Desde que allá por los años 70 se registran los anales del libro electrónico, se vaticinaba una merma, o incluso desaparición, del libro impreso, peligrando así no sólo las jugosas ganancias del mundo editorial sino la experiencia para el lector de palpar la encuadernación, de oler las hojas nuevas y de esta sensación de ir midiendo el avance de nuestra lectura y cómo el separador se acerca cada vez más a la contraportada. Alguna vez José Emilio Pacheco dijo que el gran peligro para los libros impresos no era el libro electrónico ni el internet, sino la sobreabundancia porque nadie tiene el tiempo suficiente para leerlo todo, como los personajes atormentados de la Biblioteca de Babel de Borges que, o morían, o enloquecían buscando un libro en la inmensidad de ese universo de todos los conocimientos habidos y por haber.
Siempre habrá un libro esperando por nosotros y siempre habrá libros nuevos qué leer contando una y otra vez las mismas historias, pero en diversas formas y frente a lo nuevo (que no siempre es mejor) está lo de antaño, los libros clásicos y no tan clásicos, los descontinuados, los de primeras ediciones o de raras ediciones, los de sellos hoy día desaparecidos, los que recuerdan a veces más a la biblioteca pública que siempre tuvo un gran abanico de posibilidades para leer y releer sin tener que gastar ni un peso, aunque bajo la advertencia de saber que eran prestados. Para todos esos amantes de los libros que cuentan una historia, además de las que están escritas en sus páginas, existen las librerías de viejo, esos sitios que albergan precisamente eso, libros de segunda, sexta o hasta décima mano.
Pero lejos de pensar que estos sitios son altos faros donde los petulantes se piensan rescatistas de la llamada alta cultura, pensamos en los libros viejos como tesoros que nos reencuentran con otros mundos, libros que han vivido en otros sitios, que han pertenecido a alguien más y que tienen la oportunidad de seguir pasando de mano en mano y llegar a las de otros, los que buscan y rebuscan, los que coleccionan. Citando a Irene Vallejo y su ensayo El universo en un junco “En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo” y en ese mismo acto “la pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad”.
Para aquellos coleccionistas no sólo de las historias dentro de los libros, sino de libros con historia, están estas librerías de viejo, que abundan, aunque escondidas, en esta ajetreada Ciudad de México. En esta ocasión hablaremos de una en particular: La Murciélaga.
Ubicada en sus inicios en la Narvarte, recientemente se mudó al número 7 de la calle Gobernador Ignacio Esteva, en la San Miguel Chapultepec y es ahí donde nos fuimos a encontrar una discreta entrada que resguarda libros de todos tipos, y cuya selección está íntimamente ligada con los gustos y profesiones de sus fundadores. Allá por 2018, cuatro amigos decidieron montar esta librería a partir, primero, de sus bibliotecas personales, y también de la proeza de la cacería de tesoros. Entre el ensayista y poeta Luigi Amara (La escuela de aburrimiento, Historia descabellada de la peluca y El paraíso de las ratas); el escritor, realizador de cine (Ciudad herida, Sin tregua) y fundador del sello Sexto piso, Diego Rabasa; Óscar Benassini, editor de publicaciones sobre arte como La Tempestad y Caín; y el artista plástico chileno Guillermo Núñez, iniciaron esta aventura de la librería de viejo.
Con este breve desfile se puede entender la variedad de libros que se encuentran en La Murciélaga, nombre que hace honor a los mamíferos voladores que se comen a las polillas que invaden las viejas bibliotecas, haciendo así, sin quererlo, el papel de guardines de los libros.
Esta librería te recibe en la entrada con baúles llenos de pequeños tesoros desde 50 pesos. Nada mal, porque buscándole y con suerte, te topas con algo interesante. Si cruzas la puerta te llevará por un largo pasillo en donde primero verás libros de literatura de autores anglosajones, como los clásicos de Truman Cappote, John Dos Passos, Scott Fitzgerald, William Faulkner, James Joyce, Irving Wallace, Arthur Conan Doyle o Joseph Conrad. Mientras avanzas, está el estante de la literatura hispana donde figuran libros de Elena Poniatowska, Enrique Vila-Matas, Guillermo Fadanelli, José Agustín, Carlos Fuentes, Alberto Ruy Sánchez, Rosario Castellanos, Antonio Machado, Mario Bellatin o Laura Esquivel, incluso por ahí se esconde un compendio de obras completas de Jorge Luis Borges y otro de Julio Cortázar.
En el muro contrario se encuentra una de las especialidades de esta librería de viejo, la sección de filosofía con los imprescindibles de Karl Marx, Ortega y Gasset, John Locke, y también con obras de Enzo Paci, Adolfo Sánchez Vázquez y Bertrand Russell. Unos pasos más y das con una cueva donde coexisten los libros para coleccionistas, desde ejemplares escritos o impresos en otros idiomas como el italiano, el inglés, el francés y el alemán; algunas publicaciones curiosas como periódicos, suplementos y revistas; y los libros de arte para todos los gustos, como de los grandes maestros del paisaje mexicano, y los pintores Agustín Lazo, Marc Chagall o Edvard Munch, del fotógrafo Paul Outerbridge o el ilustrador Andrew Loomis.
También hay aquí varias rarezas entre todos sus estantes, como Los putrefactos de Dalí y Lorca, un libro que rescata una serie de dibujos de Salvador Dalí que nunca vieron la luz y que se pensaba fuera acompañados de un prólogo que sería escrito por Federico García Lorca, mientras coincidieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid y que evoca los años en que eran amigos, mucho antes de no serlo más. Además, hay algunos comics importados desde Japón y escritos en su idioma original. U Óyeme con los ojos, un libro que bien se subtitula Sor Juana para niños. También hay una sección para los que gustan de los temas científicos. Y otra más para los que buscan algo de emoción con libros de thriller, terror y ciencia ficción, con autores como Stephen King, Bram Stoker, Agatha Christie, Anne Rice, Lovecraft, Alfred Hitchcock, Teófilo Gautier o J. J. Benítez.
La Murciélaga abre de lunes a domingo de 12:00 a 20:00 horas (de 13:00 a 19:00 horas los fines de semana). Lleva tiempo de sobra para perderte entre sus estantes y poder curiosear a gusto. Y de vez en vez tienen ventas especiales, talleres o lecturas en público. ¿Qué no vives en la Ciudad de México? No hay problema, a través de sus redes sociales Instagram y X (antes Twitter) puedes ver parte de su acervo y comprar lo que desees agregar a tu colección, además de enterarte de sus eventos.