Mujeres grungy, jeans en una pasarela, una mujer usando traje y el sombrero tipo casquete de Jackie Kennedy resonaron en la pasarela y en sociedad por lo disruptivo, por lo poco esperado, por ser elementos que nadie necesitaba, pero que de la noche a la mañana, deseaban.
Donegal, Irlanda, siglo XVIII. Las tierras isleñas comienzan a ser visitadas por fabricantes de telas, quienes descubren una raza particular de oveja que vive en esta región y cuyo pelaje es largo, grueso y más tupido que el de otras especies. A poco más de 600 km. al norte, una historia y recursos similares inspiran también a Escocia, que en este material encuentra calor y protección para soportar los climas húmedos y fríos del norte. Así, entre mezclas de fibras y pigmentos naturales, surge el tweed, un tejido único realizado en diagonal y hecho de manera artesanal que brinda calor y repele el agua gracias a lo cerrado del entretejido. Para el siglo XIX, la aristocracia encontraría, como siempre, la forma de popularizar un elemento básico y transformarlo en un símbolo más de estatus.
Cerca de cien años después, Hugh Grosvenor, segundo Duque de Westminster, deslumbra a Coco Chanel por su elegancia y sobre todo, por su traje de caza, una chaqueta de lana con corte recto que, con una mirada elegante, aportaba gran comodidad y protección a los drásticos climas, un auténtico traje de tweed. Gabrielle no sólo lo haría parte de su guardarropa, sino que años después, lo volvería, sin saberlo en ese momento, una de las piezas más icónicas de su marca de lujo.
Para 1983 the ultimate chameleon, el kaiser de la moda, Karl Lagerfeld, místico, enigmático hombre de blanco y negro, se une a la historia de Chanel con trajes hechos a la medida de Caraceni y una imagen fuerte y emblemática. En su trayectoria por la firma de Gabrielle, remarca la visión de la fundadora, y juega constantemente con colores y estampados que vuelven de esta chaqueta un clásico siempre contemporáneo, siempre versátil, un éxito casi seguro y el ready to wear por excelencia de la firma.
Con gran habilidad para el dibujo, Lagerfeld creaba prendas y patrones en menos de cinco minutos, algunos se quedaban, otros se deshechaban, algunos eran tendencia y otros perduraban en el íntimo recuerdo de los conocedores. ¿Qué habría pensado de no sólo hacer los patrones en computadora, sino hacer un diseño, una campaña completa, y más aún, una fashion week exclusivamente utilizando la IA?
Sólo lo disfruto si puedo pintarlo, es como crear una obra de arte, no me gusta tener que estar sentado frente a un ordenador tecleando.
Casi parece que hablaba sabiendo el futuro, o al menos podía suponerlo. Su paso por Fendi y otras muchas marcas de lujo no era en vano, estaba acostumbrado a convivir con lo último en tenclogía desde sus inicios; pudo ver sus alcances cuando las máquinas de Intarsia, una técnica capaz de hacer dibujos en el tejido mediante cambios de color con un límite de hasta 12 colores, quedaban en el pasado y ahora la misma sudadera podía tener 50 nuevas posibilidades de color. Hoy, eso ya no es suficiente, hoy, las posibilidades resultan infinitas.
Hoy tienes que hacer lo mínimo para mostrar lo máximo. No se equivocaba, sólo no tenía un vívido referente de qué tan mínimo podría llegar a ser. Hoy, esta inteligencia, palabra favorita en los últimos años, tiene la capacidad de aprender de los errores y adaptarse al entorno. Con una base de menos de 100 fotografías, el sistema Watson de IBM es capaz de detectar patrones, destacar hits de ventas y colores con mayor atracción hasta crear un borrador con un éxito casi asegurado. Vaya ironía, casi parece que Coco y Karl fueron en su momento aquella inteligencia que logró con el tweed lo que hoy la IA logra con marcas y campañas completas.
Hoy, marcas de fast fashion como Stradivarius o Bershka han creado sus campañas publicitarias con IA en su totalidad, desde los colores hasta los modelos (humanos y textiles). Farfetch, la plataforma de compras de marcas de lujo, ya cuenta con una Tienda del Futuro, misma que permite escoger colores y tallas para hacer el check-out sin cargar con las prendas.
En abril de este año, Nueva York fue sede de la primera semana de la moda de la IA, un momento en donde el potencial de la inteligencia artificial fue el centro de interés, seguido, por supuesto, de aquellos diseñadores emergentes. Aún es un tema inexplorado, aún atraviesa álgidos altibajos entre si reemplazará o no, no sólo a diseñadores o modelos, sino a la humanidad misma.
No sabremos lo que Chanel o Lagerfeld habrían hecho bajo estas circunstancias, si se habrían unido al juego o formado parte del partido opositor, pero tampoco sabíamos que nuestros destinos se verían marcados por la automatización de cada pequeño proceso, incluso el creativo, y sólo queda esperar con gran expectativa lo que las nuevas mentes revolucionarias tienen para ofrecer y cómo el humano, una vez más, se ve motivado por su instinto de supervivencia para adaptarse a una realidad que parece sacada de una novela de Wells.