En el camino hacia el siglo XX, el mundo se vio envuelto en un dramático espiral de cambios. Evoluciones políticas, científicas y culturales transformaron fundamentalmente el sentido de la realidad, y el arte también hizo lo propio. En la pintura, fueron Mondrian y Kandinsky quienes cambiaron las percepciones de la realidad al sustituir arte impresionista por signos que interpretaran un mundo concreto; colores de la naturaleza con colores simbólicos; representación por abstracción… y así emergió el arte abstracto. En 1944, mientras la Segunda Guerra Mundial continuaba con creces, ambos artistas fallecieron con un legado asegurado y varios centenares de obras expuestas. Sin embargo, hubo una artista que falleció ese mismo año y cuyo trabajo aún se mantenía oculto entre las sombras… Hilma af Klint, la pintora del futuro.
A lo largo de seis décadas de trabajo, Klint produjo cientos de obras y miles de anotaciones que más que revelaciones, generaban preguntas importantes y adelantadas a cualquier artista que pudiera ser un referente del arte abstracto e incluso mostrándose como el génesis de ideas que vendrían después para los ya citados Kandinsky y Mondrian, o Albers e incluso el afamado Andy Warhol, pero Hilma basó la obra de su vida en el cosmos, las dualidades y las energías.
Nacida en Solna, Suecia en 1862, Hilma af Klint fue una de las primeras mujeres en estudiar en la Academia Real de Bellas Artes en Estocolmo, además con una muy destacada participación, y realizando sus primeros trabajos con obras que sabía, le vendrían bien a su bolsillo. Botánica, paisajes y retratos fueron los primeros encargos – y exposiciones – de Hilma, sin embargo, ella no estaba conforme, un aura la invadía y la incitaba a girar el timón; su particular interés en el espiritualismo y las ciencias de la época alimentaban su sed y su pincel para generar nuevas ideas.
Sin distinción entre el cristianismo, la teosofía o el rosicrucianismo, Hilma pronto inició un grupo llamado The Five, en donde ella y otras cuatro mujeres más se reunían para intercambiar ideas, conocimientos y visiones espirituales para después plasmarlas en lienzos variados.
La técnica de pintura que utilizó, varió a lo largo de su carrera. Lo mismo utilizó la acuarela y húmedo sobre húmero para después probar suerte con la aplicación de óleo con pan de oro. La primera le ayudaba sobre todo a plasmar sus ideas espirituales, y la segunda, a evocar lo sagrado.
En el legado central de su vida, Hilma af Klint no fue discreta. Una serie monumental que le tomó nueve años completar deja muy en claro quién era, qué veía, qué buscaba…
En 1906, un guía espiritual dejó una comisión para Hilma con un objetivo muy claro: Diez pinturas de una belleza paradisíaca habían de ser ejecutadas. Dividida en grupos y subseries, esta obra finalmente compuesta por 193 trabajos fue radical y extra ordinaria en todo el sentido de la palabra. Descomunales tamaños de los cuadros – algo raro para la época -, colores vibrantes y audaces, contrastes entre ángulos y curvas, luces y sombras, esta colección representa, a través de un lenguaje sacro/geométrico las etapas de la vida, desde la infancia hasta la vejez, combinando elementos que derivan de figuras de la naturaleza como plantas y animales. La obra está llena de elementos característicos de la artista, como los trazos en constante movimiento, dualidad, un ir y venir de energías e incluso, conflicto.
En el primer segmento de esta vasta serie es clara la abundancia, sobre todo, de dos colores, el amarillo y el azul. De esta manera, Klint representaba a la mujer (azul) y al hombre (amarillo), siendo el verde, un resultado de ambas energías.
Usando la antroposofía y la teosofía, doctrinas que defendían que en el origen del universo había unidad y que a través de la creación la unión se quebró, por lo que la vida consiste en traer de vuelta la unión a través de las fuerzas rotas, este grupo es una búsqueda de cercanía predominada por la secuencia espiral de Fibonacci.
El eje de este grupo es el constante conflicto, luz, sombra, vida y muerte. El folclore de la mitología nórdica era una constante en ese punto de la vida de Hilma, hecho que pudo desencadenar en la elección de los cisnes para la criatura de sus cuadros.
Sin embargo, lo que comienza con dos criaturas perfectamente definidas, evoluciona, colisiona, se descompone y de repente, a las composiciones de cisnes se integran líneas y curvas, hasta resultar en figuras abstractas que sintetizan las aves al blanco y negro, y luego, simplemente, se regresa a la abstracción de la dualidad.
Los diez mayores son uno de los grupos más exhibidos de Hilma, con justa razón, el manejo de colores para representar las etapas de vida, así como el juego entre las figuras, vuelven de cada uno de los óleos una experiencia vibrante y solemne, que de verse en vivo, debe tener un sentido distinto de realidad, en donde fácilmente podríamos volvernos parte de la materia que viaja a través del tiempo y del espacio.
Hilma af Klint dejó estipulado que su obra no se exhibiera hasta después de 20 años de que ella falleciera pues, de acuerdo con la pintora, el mundo no estaba listo para entender su obra. Las ideas de Klint, cristalizadas en figuras geométricas, viajaban hacia un sentido más amplio, en donde la dualidad no era buena o mala, sino simplemente se comprendía fuera de la jerarquía de uno mejor que otro. ¿Quiénes somos dentro de una perspectiva cósmica?, ¿Qué significa estar en este mundo?, ¿Cómo es que todo parece encajar perfectamente? Su historia póstuma se ha escrito y borrado numerosas veces, los libros que fungen como guías para entender sus obras suman más de 26,000 páginas y vale la pena recordar que, mucho más allá del espectro visual, el legado primordial de Hilma fue su inmensa valentía.