“Nacida mujer y condenada a sufrir intentando reprimir mis emociones, siento con más agudeza los diversos perjuicios a los que mi sexo está condenado a enfrentarse; y veo que los agravios que están obligadas a sufrir las mujeres las degradan tan por debajo de sus opresores que casi les hacen justificar esta tiranía, al tiempo que llevan a algunos filósofos superficiales a identificar como causa lo que solo es consecuencia de un ciego despotismo”.
María, Mary Wollstonecraft.
Son los últimos años del siglo XVIII, años de una turbulencia social y política tal que los historiadores datan en estas fechas lo que se conoce como Modernidad. En ese convulso tránsito entre épocas, en Inglaterra, una mujer, como tantas otras de la pequeña burguesía, sale de la casa paterna a través de un matrimonio que se le presenta como una oportunidad de libertad, sin embargo, la ficción cae pronto por el peso de la realidad: el marido es un vividor y carece de cualquier tipo de principios, pese a dar la impresión de ser un hombre emprendedor y gentil, fachada por la que ella y su familia lo creyeron un buen prospecto. Esta mujer, además de estar obligada a lidiar con los vicios del hombre, es despojada una y otra vez del dinero que recibe de un tío para solventar los gastos y adeudos que acarrea el modo de vida de su esposo.
Ella se llama María y forzada como está a todo lo que implica la vida conyugal, descubre un día que está embarazada, el hecho le renueva el ánimo sobre una vida marital que al menos estará sazonada por la llegada de un hijo, pero el despilfarro de su esposo no conoce límites y un día osa venderla por unas cuantas libras a uno de sus amigos. Para María esto significa el término de lo que está dispuesta a aceptar y determina poner fin a su matrimonio, pero ni las leyes ni la sociedad de su tiempo están a favor de su decisión, y su esposo, quien necesita de las sumas de dinero que ella recibe y recibirá como heredera de su tío, se encarga de perseguirla por todos los medios y amedrentarla para que vuelva con él, ni siquiera el hecho de recién haber alumbrado a su hija ponen un freno a su propósito y urde una trampa tras la que María se ve privada de su hija y encerrada en un manicomio para así poder despojarla de lo que posee.
Encarcelada en ese lugar, privada incluso del paseo en el jardín por estar diagnosticada como una enferma mental gravísima, María pasa sus días en la angustia de no saber nada de su pequeña hija ni del paradero de ella misma, un agobio que se acrecienta con los llantos y alaridos desalmados de las otras pobres personas que también se encuentran ahí, al borde siempre de perder efectivamente la razón. En este lugar, María conoce a Jemina, la mujer encargada de cuidarla y a través de ella, a Darnford, un hombre al que llevan con esposas por considerarlo de máximo peligro y de quien recibe los libros que la ayudan a hacer más llevaderas sus jornadas. Al trabar amistad con ambos, María descubre que Jemina ha sido víctima de los más terribles agravios: abandono, servidumbre, violación, miseria, discriminación, todos sucediéndose circularmente y todos debidos a la posición desfavorable que tienen las mujeres en sociedad, como ambas bien pueden apreciar. Por su lado, Darnford está ahí por causa de un tipo que buscó quitárselo del camino para hacerse de una herencia que le correspondía.
Los lazos entre los tres se estrechan gracias a la empatía que tienen por sus circunstancias, por comprender las injusticias por las que han pasado y particularmente en el caso de María y Jemina, se tiende una sororidad que parte de la conciencia mutua de saberse en desventaja en el mundo por el hecho de ser mujeres. Un buen día este trío prepara su huida de aquel lugar, María sabe que su hija ha muerto, pero está dispuesta a enfrentar al marido y reclamar lo que le pertenece, empezando por su libertad, y por qué no, hacer una vida con Darnford como pareja y Jemina como ama de llaves. Pero los tiempos en que vive María no son favorables a sus racionales y justificados sueños de libertad: lo que ella posee, al igual que ella misma, le pertenece a su esposo por ley; sus planes de vivir con otro hombre por quien siente amor y respeto son usados en su contra para acusarla de adúltera; y cualquier apelación hecha por ella a cualquier jurado, integrado siempre por varones, es rápidamente desechada por provenir de alguien que “por naturaleza” no puede tener nada propio, empezando por las ideas, ni osar a emanciparse del yugo que le corresponde “por naturaleza y ley”: el estar subordinada al hombre.
La historia de María fue escrita por Mary Wollstonecraft en 1798, el propósito de su autora, mujer de letras y filósofa inglesa, era ilustrar con historias de vida los argumentos que había esgrimido en su Vindicación de los derechos de las mujeres (1792), texto en el que Mary señala todos los oprobios a los que están sujetas las mujeres en la sociedad por el solo hecho de ser mujeres, como el depender siempre de un marido u otra figura masculina que las ampare; el no poder emplearse más que en trabajos de servidumbre o poca monta y tener nulas posibilidades para habérselas por cuenta propia; el ser tenidas por seres racionalmente inferiores debido a presuntas debilidades del carácter y vicios de la carne, que además, es lo único que se inculcaba a las mujeres en su educación: ser siempre dóciles y buscar ser siempre atractivas y útiles a los ojos de los hombres.
En diálogo con un referente indiscutible sobre la materia en aquella época, el Emilio de Jean Jacques Rousseau que en su último apartado habla sobre la educación de las mujeres cuyo único principio rector ha de ser el de servir a los hombres, Wollstonecraft señala los fallos: se dice que la mujer sólo tiene como misión servir al hombre puesto que es un ser de dudosa racionalidad y múltiples debilidades y flaquezas de temperamento, pero, ¿no será acaso que la mujer da muestras de todo esto precisamente porque se la ha educado para ser así, sumisa a veces hasta el límite de lo abyecto? Mary lanza el reto de educar a las mujeres tal como se hace con los varones, para forjar su carácter y alimentar su intelecto, y ver entonces si las féminas son realmente por naturaleza inferiores a los hombres. Para nuestra filósofa, la situación en la que socialmente se encuentra la mujer no dista en nada del esclavismo y otras formas de sumisión que en esa época estaban siendo puestas en duda, por la pluma y por las armas, como ella misma atestiguó durante la Revolución en Francia.
Feminista antes del feminismo, Mary no sólo avistó la desigualdad e inequidad inherentes a la posición de la mujer en su época, sino que apeló a derechos y libertades necesarios de ser reconocidos para mejorar su situación: acceder a una educación emancipadora que le permitiera ser sí misma y para sí misma, poder valerse de sus propios medios y en caso de estar siendo violentada en el seno familiar, poder apelar a la justicia y disolver cualquier obligación con su o sus agresores. No tenía por qué pervivir para la mujer la situación de servidumbre de la que el hombre moderno del Siglo de las Luces se había despojado al rebelarse contra monarcas y otros tiranos, tal era el razonamiento de Mary.
El mundo hoy es en apariencia distinto al que describe Wollstonecraft en su María: las mujeres ya no son obligadas a casarse o a permanecer atadas a un hombre abusivo y violento, al menos en la letra, y en el mundo poco a poco se ha salvado la brecha entre los hombres y las mujeres que acceden a la educación; no obstante, el cambio social y cultural que Mary vislumbró necesario para erradicar los agravios que pesan sobre las mujeres no es un hecho, sino un proceso que sigue en marcha a pesar de las resistencias y los atropellos. Los mismos, por cierto, que pesaron sobre la figura de nuestra escritora.
En vida, Mary Wollstonecraft fue una afamada intelectual, célebre por su Vindicación sobre los derechos del hombre (1790), una obra con la que entró en la discusión de la época sobre los principios e ideales de la Revolución francesa. Entre los hechos de su vida personal están que fue hija de una mujer abusada por un marido alcohólico y despilfarrador, hecho que la sensibilizó desde muy joven sobre la condición femenina; buscó ganarse la vida como institutriz, un modo de vida que le permitía cierta autonomía y además cultivar su intelecto, lo que después le permitió vivir como escritora; cubrió los hechos de la revuelta en Francia para un periódico y ahí se enamoró de un viajero norteamericano con el que tuvo una hija, aunque más tarde el desamor la llevó a intentar suicidarse; de vuelta a Inglaterra, conoció entre su círculo de intelectuales a William Godwin, precursor del pensamiento anarquista, con quien se casó y tuvo una hija, Mary Shelley ‒sí, la escritora de Frankenstein o el moderno Prometeo, madre de la ciencia ficción‒, pero Wollstonecraft perdió la vida once días después de dar a luz, un 10 de septiembre de 1797. Con 38 años, Mary dejó varios manuscritos inacabados, como es el caso de su novela María, así como algunos diarios que su viudo Godwin publicó como sus Memorias, un acto con el que buscó honrar la vida de Wollstonecraft, pero que resultó en la censura de su figura por más de un siglo debido al escándalo que supuso para la sociedad de la época la hija fuera del matrimonio y el intento de suicidio, entre otras supuestas muestras de libertinaje.
Feminista antes de que el término feminismo fuera apropiado por la lucha de las mujeres contra los múltiples agravios que padecen por su condición de desventaja en la sociedad, Mary vivió conforme a sus principios y fue casi borrada de la historia por ello. La misma lucha feminista ha reivindicado su figura, como la de tantas mujeres visionarias tantas veces silenciadas. Aunque inconclusa, su María, esa novela con la que buscó divulgar los pensamientos de avanzada que planteó en su Vindicación de los derechos de la mujer, es el testimonio de una realidad encarnada, de las injusticias que aún padecen cientos de mujeres y la necesidad de transformar la sociedad para emanciparlas.