Por: Arody Rangel

El antihéroe. Fiódor Dostoyevski

Desde Alexandr Pushkin hasta Vladímir Nabokov, de la nación más grande del mundo han emergido grandes cumbres de la literatura universal. Una de ellas −tremenda, escabrosa, inquietante, oscura, profunda, atormentada− es Fiódor Dostoyevski, quien se disputa con León Tolstoi el apelativo de “la mejor pluma de Rusia”. En sus relatos encontramos un meticuloso retrato de la sinuosa y compleja naturaleza humana, resultado del fino examen de un psicólogo y de los agudos planteamientos dignos de un filósofo, ni más ni menos.

Este genio apesadumbrado, bebió de sus propias experiencias para entintar su pluma: Pobres gentes, considerada la primera novela social rusa, está inspirada en la muerte de su padre en manos de sus siervos; en El jugador aparece el vicio al juego y a las apuestas del propio Fiódor y Polina, su dulce tormento; Apuntes de la casa muerta se debe a la condena a trabajos forzados que cumplió en la prisión en Siberia. La vida misma del autor parece sacada de la ficción y a estos avatares se suman las aristas de su personalidad: hombre agobiado, siempre al borde, creyente, afectado por la epilepsia.

Crimen y castigo y Los hermanos Karamasov son las dos novelas con las que Dostoyevski ha pasado a la historia. En la primera, la confesión de un asesino; en la segunda el héroe de nuestro autor, Alexéi Fiódorovich Karamásov, y su peculiar visión de la vida y del mundo; el realismo psicológico de estas novelas marcó la pauta de una nueva narrativa literaria: no estamos frente a los hechos sino dentro de las mentes de los personajes, en sus intenciones y emociones, en sus ideas y fantasías, la grandeza de Dostoyevski estriba en habernos mostrado sin mesura y sin censura el alma humana, con su crudeza y fealdad características.

El manifiesto literario de Dostoyevski son los Apuntes del subsuelo, una novela menos monumental, pero de igual peso y agudeza, que bien podría introducir a cualquiera al universo del autor. Del subsuelo emerge el antihéroe, el hombre sin más -ni menos-, una voz anónima, la voz del hombre de finales del XIX, el desencantado del progreso y del desarrollo, el de la masa que aspira a lograr algo alguna vez, pero que está condenado a fracasar siempre. Esta voz grita de rabia, grita la miseria de su existencia y la vileza de sus acciones, qué más le queda.

El perdedor del subsuelo posee, sin embargo, una conciencia aguda, en su visión de la época se transparenta la crítica del autor a los ideales de virtud y de éxito de sus contemporáneos; en las acciones inútiles y cobardes del hombre del subsuelo hay una mueca de desprecio. El antihéroe tiende la mano al hombre de a pie, le ofrece el reflejo de una de sus posibilidades, casi extinta: ser, existir al margen de lo que le han impuesto, infeliz pero auténtico.