Ewan McGregor interpreta a Mark Renton, en la adaptación cinematográfica de Trainspotting, dirigida por Danny Boyle
El paisaje gris (literal y figurativamente) de la superurbanización en la que épicamente sobreviven millones personas, que diariamente se la juegan por un empleo precario que los consume física y anímicamente. Una generación a la que le exigieron todo y la dejaron sin nada. Aquel sitio donde la meritocracia absurda ya no tenía lugar porque no existía ni la más remota oportunidad de obtener una vida digna mediante el esfuerzo. Hay quienes logran salir del terreno pantanoso donde nacieron o se criaron, pero difícilmente logran salir limpios de la inmundicia humana. A estos los llamaron la generación X, aquella guiada por la aspiracionalidad (término inventado nada menos que por la mercadotecnia), marcada por la transición, del cambio de la tecnología análoga a la digital, la renuncia de los idealistas, utópicos aferrados, y un reordenamiento del mundo globalizado política y económicamente.
De esta estirpe surgió una literatura hecha por y para aquellos que vivieron en carne propia los estragos de una sociedad vacía. Su lema parecía ser “no hay futuro”, y si no hay futuro para qué tratar de encajar en un sistema que te exprime hasta la última gota haciéndote pensar que tener es igual a ser. Si no tienes no eres nada (nadie). Esa combinación de discursos antisistema con el sinsentido de la existencia, ese nihilismo punk, o viceversa, encontró a su plumas más críticas y mordaces en nombres como los estadounidenses Bret Easton Ellis y Chuck Palahniuk, el francés Michel Houellebecq y el escocés Irvine Welsh.
Welsh, nacido en Edimburgo el 27 de septiembre de 1958, frustrado músico de punk, ferviente al mismo tiempo que decepcionado seguidor del futbol, dueño de un estilo de escritura fuera de las convenciones de la alta literatura y cuyo sello está marcado por la jerga propia no sólo de la capital escocesa sino del distrito portuario donde nació, Leith, y donde se crio el autor, Muirhouse, haciendo que su obra sea compleja de traducir a otros idiomas sin perder el sentido de sus palabras, y de leer en su idioma original debido a esa aparentemente impenetrable barrera del lenguaje que significa no ser oriundo de esos barrios bajos de Edimburgo. Y, sin embargo, funcionó. Las transgresoras novelas y relatos de Irvine Welsh tocaron en lo más profundo a una generación “de cristal” que, sin oportunidades, se dejó consumir por el mundo de las drogas y la violencia explícita y tácita. Fastidiado, quizá, de las preguntas recurrentes sobre el éxito de Trainspotting (1993), su primera novela y por la cual se hizo famoso gracias a la versión fílmica de Danny Boyle de 1996, Welsh ha escrito no sólo sobre heroinómanos, drogas o sexo, sino sobre el hastío, la inconformidad, la desesperanza y apatía, desde un retrato oscuro, satírico y realista. En este Librero te compartimos una breve selección de títulos imperdibles de este autor, más allá de la célebre historia de Mark Renton y Sick Boy.
Además de sus múltiples novelas, Welsh ha publicado tres compendios de relatos. Acid House fue la primera de ellas y cuenta varias historias: la de un chico rechazado y fracasado que está a punto de tener una experiencia casi kafkiana; un hombre que en medio de un trip, a causa de un rayo, intercambia su cuerpo con el bebé de una mujer embarazada; la vida de un pusilánime padre que se niega a triunfar; y un sujeto borracho que se encuentra a Dios en un pub, y éste le da algunas lecciones de vida antes de convertirlo en una mosca. Éxtasis: tres relatos de amor químico aborda el efecto de las pastillas y el del propio cerebro en tres historias de exploración sexual y adición, venganza por negligencia y el anuncio inminente de la insatisfacción. El tercero de ellos, Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo trae los tópicos de siempre: personajes fracasados que se desenvuelven en sexo, drogas y música. Más que agitar conciencias, estos cuentos revuelven la entraña, no tanto por lo que implica la lectura del libro, sino por el espejo que representa sacar lo peor de sí en ciertas circunstancias extremas.
La historia de los heroinómanos más famosos de la pantalla grande y de las letras inglesas: Renton, Sick Boy, Spud y Begbie comenzó con la bien conocida Trainspotting, donde este cuarteto de drogadictos “tiran” su vida por el drenaje, pero ¿qué más da?, si su fracaso estaba más que dado por sentado. En ese viaje, con un final casi escrito (¿qué de bueno podría pasarles a estos yonquis?), sólo el traidor y astuto Renton logrará salir del hoyo, aunque eso implica abandonar a sus amigos. En Porno, han pasado 10 años desde que Renton huyó y Sick Boy, en plena decadencia, acepta la oferta de su tía de administrar su pub en Leith. Lo que Sick Boy no sabe es que, en el trasfondo de los salones privados del bar, Terry Lawson, un antiguo conocido, lidera un grupo de personas que se reúne para filmar sus orgías e incursionar en la oleada de porno amateur que inunda la ciudad de Edimburgo. De vuelta al ruedo de los negocios sucios, SB verá la oportunidad “millonaria” de realizar una película porno con tintes profesionales para poder ser vendida y, de paso, juntar al viejo equipo de adictos en una situación que no pinta nada bien. La última entrega de esta trilogía es Skagboys, una precuela que sitúa los inicios de esta banda de drogadictos previo a volverse las escorias que fueron. Con un trasfondo más crítico a la política y sociedad neoliberal, donde gobernaba la dama de hierro, Margaret Thatcher. Así, nos enteramos de cómo una sociedad donde las condiciones son tan inestables es sólo una válvula de tiempo a punto de explotar en cualquier momento.
Renton pasó de ser un prometedor profesional graduado de la universidad, el primero de su familia; Sick Boy, que era un niño sobreprotegido por una familia liderada por mujeres, terminará siendo un manipulador sexual; Spud pierde su trabajo y con ello la estabilidad que éste le ofrecía; y el psicópata Begbie, sólo está esperando el detonante para la barbarie.
Taxista, seductor, adicto al sexo, demente, actor porno amateur y traficante de drogas. Ese es Juice Terry Lawson el personaje que conecta Cola, Porno y Un polvo en condiciones. En Cola, se narran más de 30 años de amistad entre cuadro sujetos: Terry, Carl, Billy y Andrew, desde cuando se conocieron durante su infancia en un suburbio marginado escocés durante los 70, pasando por los diversos caminos que toma cada uno, los cuales los van distanciando, hasta su rencuentro catártico. Porno, como ya lo vimos, es la novela que une los universos de Terry Lawson y Trainspottin. La última parte de esta trilogía es Un polvo en condiciones: con un devastador huracán como escenario de fondo, Terry sigue conduciendo su taxi y en esta ocasión es a través de sus andanzas que nos lleva por los rincones de la capital escocesa. Estas sórdidas, violentas y escatológicas aventuras del ya conocido chofer muestran cómo se reúne en un funeral con una antigua amante; ayuda a un amigo a buscar a su novia, la hermosa Jinty Magdalen; la historia de una de sus pasajeras, una joven dramaturga suicida; el tormento que sufre a raíz de un problema del corazón y por el cual se ve obligado a mantener abstinencia sexual; y conoceremos al desagradable pasajero Ronald Checker, un adinerado promotor inmobiliario americano y presentador de un exitoso reality show.