Por: Mariana Casasola
Brando, el último rey del cine
Al final de sus días, Marlon Brando (Omaha, 1924 - Los Ángeles, 2004) había rebasado los límites de la excentricidad y la polémica. Aislado del mundo, envuelto en deudas y dramas familiares, falleció el hombre detrás de uno de los mitos más fascinantes del siglo XX. Pero ni su descomunal obesidad o sus lamentables últimos papeles en cine, ni siquiera su declarado desdén por la profesión que lo hizo ícono, lograron bajar a Marlon Brando de la cumbre que él conquistó. La personalidad volcánica y la capacidad de transformación que expuso en los años gloriosos de su carrera, le bastaron para revolucionar el arte dramático en la pantalla grande y convertirse en una estrella sin parecido, el indiscutible rey del cine.
Aunque su vida personal sigue velada por una especie de leyenda no escrita, y sus escándalos amorosos sin duda seguirán dando de qué hablar, es a través de sus mejores actuaciones donde uno descubre la mayor fascinación que perdura sobre este mítico actor estadounidense.
Porque antes de él, el cine estaba regido por actuaciones más bien teatrales y poco naturales. Fue Brando quien validó el realismo y autenticidad del método Stanislavski, una nueva forma de interpretación que importó a Nueva York el gran Lee Strasberg y Stella Adler, la muy querida profesora de Brando en el célebre Actor's Studio, y con quien aprendió que “la interpretación consistía en encontrar la verdad”.
Este 3 de abril se cumplen 94 años del nacimiento del histrión de histriones y este Top #CineSinCortes está dedicado a recordar los filmes en los que se dio a conocer su naturalidad y su atractivo sin igual, esas cintas que encumbraron a Marlon Brando en el lugar que ocupa desde entonces.
Un tranvía llamado deseo (1951)
No había pasado mucho tiempo desde su debut en los teatros de Broadway, cuando el escritor y dramaturgo Tennessee Williams seleccionó personalmente a Brando para interpretar al protagonista, Stanley Kowalski, en el estreno de su obra cumbre, Un tranvía llamado deseo (1947). Cuatro años después Elia Kazan llevó la obra al cine, dando inicio al inagotable hechizo que desprende una y otra vez Marlon Brando. Interpretando a Kowalski, éste transformó definitivamente la actuación en cine con su acercamiento incontenido a un personaje famoso por su ferocidad amenazante pero atractiva.
Julio César (1953)
Esta adaptación de Joseph L. Mankiewicz a la obra homónima de William Shakespeare, convocaba a varios actores británicos consagrados en teatro por interpretar obras clásicas de este tipo, así que no pocos se sorprendieron cuando el director dio el papel de Marco Antonio a un joven actor de Omaha, Nebraska, que rondaba la treintena y que, aunque había deslumbrado a público y críticos por igual en sus primeras actuaciones, no parecía adecuado a un filme sobre teatro clásico. Pero el resultado fue un hito nuevamente y Brando consiguió inmortalizar dos de las secuencias más impactantes del cine: el lamento ante el cadáver de César y el astuto monólogo ante el pueblo de Roma tras el discurso de Bruto.
A sólo dos años de haber debutado en cine, Marlon Brando consiguió por su interpretación en esta película su tercera candidatura al Oscar como mejor actor.
Nido de ratas (1954)
Por aventurado que parezca este calificativo, Nido de ratas (On the Waterfront) es considerado por muchos el trabajo más destacado de Marlon Brando. Aquí interpreta a Terry Malloy, un exboxeador venido a menos que hace de mandadero de un grupo de mafiosos hasta que se ve en conflicto con sus acciones y buscar redimirse cooperando con una investigación contra el crimen y corrupción del que era parte, volviéndose por convicción un delator al servicio de la justicia.
El rostro impenetrable (1961)
A finales de los cincuenta, Marlon Brando compró los derechos para filmar esta historia western con la idea de ser su protagonista y contar con Stanley Kubrick como el director. Pero Brando se involucró tanto en el guion y la filmación, que las diferencias con Kubrick fueron insalvables y Brando terminó despidiéndolo con tan de obtener la película que él quería, un western psicológico, fantasmagórico, en el que la venganza y la violencia son los motores de unos personajes atormentados, pero al fin románticos. Nunca la egolatría de un actor había dado tan buenos resultados. Fue la primera y última película que dirigió Marlon Brando
El último tango en París (1973)
Una de las películas más escandalosas de la época, El último tango en París, el clásico de Bernardo Bertolucci, representó una fuerte prueba para Brando quien llegó a admitir con el director no ser capaz de interpretar al papel de Paul, un anónimo perdedor que vive un intenso romance con una joven actriz sin que apenas sepan cosas sobre ellos. La complejidad para el actor radicaba en la vulnerabilidad que alcanza el personaje, en íntimas conversaciones donde habla de sí mismo o cuando se descubre enganchado a esa jovencita que al final resulta más determinada que él. Por sus escenas explícitas el filme cimbró a las buenas conciencias alrededor del mundo, dividió al movimiento feminista de la época y, muy a pesar de la polémica, de paso reafirmó el talento de Brando en una etapa mucho más madura de su carrera.