Por: Rebeca Avila

Pita Amor, la undécima musa que invocó a Dios con su poesía


“El origen de mí poesía es el origen del mundo, es el origen de la sangre, de las arterias, de las venas, de la tierra, del polvo, de las minas, de los infiernos, del cielo vacío y vaciado, el origen del entendimiento”.

Pita Amor


“La más grande poetisa mística”, así la definió Rosario Castellanos. Y la más famosa poeta de México, después de la inigualable Juana Inés de la Cruz, en palabras de José Emilio Pacheco. Para su sobrina Elena Poniatowska, fue su tía, la que todo lo invadía. “Aquí se trata de un caso mitológico”, la defendió Alfonso Reyes. Nombrada ya la undécima musa (la décima lo sabemos es Sor Juana), el recuerdo que dejó Guadalupe Amor, Pita (como también se encargaron de inmortalizarla amigos y enemigos), no es el suficiente para una mujer que fue estridente en cuerpo, alma, voz y pluma. Su nulo pudor al mostrar su cuerpo en los desnudos que hacía para pintores, escultores y fotógrafos, y en sus apariciones públicas, donde dejaba caer su abrigo de mink para dejar entrever sus senos apenas ocultos por transparencias, son ya una anécdota que ha pasado a la posteridad y que la volvieron una especie de fémina única. Pita era el epítome del narcisismo y la vanidad hecha mujer, que sólo María Félix con toda su producida personalidad pudo superar debido a los reflectores que sólo el cine de oro pudo ofrecer. Compartió la vida intelectual y bohemia con la élite cultural de los años 40 y 50, como Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Lola Álvaro Bravo o Enrique González Martínez.

Se le recuerda como todo un personaje hasta el último aliento, ni la pobreza y penurias que pasó los últimos años de su vida pudieron suprimir las ínfulas de grandeza desmedidas que la precedían, como cuando al vender sus poemas en los cafés de la Zona Rosa de la Ciudad de México, entraba en colera cuando alguien no sabía apreciar los versos: “la poesía no la entienden hijas de gata”, refunfuñaba tácitamente. Ese arrebato y pasión desbordada unidos a su belleza no fueron sino motivo de encasillarla casi en la locura por desafiar las convenciones y sobre todo la moral de la época. Que, si Pita hubiera sido hombre, habría sido considerada como el estándar masculino por su forma de vida, y su trabajo, brillantez y nada más, sin crítica, sin dudas de su genio, que en principio fue cuestionado rumoreándose que era el mismísimo Alfonso Reyes quien le escribía los versos, que no se podía ser tan bonita, transpirar sensualidad por cada poro y, además, escribir poesía, y qué poesía, sobre algunas de las inquietudes y cuestiones más primitivas de la humanidad: la muerte, el erotismo y, por supuesto, Dios.

De la estirpe de los nuevos pobres de la postrevolución mexicana, en casa de los Amor nunca faltaron las viejas costumbres de cultivarse. Entre sus numerosos hermanos, Pita era la menor, la pequeña, la consentida y rebelde, la que ni los colegios católicos lograron llevar por el buen camino, pero fue ese mismo intento de adoctrinamiento la que la llevó hacia una de las arterias de su poesía, la que habla de Dios y la religión y todas las cosas ontológicas como de dónde venimos, qué somos o a dónde vamos, y que Pita decía que “Cuestiones estas que, si bien es cierto pertenecen a la filosofía, no pueden resolverlas sino las religiones, tratadas con lirismo, creo que llegan a ser la médula de la poesía pura”.

Además de sus tres grandes obras Yo soy mi casa (la primera en publicarse, en 1946), Puerta obstinada (1947) y Círculo de angustia (1948), donde vierte sus ansiedades, la obra de Amor es conocida también por su poesía con Dios y la fe como ejes centrales, como Ese Cristo terrible en su agonía, Sirviéndole a Dios de hoguera y, el más ovacionado, Décimas a Dios, un poemario publicado en 1953 en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, en el que la fe y la idea de impenetrabilidad hacia la imagen divina de Dios tomada de su educación católica son el punto de partida, y en el que ella desborda su más profundades espiritualidades. En él, a modo de oración litúrgica, Pita pretende entablar un diálogo con el supremo, una plegaria que por ratos suena a reclamo, otras a devoción total y otras a estar a buscando una ínfima luz de esperanza en medio de la soledad y el vacío y en la que la poeta no pide otra cosa más que un acercamiento, una respuesta, de ese ser impalpable e invisible a quien debe su existencia y esencia misma.

Los 44 poemas que conforman Décimas a Dios emplean precisamente la forma de la décima, compuesta por diez versos octosílabos propios de la poesía religiosa, usada por ser una forma de dirigirse a Dios de la manera más elevada posible (el arte de Dios para Dios), y que en su momento destacaron otras plumas del Renacimiento religioso del siglo XVI español, como la de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. A esa altura está Pita, la inmoral, la descarriada, la demencial, la brillante.

Mayo es el mes que la vio abrir los ojos (30 de mayo) y cerrarlos (8 de mayo), ojalá y en esa promesa de descanso eterno, Pita por fin encontrase las respuestas a estas plegarias:

Décimas a Dios, Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein
[Extractos]
I
“Dios, invención admirable,
hecha de ansiedad humana
y de esencia arcana,
que se vuelve impenetrable.

¿Por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?

¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?

Dios mío, no te detengas,
¿o quieres que vaya yo?”

XV
“No tengo nada de ti,
ni tu sombra, ni tu eco;
sólo un invisible hueco
de angustia dentro de mí.

A veces siento que allí
es donde está tu presencia,
porque la extraña insistencia
de no quererte mostrar,
es lo que me hace pensar
que sólo existe tu ausencia.”

XVI
“Oculto, ausente, baldío,
hermético, inalterable,
asfixiante, invulnerable,
absorbente, extraño y frío;
así te siento, Dios mío,
cuando sola y angustiada
me consumo alucinada
para lograr mi plenitud,
rompiendo esta esclavitud
a la que estoy condenada.”

XVII
“Dime, qué es lo que pretendes
con tu silencio y tu ausencia?

En dónde está tu clemencia,
si te imploro y no desciendes?

Me creas de lodo inmundo,
luego en más fango me hundo,
y soy, entonces, culpable.

Dios eterno, inexplicable
qué misterioso es el mundo!”

XLII
“Tengo contigo una cita
que nunca a nadie le has dado;
un pacto nuevo y vedado,
una fe que no se grita,
una sensación que incita
a existir ya sin tortura
por esta humana envoltura
que sólo angustias produce;
un sentimiento que induce
a existir sólo en la altura.”