Por: Arody Rangel

Sophia Loren, mito y signo de Venus

En la mitología romana, Venus fue la diosa del amor, la belleza y la fertilidad, el equivalente latino de la Afrodita griega, mas a partir de la Eneida de Virgilio, el pueblo romano desciende ni más ni menos que de la diosa, quien era madre de Eneas, el mítico héroe de la guerra de Troya y progenitor de los romanos. En el imaginario, Venus es el arquetipo de la feminidad, de todas aquellas características que se han definido como propias y deseables del género femenino. A lo largo de la historia, muchas han sido las encarnaciones de Venus en la península itálica y una de ellas es, irrebatiblemente, la actriz napolitana Sophia Loren.

Su nombre real es Sofía Constanza Brigida Villani Scicolone y nació un 20 de septiembre de 1934. Aquellos eran los años de la Italia fascista y ella, junto a su madre y hermana, tuvieron que habérselas solas luego de que el padre las abandonó. Su infancia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial, época en la que su madre tocaba el piano en una taberna que recibía soldados. Sofía estudió para maestra, pero también se postulaba en concursos de belleza en los que destacaba por sus inigualables encantos desde sus 15 años. En 1950, en busca de una oportunidad, su madre llevó consigo a sus hijas a la audición que se hacía en Cinecitta para conseguir a los extras de la monumental Quo Vadis, próxima a filmarse en la capital italiana y que representó el debut de Sofía en el cine.

Retrato de Sophia Loren. Italia, 1950. (Foto por Giorgio Lotti. Vía Getty Images)

Retrato de Sophia Loren. Italia, 1950. (Foto por Giorgio Lotti. Vía Getty Images)


La década de los 50 en Italia fue del neorrealismo, ese movimiento cinematográfico contrario a las superproducciones y narrativas edulcoradas y ajenas a la realidad de un país y un pueblo que fue arrasado con la guerra; no obstante, la joven Sofía Scicolone o Sofía Lazzaro, como aparecía en los créditos en sus comienzos, iniciaba su carrera actoral en comedias all'italiana y filmes hollywoodenses en los que se sacaba partido de su despampanante belleza mediterránea y gracias a los cuales se cimentó su efigie de mítica Venus. Fueron los años en que compartió pantalla por primera vez con Mastroianni, su emblemática pareja cinematográfica, en Peccato che sia una canaglia (Blasetti, 1954) y también los de sus duplas con Anthony Quinn, Cary Grant, Frank Sinatra, John Wayne o Anthony Perkins en filmes que la posicionaron como uno de los rostros favoritos de la llamada meca del cine.

Cierto que Sophia Loren fue, es y será mito y signo de Venus, pero no sólo por ese derroche de sensualidad tan suyo y del que dan cuenta decenas de filmes en los que la cámara no pudo más que caer rendida a sus pies. Esa Venus que es Loren ha encarnado asimismo la compleja y agraviosa condición de ser mujer, en un puñado de filmes por los que ha hecho historia como la tremenda actriz que es, lúcida, vibrante, bellisima, en activo y próxima a cumplir 88 años. Para celebrar su vida, dedicamos este Top #CineSinCortes a la eterna Sophia.

Sophia Loren en La vida ante sí, (2020)

Sophia Loren en La vida ante sí, (2020)


La ciociara
(Vittorio De Sica, 1960)

Cesira (Sophia Loren) vive con su hija Rosetta (Eleonora Brown) en Roma, donde tienen una tienda de abarrotes que es la base de su sustento desde la muerte del padre de familia. En 1943 la capital italiana es bombardeada por las tropas aliadas y sobrevivientes de este suceso, madre e hija abandonan Roma y parten hacia Ciociara, una provincia cercana de donde es originaria Cesira, en busca de mejor suerte. Al llegar, son recibidas con hospitalidad suma por los habitantes de la aldea y pasan una larga temporada en confort y tranquilidad, a pesar del gran contexto de guerra que asola al país y cuyas consecuencias alcanzan a su pacífico refugio cuando comienzan a escasear los alimentos. En esta estancia en Ciociara, Cesira conoce a Michele (Jean Paul Belmondo), un joven intelectual de ideas radicales que intenta hacerle la corte y a quien ella rechaza por estar dedicada en cuerpo y alma al cuidado de su hija.

Ante el avance de las tropas aliadas a Roma, algunos soldados alemanes llegan hasta la aldea y toman prisionero a Michele para que los ayude a escapar por las montañas; tras este súbito desencuentro y con la noticia de que Roma ha sido liberada, Cesira y Rosetta emprenden su viaje a casa. Pero la guerra de escala fratricida esparce aún su violencia a diestra y siniestra: mientras estas dos mujeres toman un descanso de su largo camino en una Iglesia, un grupo de soldados se apresta ante la situación y violan a madre e hija. El nefasto suceso deja a Rosetta catatónica y a Cesira impotente, de rodillas en el suelo, expectantes ambas de la injusticia que acaban de padecer y que les ha desgarrado la vida.

Este filme de alma neorrealista representó a Italia en la 34° edición de los Oscar, pero ante la incredulidad de que la película lograra incluso hacerse de alguna nominación por su extranjería, ni De Sica, ni el reparto, ni nadie de la producción se presentó a la ceremonia; no obstante, esa noche la Academia norteamericana otorgó el Oscar a Mejor actriz a Sophia Loren, era aquella la primera vez que se premiaba en esta categoría a una película de habla no inglesa. Otras importantes preseas reconocieron su trabajo por la interpretación de esta madre coraje:
Bambi, BAFTA, Cannes, Donatello, D’Argento… Así, fue este el papel que la encumbró como actriz.



Una giornata particolare
(Ettore Scola, 1977)
Discolocos

A más de una década de Ieri, oggi, domani (1963) o Matrimonio all’italiana (1964) películas hito de la pareja Loren-Mastroianni y en las que prima la comedia, pero un tanto más cercana en el tiempo del drama que ambos protagonizaron en I girasoli (1970), está la insuperable Una giornata particolare, que al igual que las tres anteriores fue dirigida por Scola. En Italia es un día muy especial, es 6 de mayo de 1938 y el gobierno fascista de Benito Mussolini ha dispuesto la capital entera para recibir a Adolf Hitler; en el hogar de los Tiberio, Antonietta (Sophia Loren) se ha levantado muy temprano para alistar a sus seis hijos y esposo para el magno evento, pues esta familia de clase media es fiel al partido y ha asumido religiosamente los mandatos del Duce, al igual que tantos otros italianos. A pesar de y debido a su consagración a la causa, Antonietta no asiste a los eventos en honor a Hitler, pues su papel como ama de casa le impone estar primero a disposición de los suyos que de sí misma y no alcanza a alistarse; para ella son ley las palabras de Benito: “Incompatible con la fisiología y psicología femenina, el genio es solamente masculino” y así ha asumido su subordinación.

Pero ese día que pasará a la Historia con mayúsculas se vuelve peculiar, singularísimo por el encuentro que sólo pervivirá en un par de memorias. Luego de que Antonietta despide a su familia por la mañana y se entrega a sus tareas cotidianas, tiene que correr al apartamento que está frente al suyo, en la otra torre del condominio, pues su ave a la que estaba por alimentar se ha escapado de la jaula. Del otro lado vive Gabriele (Marcello Mastroianni), un hombre que al igual que ella ronda los 40 años, pero que contrario a ella se ha quedado en casa por tener convicciones bien distintas a las del régimen, por el que además es perseguido debido a su homosexualidad. Imantados uno por el otro, los encuentros entre Antonietta y Grabriele se extienden a lo largo del día, pasando por el café de la mañana, algo que se confunde con un flirteo en los tendederos, la comida y finalmente la entrega amorosa de sus cuerpos. Estos aparentes polos opuestos, irreconciliables en sus ideas políticas y en sus preferencias sexuales, terminan estrechando sus existencias en la confidencia y ternura de ese día único, en la aplastante literalidad de la palabra: irrepetible.



La vita davanti a sé
(Edoardo Ponti, 2020)
Discolocos

Durante las últimas cuatro décadas, las apariciones en cine de Sophia Loren apenas exceden la decena de títulos en comparación con las más de 60 películas que se agolparon en sus comienzos. Entre ellos están las a menudo citadas Prêt-à-porter (1994) de Robert Atman, en que Loren comparte cuadro por última vez con Marcello, y el musical Nine (2000) de Rob Marshall, pero que a consideración de la crítica no resultan memorables. De forma muy distinta cabe hablar de su más reciente trabajo. En 2020, luego de varios años sin filmar, Sophia actuó bajo la dirección de su hijo Edoardo Ponti (el segundo hijo de su feliz matrimonio con Carlo Ponti, legendario productor y gran impulsor de la carrera de la actriz), con quien ya antes, en 2007, había realizado el cortometraje La voce umana en el que Sophia protagoniza el célebre monólogo homónimo de Jean Cocteau.

Esta cinta, tan propia de los tiempos que corren debido a la estrategia de su exhibición de breve estadía en cines y aún disponible en el gigante del streaming, convoca y evoca la eternidad de la Venus que encarnó en Loren. En La vita davanti a sé ella interpreta a Madame Rosa, sobreviviente judía del Holocausto y extrabajadora sexual entrada en años quien ya hace tiempo cuida a los hijos de otras trabajadoras sexuales para cubrir sus gastos, vive en la ciudad portuaria de Bari, en un barrio popular y multicultural debido a la fuerte presencia de migrantes entre los que se cuenta ella. Un día, mientras Rosa hace las compras con los dos pequeños que tiene a su cuidado, cruza su camino con Momo (Ibrahima Gueye), un jovencito de 12 años que le arrebata una de sus bolsas y a quien después tendrá que acoger en su casa por petición especial de su tutor, el Dr. Coen, quien es también médico de ella.

Momo es un chico difícil, marcado a su corta edad por el éxodo que emprendieron sus padres desde Senegal y aún más por el feminicidio de su madre en manos de su padre. A Momo la vida le ha mostrado su lado más duro y se ha hecho de un carácter andando en las calles, precisamente cuando es obligado a vivir con Rosa, él consigue su primer arsenal de sustancias con el traficante local para entrar en el negocio. A pesar de que al inicio la aversión es mutua entre Momo y Rosa, el tiempo se encarga de hacer lo propio y aproximarlos precisamente por las heridas de sus vidas y por su evidente fragilidad: él, desamparado, y ella, próxima a perder su lucidez debido a la edad, terminan formando una familia en la que se encuentran también los pequeños que viven con Madame Rose y Lola, la madre de una de ellos.

Tras algunos episodios en que la salud de Madame Rosa da muestra de un declive irrefrenable, ella le confiesa a Momo su pavor hacia los médicos y los hospitales debido a los abusos que sufrió de pequeña en Auschwitz y le pide que no permita por ningún motivo que la internen. Llegado el momento, para cumplir su promesa, Momo tiene que sacar a hurtadillas a Rosa del sanatorio y la mantiene en el sótano del edificio donde vive, en el lugar al que ella solía acudir en busca de paz y consuelo. Pero la vida, de nuevo implacable, hace una vez más lo suyo y por encima de este acto de inocencia y profundo amor de Momo, impone la muerte de Madame Rosa; empero, la existencia de este joven ya ha sido trastocada por la empatía, el cariño y el valor inigualable de contar con la confianza y el resguardo de alguien.