Sin rumores ni previo aviso, el 19 de mayo el Gobierno de la CDMX presentó en sus redes oficiales el cartel y anuncio de la presentación gratuita de Los Fabulosos Cadillacs en la principal plaza de la Ciudad y del país, programada para el sábado 3 de junio a las 20:00 horas. Entre esta fecha y la del evento transcurrieron apenas dos semanas sin mayor alboroto: ni mucho del hate que cabe esperar ante gastos del erario que no se destinan “a lo que realmente importa”, ni mucho meme sobre los usos y costumbres del fan promedio de Los Fabulosos, ni mucho ruido entre las personas sobre si asistirían o lo que cabría esperar del evento, de la banda, de la organización o del público. Los días de la víspera aparentaban pasar “sin pena ni gloria”.
Quienes circulaban por el Zócalo y sus inmediaciones el día previo daban cuenta de una plancha vacía y con el montaje técnico casi completado para el concierto. Ese sábado en la mañana, algunos medios cubrían la nota e informaban que apenas unas cuantas almas se encontraban frente al escenario dispuestas a pasar el resto de día bajo el rayo del sol o de un posible chubasco con tal de ver a los argentinos, una de las bandas más importantes del rock latino. Atardecía aquel sábado y alrededor de las 5-6, las personas que ya estaban en el Zócalo compartían fotos en las que se apreciaba la plaza semivacía. De modo que el pronóstico era el de algo tranqui −aunque todos sabemos lo que eso significa en realidad−.
Para quienes caminábamos con destino al concierto desde la avenida Pino Suárez, como a eso de las 6 de la tarde, todo iba bien: muchas personas se dirigían en oleadas calmas hacia el mismo punto y tras pasar el filtro que aguardaba el acceso principal al Zócalo, una ilusión de multitud abría paso a una vista despejada de las orillas de la plancha. A poco más de una hora del concierto no había indicios de que la gente se fuera a desbordar ni ahí ni en las calles aledañas, pero en cuestión de minutos esta ilusión cedió pronto a la realidad: eufóricos gritos multitudinarios venían de más atrás de donde uno alcanzaba a ver desde la plancha, que para eso de las 7 no tenía más horizonte que gente y más gente y más gente. Lo supimos luego: el caos se hizo de las avenidas en los accesos principales abarrotadas de asistentes que buscaban por todos los medios acercarse tanto como pudieran ya no al Zócalo, al menos a una de las pantallas. También por esas horas, para los de adentro y para los de afuera llovió, gentil agua de la Ciudad que dejó vasos vacíos y brazos prestos para esa noche bailar.
Vaya uno a saber de quién era el DJ set previo al concierto, pero lo cierto es que el sonido no auguraba lo mejor para el espectáculo. Y una vez más, el augurio no fue nada: al menos para quienes estábamos en la plancha, los acordes de Cadillacs, que sonaron apenitas pasadas las 8, fueron prístinos y, envolventes, lo llenaron todo. Es tremendo caer en la cuenta del escenario que uno está pisando: una plaza pública en la que hemos ido a manifestar tantas inconformidades y a denunciar tanta violencia e impunidad, destino quizá propio de un lugar construido encima de las ruinas de una cultura reducida por la barbarie; son re pocas las veces, que yo recuerde, que este lugar haya sido también el espacio de la dicha. Esa noche lo fue y es tremendo también el pensar que la música y el baile lo eran de denuncia social, así quedó asentado desde la segunda canción Manuel Santillán, el León: “Van al mar, van al mar (lo dijo el León) / Llanto y dolor, sufrimiento de un pueblo / Se ahoga y se hunde en el mar”.
¿Ska, reggae, rock, salsa, cumbia…? Los Fabulosos Cadillacs son irreductibles a alguno de estos géneros y ritmos, o como ellos mismos dicen: son el total mayor de la suma de todos ellos. Muchas fuimos las personas que aquella noche lo atestiguamos y comulgamos con el poder de sus percusiones que hacen pensar en las barras de los estadios y que nos ponen en contacto con ritmos tan arcanos como nuestra misma especie; ni qué decir de los vientos que claman y exclaman en cada canción, del espíritu rebelde que se tensa y distiende en las cuerdas, o de la voz tan sinigual del vocalista. Los Cadillacs eligieron Calaveras y diablitos, por ahí del primer tercio de la presentación, para saludarnos a las más de 300 mil almas reunidas en el lugar: las invocaciones de Flavio “Tenochtitlan” o “México mágico” tuvieron su resonancia en las palabras que, fascinado, anonadado, articuló Vicentico “Buenas noches. Hola. Qué alegría, qué inmensa, inconmensurable, indescriptible alegría poder estar tocando para todos ustedes esta noche. Muchas gracias eternas…”.
Las calaveras y diablitos que invaden el corazón dieron paso a los temas Condenaditos y Averno, el Fantasma que pusieron en la atmósfera las claves del momento mágico que vendría después. Como conjuros, los versos “Muerto, Muerto, Muerto, mirá te están velando son todos tus amigos todos tus recuerdos olvidados” o “Soy un fantasma / Un alma en pena que vive flotando / Que vaga por el cielo y va buscando / Un cuerpo para poder descansar” parecían pactar con ese escenario que es también un portal hacia los tiempos de los dioses ocultos.
La ¿invocación? bajo su nublazón y se trocó en ritmo con El Aguijón, Nro. 2 en tu lista y Saco azul que trajeron elementos clave para el ritual: amor y desamor, desazón. Así, como mantras se entonaban las estrofas “tu mirada la llevo encima / la llevo atada a mi corazón / para siempre se va conmigo / está clavada como un aguijón”, “Vuelvo a casa temprano hermano / Nada salió como lo esperaba / Él fue mejor, y se la llevó / Porque él cantaba buenas canciones” y “El mundo va a caer / Va a desaparecer / Yo tengo tu saco azul”.
Y entonces ocurrió, como acto de magia con las primeras letras de Siguiendo la Luna, la Luna real y llena apareció frente a la agrupación, a espaldas de los asistentes desbordados en número y por la canción se quitó su velo de nubes, ese astro que tuvo en ese mismo lugar un templo acudió al llamado, al conjuro. Una vez más, Vicentico no daba crédito del acontecimiento y luego de sonreírse, señalar el sortilegio al público y asentir con Flavio, hacia el final del tema profirió “Bueno, esta verdad, esta verdad es sólo para nosotros hoy. Nadie que no haya estado aquí en estos segundos va a saber de eso (señalaba la Luna), eso es sólo para nosotros. Agradezcámosle y también a Totito que está ahí (Gerardo Toto Rotblat, percusionista de la agrupación que falleció en 2008 y cuyo retrato se encontraba en el escenario, junto a sus compañeros)”.
Entre las muchas cosas que acontecían esa noche, el Zócalo capitalino era el escenario de El León del Ritmo Tour, gira con la que esta legendaria agrupación del rock latino celebra 38 años de vida y 30 del que se considera el tema que los catapultó a la fama continental: Matador. Ésta, que sin duda era una de las canciones más esperadas de la noche, sonó inmediatamente luego de Mal bicho, otra imprescindible que ya había puesto en todo lo alto el ánimo de quienes estábamos ahí, así que para el momento en que hubo de corear el tema dedicado al implacable Víctor Jara los “Pa-pa-pa-oooh” y “¡Hey, hey!” retumbaban desde nuestros cuerpos hacia todos los edificios alrededor, recorrían las calzadas haciéndose un solo pulso vibrando en el pavimento.
El final se anunciaba ya con Vasos vacíos y aunque nada hubiera sido más complaciente que un concierto maratónico, creo que hablo por muchos cuando digo que pudimos irnos complacidos con El satánico Dr. Cadillac al gritar “¡Los Cadillacs tocando para vos, Los Cadillacs tocando para vos!” o Yo no me sentaría en tu mesa y el coro “¡Oh, oh, oh oh, ooohhh!” con el que montones y montones nos animábamos las horas previas al concierto y llamamos a Los Fabulosos cuando el reloj marcaba la hora señalada, con ese coro nos despedimos, ellos de nosotros, nosotros de ellos, y todos de esa noche tremenda, de la magia verdadera que cientos de miles hacen cuando se reúnen a cantar y a bailar…
Obvio que también hubo sus cosas malas, como las que cabe esperar entre una multitud de cientos de miles: empujones, peleas, aplastones, desmayos, ataques de pánico, botellas lanzadas al aire con agüita amarilla o algún alcohol, trayectos de una hora para dejar el Zócalo y llegar al transporte más cercano, metro colapsado… Anverso y reverso, todo fue verdad para nosotros.