No hay edad para tener o no una crisis existencial, pero las décadas son un fácil intento por agruparlas según la etapa de la vida. La llegada de los 30 parece ser una puerta a la realización adulta, con objetivos si no cumplidos sí fijados, y el no tener claro ni dos cosas a esas alturas es cuestión de escrutinio social y frustración interna.
No es casualidad que los que ahora mismo tenemos 30 (quien escribe estas líneas se encuentra en ese espectro) nos hallemos constantemente en una suerte de barco a la deriva, pues no es sólo la edad lo que interfiere sino la precariedad, en medio de la globalización de un mundo en el que muchos no ven esperanza ni sentido; esta situación la atraviesan de diversas formas tanto hombres como mujeres. En el caso de las segundas, los últimos relatos al respecto se han llevado al cine y a la televisión hasta volver cliché el personaje de la mujer de 30 con una vida en desorden y un carácter que la aleja de toda convención social y romántica, porque no desear lo que deberías de ser te convierte en una eterna adolescente desubicada, y la insatisfacción y el vacío pueden solucionarse con el matrimonio, los hijos o, ya a últimas, una mascota, como es el caso de La peor persona del mundo (2021), cinta noruega dirigida por Joachim Trier, en la que su protagonista Julie es todo lo que no debe ser una mujer a sus 30.
El filme con limpias postales de Oslo, presentada en Cannes -donde la actriz que da vida a Julie, Renate Reinsve, ganó por Mejor Actriz-, y nominada en otros festivales y premiaciones como Sevilla, los BAFTA y los cada vez más controversiales Oscar, ya es el ojo de elogios y críticas por doquier y por diversas perspectivas. En este Top #CineSinCortes, te mostramos algunos de los guiños, aciertos y desaciertos que hemos recogido de una de las películas más celebradas de los últimos meses y que aún puedes encontrar en cartelera: La peor persona del mundo, una historia contada en 12 episodios, un prólogo y un epílogo.
¿Que si el relato de la mujer (casi siembre blanca, tan privilegiada que tiene tiempo de enfrascarse en los dilemas de la vida) ya está muy visto? Puede ser, pero ¿acaso esas circunstancias tienen fecha de caducidad o son cosas del pasado?, ¿hay una época contemporánea en la que esto queda resuelto para no volver a tocarse el tema?, ¿existe algo de malo en hablar de ello hasta el cansancio? Si los protagonistas son hombres, parece que el argumento no cansa o no falla. Desde la literatura (y sus versiones fílmicas) están icónicos personajes masculinos treintañeros incomprendidos, como el Gatsby de Scott Fitzgerald o el Leo Percepied de Los subterráneos de Jack Kerouac , y sus perfiles del soltero de 30 con crisis y sueños pisoteados han sido repetidos incontables veces, porque ser un hombre así resulta hasta “humano” y su patetismo resulta hasta enternecedor. Pero una mujer con las mismas características se convierte en una insufrible, desorientada e histérica.
Lo de Julie es brincar de un lado a otro cuando la aburrición y el sinsentido la alcanza; va de una carrera a otra, un día quiere ser médico y al siguiente, fotógrafa (su acomodada vida le permite el lujo de poder decidir); también cambia constantemente de pareja, porque le gusta la sensación de sentir a flor de piel, porque deja de encontrar afinidades, porque goza de esos primeros acercamientos con alguien nuevo, de descubrir, a través de otros, cosas que ella no conoce de sí misma. En la vida y la cabeza de Julie no hay lugar para las certezas ni la realización, sino para las dudas, la insatisfacción sentimental, profesional y hasta sexual. También existen guiños a una generación que pide a gritos una disculpa que nunca llegará por parte de sus progenitores, por aportar de manera consciente e inconsciente a los estragos de un puñado de seres rotos. A pesar de que las relaciones de pareja son un eje de la narrativa, La peor persona del mundo no es una comedia romántica, sino una historia más acerca de cómo el no acceder a las convenciones sociales nos convierte en rechazados y bichos raros, insensatos, inmaduros y egoístas.
En una de las escenas, Julie se encuentra de fin de semana en casa de unos amigos de Aksel, su pareja (un artista gráfico mayor que ella); todos entrados en los 40, con matrimonios e hijos, que disfrutan de las tardes en el jardín degustando vinos, la someten constantemente a cuestionarios sobre si no le gustan los niños o si no pretende tenerlos, Aksel también comienza a insistir. Además, Julie se topa con que los amigos hombres de su novio constantemente tratan de explicarle cómo de verdad son las cosas en el mundo, porque ella, mujer y siendo más joven, no lo entiende. Ese mansplaining constante parece incomodar fuera de la pantalla a varias espectadoras, pues el hecho de que este personaje femenino (considerado como uno de los mejor dibujados en los últimos años) haya sido creado curiosamente por dos hombres, Joachim Trier y Eskil Vogt, causa bastante comezón: ¿acaso quieren explicarles dos hombres a las mujeres cómo es sentirse a la deriva a los 30 años?; seguido de que la perspectiva del personaje no representa a todas las mujeres, pues abarca sólo a mujeres blancas del primer mundo, pero no se puede hablar de lo que no se conoce; sería más falso y desafortunado que hubieran pretendido arrojar luz sobre las distintas interseccionales del feminismo, y no era el punto. Incluso se atreven a arrojar preguntas como: ¿se puede ser feminista y disfrutar de hacer sexo oral a los hombres en la era del #metoo? Sea como sea, el personaje de Julie funciona, no deja a nadie indiferente. Si es irritable por vivir en la indecisión infinita, egoísta por no querer ser madre o no conformarse con lo que su pareja en turno le ofrece, o si es una loca absurda por colarse en una fiesta privada para encontrar un poco de emoción en un día de lo más agobiante, puede ser. Pero el personaje no busca agradar ni causar empatía, sino simplemente muestra la perspectiva de lo que a muchas mujeres se enfrentan en la vida real, más allá de las características privilegiadas de la protagonista.