Desde nuestra concepción, las personas atravesamos procesos transformadores que nos van moldeando. Nuestro contexto social, las palabras utilizadas por nuestros responsables de crianza para educarnos, mimarnos o hacernos saber que actuamos mal construyen nuestros deseos y expectativas al enfrentarnos al mundo. Entre todo lo que aprendemos entendemos que las cosas cambian, que el tiempo nos pone en otros lugares con otra gente y que la única certeza es el cambio. Sin embargo, esa claridad corresponde a los neurotípicos. Las personas con autismo anhelan lo inmutable, desean habitar una realidad que no cambie a cada instante.
Es por ello que sus procesos de comunicación e interacción social son distintos y casi siempre para sí mismos. De hecho, autismo deriva del griego autt(o), que significa que actúa sobre uno mismo. Aunque no se pueden hacer lecturas generales, sino caso por caso, es muy común que presenten poca empatía, dificultándoles establecer amistades, pero con el acompañamiento adecuado estas condiciones no son determinantes.
Mucho se dice que las personas autistas viven en su mundo, esta sentencia les excluye, puesto que vivimos en el mismo. Las alteraciones en su sistema cognitivo no les deberían de expulsar al espacio exterior, allá donde lo otro sucede. Más bien deberíamos sensibilizarnos como sociedad y convivir con la posibilidad de que no hay maneras correctas o incorrectas de habitar el mundo, sólo diferentes.
El poeta E.E. Cummings mencionó la palabra “unstrange” (no extraño) en un poema, personas especialistas en salud mental utilizaron este término para acercarse de una manera más respetuosa al Trastorno del Espectro Autista (TEA). A veces el lenguaje limita y esto lo resuelve la poesía expresando lo no conocido de manera más cercana.
Entender como personas no extrañas a quienes viven con TEA desestigmatiza y transforma los tratamientos que cada vez son más humanos. Una característica de este trastorno es la capacidad de hablar sobre un tema que les apasiona con mucho detalle y a profundidad, esto, con orientación psicopedagógica, les permitiría desarrollarse y destacar en diversos ámbitos de conocimiento. Y no es que las personas no neurotípicas deban “reintegrarse” a la sociedad, pero es una de tantas posibilidades, de transitar de ser un extrajero a un no extraño.
Como con diversas condiciones, el autismo ha ido cambiando de nombre y clasificación a lo largo de los años. En el primer Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) que editó en 1952 la Asociación Americana de Psiquiatría, aún no se incluía al autismo como un trastorno. Los niños que presentaban ciertas características se diagnosticaban con “reacción esquizofrénica de tipo infantil”. Pese a que pasaron 20 años, en el DSM II tampoco se le incluyó, fue hasta el DSM III (1980) que apareció como una entidad diagnóstica bajo el mote “autismo infantil”.
En el DSM-V, la versión más actualizada, ya se habla de Trastorno del Espectro Autista (TEA) que incluye los cuatro subtipos vigentes entendiendo que no es un trastorno generalizado sino un espectro. También se aclaró que no hay una edad específica en la que se presentan los síntomas, sólo que éstos inician durante las primeras fases del período del desarrollo. Para mejorar el diagnóstico, se integraron especificaciones de gravedad que van del leve al severo.
Que el diagnóstico sea más especializado se traduce en tranquilidad para las personas con TEA y sus familias, puesto que saber qué sucede ayuda a encontrar vías de acción y entre más pronto inicien, mejor.
Se ha relacionado al autismo con el color azul pensando en el mar y relacionándolo con el temperamento de las personas con TEA ya que puede estar tranquilo y después mutar a un mar inquieto e intempestivo. Recordemos que estos cambios no son espontáneos, más bien son una respuesta a estímulos exteriores a los que las personas con autismo son más sensibles.
Bajo el lema “Un feliz viaje por la vida” este año el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo (2 de abril) busca poner el foco en el derecho que las personas autistas y sus familias tienen de disfrutar en igualdad de condiciones su vida.
Informarnos es un primer paso para sensibilizarnos sobre el tema, pero nada importante ocurre en lo individual. Es necesario impulsar una agenda en la materia dentro del ámbito público, donde sociedad civil y todo el aparato del Estado trabajen en la creación de condiciones óptimas para el desarrollo humano. No hay salud mental sin justicia social.