Por: Arody Rangel

La historia es nuestra y la hacen los pueblos. A 50 años de indecible y necesaria memoria


“11 de septiembre de 1973. Apenas recuerdas ahora cómo era Santiago aquella mañana, apenas la sucesión de calles grises envueltas por la niebla. La ciudad esa mañana, te digo, era un espacio incierto, incógnito, y de pronto todo es militar, los árboles, el parque, la vida y sobre todo la muerte. Cómo contarlo todo si se te agolpan las imágenes y duelen, porque sabrás que ese día se nos rompió el tiempo y fue destrozada la memoria para siempre”.

Acta general de Chile, Miguel Littin

Indecible el hecho del que se cumplen 50 años, indecible, inenarrable, quizás incluso inconfesable, porque no hay palabras que alcancen y tampoco entraña para decir que ese día los militares se hicieron de las calles de Santiago de Chile, se hicieron del poder por la fuerza, con lujo de violencia, ellos que representaban el escudo marítimo, terreno y aéreo del país se ensañaron primero contra un solo hombre, bombardearon el Palacio de La Moneda en el que la defensa contaba apenas una decena de hombres incluido el presidente de la república, Salvador Allende. Contra él. Ha pasado a la historia el discurso que dio a su pueblo ese mismo día cuando supo lo del golpe y tal como dijo, se quedó hasta el final, encendido e irrenunciable luchador social, porque sólo con la muerte podrían arrebatarle la potestad que había recibido del pueblo tres años atrás.

A ese día negro siguieron los muchos otros que suman 17 años de la dictadura militar que vivió Chile bajo la bota de Pinochet. Y como en ese día negro, en los que siguieron bajo el régimen también ocurrieron incontables e indecibles hechos. Mas, precisamente por eso, por ser incontables e indecibles, para el pueblo al que atañen en primera persona, al chileno, son vitalmente necesarios de contar y de decir, sí: enumerar a las presas y los presos políticos, a todas las personas que fueron desaparecidas por ese Estado que institucionalizó la brutalidad, a las personas obligadas al exilio y a quienes dentro de su país vivieron la miseria de sobrevivir el hambre y la violencia; sí: enunciar con lujo de detalle cada uno de esos crímenes. Porque con ese arrebato y esa destrucción de vidas quería acallarse el hecho de haberle robado a ese pueblo su libertad y sus derechos, acallarlo y legitimarlo. Contar y decir, enumerar y enunciar exige la memoria para no olvidar y para no claudicar.

Políticos, líderes sociales, intelectuales y artistas conformaban el detallado listado de personas no gratas para el régimen pinochetista, entre ellas, quienes no fueron eliminadas por la violencia, como fue el caso del poeta Pablo Neruda, fueron expulsadas del país, obligadas a un exilio innegociable. En ese otro lado de la misma violencia estuvo el cineasta Miguel Littin.

Littin es uno de los exponentes del Nuevo Cine Chileno de la década de los 60 y realizador clave del llamado Nuevo Cine Latinoamericano por la cinta El Chacal de Nahueltoro (1969). Durante el gobierno de Salvador Allende fue director de Chile Films, empresa dedicada a la producción cinematográfica y televisiva de carácter estatal hasta 1980; en los años de Allende rodó el documental Compañero presidente (1971) y el largo de ficción La tierra prometida (1971-1972). Estos datos bastan para entender la antipatía de la dictadura hacia el cineasta. Miguel pasó los años del exilio en México y España, países donde continuó su obra cinematográfica, pero al igual que muchas otras de las personas expatriadas, él quería volver a su país, con su familia, y para afianzarse también a la resistencia popular que desde 1973 azoraba al régimen. Ese deseo era imposible de realizar por la vía de lo legal, sólo la clandestinidad de riesgo máximo podría ser una opción y él la tomó.

Era mayo de 1985, Miguel Littin logró entrar a un Chile sitiado con una carta de identidad falsa: hombre de negocios uruguayo. Estuvo en ese país, que geográficamente se halla en las antípodas del mundo y en ese momento en las antípodas humanas de la barbarie, durante casi dos meses. Coordinado con un equipo de producción audiovisual de nacionales y extranjeros, y so pretexto de realizar filmaciones para promover el turismo, el cineasta clandestino registró de punta a punta la realidad que se vivía en su país bajo la dictadura. El resultado es el documental Acta general de Chile, que tiene dos versiones: una miniserie de cuatro horas de duración hecha para la televisión y un largometraje de dos horas para la pantalla grande.

El Acta general es una panorámica que va de las calles en Santiago de Chile donde los dejos de prosperidad caen bien pronto al notar la vigilancia militar en cada rincón y cada esquina, a las comunidades mineras de la costa donde las personas fueron reducidas a la pobreza y la miseria extremas. Va de la indignación que causa encontrar el Palacio de La Moneda remodelado y reluciente a una década del atroz bombardeo, como si algo pudiera borrarse con eso; a la casa de Neruda en Isla Negra, donde encima de los cercos que colocó el régimen para prohibir el acceso, las personas inscribieron palabras que insisten y hacen ver que nada de lo sucedido se ha de borrar.

Acta general va también de los testimonios. Está el de un hombre que se unió a las fuerzas secretas y que tan pronto asistió a la primera tortura entendió que no podía renunciar nunca por temor a ser inmolado así, sin otra convicción que el terror. Está el de la gente que, a pesar de todo, abrazó la esperanza de recobrar lo que le había sido arrebatado, de que en el futuro existiese para todas y todos la libertad; de quienes se organizaron para paliar las violencias cotidianas de no tener qué comer ni dónde dormir y también de quienes combatieron fácticamente al sistema, como los del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Está el de los sobrevivientes al ataque del 11 de septiembre, Miriam Contreras, Danilo Bartulin y Oscar Soto, miembros del gabinete que acompañaron a Salvador Allende en esas horas críticas, injustas, funestas; y también el de su viuda, Hortensia Bussi, y el de personajes como Gabriel García Márquez y Fidel Castro, quienes hablan sobre el carácter de aquel hombre y de sus convicciones.

Tenemos el Acta general de Chile porque, obvia decirlo, Miguel Littin salió vivo de esa arriesgada inmersión clandestina a su país. La noticia no se hizo esperar y uno de los primeros en reaccionar fue el escritor colombiano Gabo: el ya entonces Premio Nobel pidió entrevistarse con el cineasta para saber todos los detalles sobre su clandestina hazaña y el resultado de esas conversaciones fue la publicación por entregas en el diario El País de lo que hoy se conoce como La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile (1985). Tanto las páginas de García Márquez como el documental fueron prohibidos en Chile, del libro se quemaron cientos de copias y del documental no se podía ni hablar; ese documental, por cierto, fue editado en España, donde casi fue interceptado por el régimen y, cuando vio la luz en 1986, se saboteó su visionado en países como Argentina.

Hay, entre las horas de metraje y las páginas de Gabo periodista, historias aún por contar y presencias aún por des-cubrir. A este llamado acude el documental Miguel Littin, clandestino en Chile: La historia completa del realizador argentino Francisco Fasano, el aliado fundamental de Littin en aquella aventura arqueológica y cinematográfica que culminó en Acta general de Chile. El documental ofrece los testimonios en primera persona de Littin y Fasano sobre esas seis semanas de rodaje, esas memorias personales completan el cuadro más amplio de la memoria histórico-política, hablan del acecho y el miedo constantes, de los avatares de la filmación, de las reuniones secretas con militantes, incluso de la experiencia personalísima de Littin de haberse fingido otro al grado de no ser reconocido por su propia familia.

“La historia es nuestra y la hacen los pueblos”, esas palabras de Salvador Allende interpelaban a su pueblo ese 11 de septiembre de 1973. A 50 años, esas palabras nos interpelan por la escala mundial de los hechos, porque la violencia no cesa e insiste en imponer olvido, por eso hay que hacer memoria. A la memoria de estos hechos Canal 22 dedica su pantalla con la transmisión de Miguel Littin, clandestino en Chile: La historia completa, el lunes 11 de septiembre, a las 22:00 horas, seguida de otros programas especiales.