Sucedió en París, una primavera de 1913 el mundo cambió. En el Teatro de los Campos Elíseos, los más fervientes entusiastas de los Ballets Rusos se dieron cita para presenciar el estreno de La consagración de la primavera, ávidos de los retos de experimentación que se les ofrecían en las funciones de esa famosa compañía de ballet.
La respuesta de aquel público sigue siendo leyenda. Recién iniciada la función, comenzaron los abucheos, los gritos y hasta los golpes, pero también los aplausos y vítores. La mitad de la audiencia se sentía agredida por la música y danza tan raras y ajenas a cualquier canon conocido. La otra mitad, el público de mentalidad más abierta, supo que se encontraba ante el inicio de una nueva era en el arte, en el nacimiento de la modernidad; y estaban en lo cierto.
La coreografía, el vestuario, la escenografía, todo suponía un reto para el espectador, pero nada tuvo tanto poder de consternación y fascinación que la música que daba vida al ballet. El autor de esa extraña música era un joven ruso que hacía pocos años había captado la atención de Sergei Diaghilev, dueño de la compañía. Su nombre era Ígor Stravinski.
Aquella época en la que el apetito por las innovaciones era insaciable, tuvo en Stravinski a su hijo predilecto, porque no sólo fue un compositor prolífico que dominó prácticamente cualquier género musical, sino que también, con cada una de sus obras planteaba un nuevo riesgo estético.
Con motivo de un aniversario más del deceso de este genio ruso (el 6 de abril de 1971), en este Pantalla sonora nos propusimos recordar las tres orquestaciones más importantes que compuso para los legendarios Ballets Rusos, tres obras que muestran cómo había abandonado ya la tradición a la que pertenecía, y con ello transformaba su herencia tradicionalista rusa, para arrojarse en experimentos de orquestaciones con tintes impresionistas.
A este trío de ballets que prácticamente renovaron el género, sumamos otra obra más, una especie de eslabón perdido que hilvana las otras tres obras, para así comprender mejor esta etapa en la obra de Stravinski (conocida como su período primitivo o ruso), ésa que lo presentó al mundo como el más disruptivo compositor de su tiempo.
Esta obra significó el primer gran triunfo para Stravinski y la consolidación de la reputación de los Ballets Rusos. Con tan sólo 26 años (1910), el compositor dejó en claro su maestría en la orquestación y su originalidad desde el inusual comienzo de este ballet. Con los años, Stravinski extrajo varias suites diferentes para su interpretación en conciertos, como ésta que él mismo dirigió en Japón en 1959:
Compuesto entre 1910 y 1911, éste es el primero de los ballets de Stravinski que representa a la mitología folclórica rusa. La historia de un títere súbitamente dotado de vida combinó danzas y cantos populares rusos con los impresionantes juegos rítmicos de la música que dio paso a la música moderna. Aquí una interpretación completa de la obra que Stravinski imaginó interpretada por la Compañía Rusa de Ballet Bolshoi.
Como ya mencionamos, esta obra es ampliamente considerada el nacimiento de la orquestación moderna y vanguardista característica del siglo XX y uno de los escándalos más sonados de la historia de la música. Fueron sus ritmos salvajes y ácidos, los sonidos orquestales tan extraños para la época, en conjunto con la puesta en escena del ballet la que generó una revolución en su tiempo. El mismo Walt Disney se declaraba un ferviente admirador de esta obra a la que dedicó un espacio peculiar en una de sus películas animadas clásicas más importantes, Fantasía (1940).
Esta obra estrenada en 1909 se perdió durante la Revolución Rusa de 1917 y reapareció entre los manuscritos orquestales del Conservatorio de San Petersburgo hasta el 2015. El autor la compuso en memoria de su maestro Nikolai Rimsky-Korsakov. En ella, diversos especialistas encuentran el nexo entre la tradición y la modernidad en Stravinski. Según explicó el propio Stravinski en su autobiografía, en Canto fúnebre se arma un desfile de instrumentos, cada elemento de la orquestación va en procesión, como si portaran una corona de flores a la tumba del maestro.