religiosos de susto e indignación: lo más aberrante era que las cadenas de televisión permitieran que ese joven, aunque blanco, estuviera ahí, frente a la cámara, llegando a cientos de miles de hogares en todos los Estados Unidos. Hubo varias presentaciones en TV, pero fue en El show de Edd Sullivan, el programa en vivo con mayor audiencia del país, donde un Elvis todavía menor de edad provocaba los gritos incontrolables de las “bellas señoritas” que se encontraban en el público. Un Elvis que después de cantar y hacer sus libidinosos movimientos deseaba a todos los televidentes “que Dios los bendiga como me ha bendecido a mí”.



Los intentos de censurar a la estrella naciente por alborotar y cometer faltas a la moral sólo hicieron arder más la hoguera, porque no hay fruto más deseado que el que es prohibido. Fue, pues, la mejor publicidad gratuita. Además, no se podía ignorar a alguien con tanto poder, no sólo por derretir corazones, sino porque también creó un modelo a seguir para los hombres jóvenes, el del rebelde sin causa (como Dean o Brando). Esa rebeldía que parecía ser el segundo nombre de Elvis no duró tanto como pensaban y, en parte manipulación de la figura paterna que era su mánager y en parte censura por parte de los altos mandos, en 1958 el Rey terminó reclutado en el ejército de los Estados Unidos, mostrando que nadie se salvaba de servir a su país, ni el más insurrecto.



Así parecía acabar el mito del Rey del rock, quien, temeroso de que su público lo olvidara, regresó en 1960 para intentar recoger lo que creyó eran los pedazos de su carrera. Sí, el mundo había avanzado durante esos dos años y nuevos artistas y chicos rebeldes venían empujando desde el viejo mundo, quienes sin el camino que dejó labrado Elvis no podrían haberse hecho espacio, como los Beatles o los Rolling Stones. Pero había que entender que el público de Elvis también había crecido con él, ya no eran adolescentes, sino jóvenes adultos que quizá debían ir a la universidad o incorporarse a la vida laboral. El sueño de la libertad terminaba para algunos.



Pero para Elvis Presley, que ahora oscilaba más como un crooner (hizo duetos con Frank Sinatra), la vida artística no terminó, siguió con tremendos shows televisados como el Comeback special de 1968, con el que Elvis regresó con sus más grandes éxitos reversionados, más actualizados, para estar acorde con una época que ya no parecía ser la suya. Y finalmente con el contrato millonario para realizar una serie de conciertos en exclusiva para el International Hotel en Las Vegas, donde consolidó sus últimos temas, como Suspicious Minds, y donde realizó más de 600 espectáculos antes de su muerte el 16 de agosto de 1977, considerado como uno de los artistas mejor pagados de la historia de Las Vegas, según RCA Records.



Esa aversión y adoración que provocó Elvis Presley, no sólo en su país -en México lo mismo se hicieron rumores de que el Rey había dicho que “prefería besar a tres negras antes que a una mexicana”, que se versionaron al español prácticamente todas y cada una de sus canciones de los años 50-, es la misma aversión a las cosas nuevas que solemos tener los adultos cada cuanto tiempo según la generación que corresponda, pretendiendo decir a los jóvenes qué es bueno y qué es malo escuchar, qué los hace cultos (hegemónicamente) y qué no vale la pena ni va con los valores (sea cuales sean) que imperan. Cada cierto tiempo nace un ícono contracultural, un rebelde sin causa, pero nunca, otro Elvis.