En su libro Todos deberíamos de ser feministas, la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie habla de cómo en un país como el suyo, un asunto como el feminismo se dice que no es parte de su cultura y se entiende como algo fuera de lugar en la sociedad, una mala señal en una mujer, algo que no se dice con orgullo. Entiéndase que, para ellos, el feminismo es cualquier mínima cosa que implique atentar contra el patriarcado y donde las feministas son vistas como mujeres infelices, o mujeres que no quieren a los hombres, influenciadas por los discursos occidentales, todos ellos antiafricanos. El asunto empeora cuando nos damos cuenta de que este repelo al feminismo, incluso de parte de las propias mujeres, no se limita a ciertas culturas con costumbres más arraigadas y menos abiertas hacia nuevas formas de pensamiento, como en África, Medio Oriente o gran parte de Asia. Como si los derechos humanos fueran sólo una cuestión de occidente. Cual sería la sorpresa al encontrar que, a pesar de años de lucha social de las mujeres por alcanzar la emancipación y conquistar sus derechos frente a los hombres, aún en occidente siguen permeando disertaciones reaccionarias. Como el mil veces escuchado en México, “feminazis”, término peyorativo con el que, sobre todo hombres, suelen considerar que alzar la voz en pro del cese de la violencia de género y la búsqueda de equidad de condiciones es comparable solo con las acciones de lesa humanidad cometidas por el ultraderechista Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán durante la primera mitad del siglo XX. Vaya alteración de la realidad.
También las feministas son, como le gusta hacer al patriarcado, un estereotipo más. Para ellos las mujeres feministas no se maquillan, no se casan, no se depilan ni usan tacones; quizá tampoco tienen hijos, porque si están a favor del aborto es claro que no les gustan los niños.
La cuestión es que esta visión negativa del feminismo como algo ajeno al deber ser y peligroso, no es propio sólo de algunas culturas: el patriarcado impera de modo sistemático en todas ellas, a lo largo de la historia, en todas geografías, civilizaciones, modos de vida y estratos sociales. Y el feminismo sí, lucha contra el patriarcado y el machismo, pero estos no subyugan sólo a las mujeres, sino que también son los propios hombres reos de este mismo sistema sin tener reparo en ello. En este Librero dedicamos el espacio a tres novelas escritas por mujeres de distintas culturas y nacionalidades, ambientadas en distintas épocas y contando también distintas historias con un punto en común: la violencia a la que han y siguen siendo sometidas las mujeres, historias que dejan claro que lo que cuentan no está tan lejano de nuestra realidad y que nos recuerdan que el camino labrado no es aún el pavimentado que buscamos para las futuras generaciones.
Cabe destacar que, si ninguno de estos títulos viene con el estandarte de novela feminista, Temporada de huracanes es quizá la que más podría alejarse del adjetivo. La novela es casi policial y lo que la demarca es la violencia en muchas de sus formas. El relato abre con tres adolescentes que corren por el cerro jugando y en un canal encuentran el cuerpo putrefacto de una persona a quien apodan la Bruja. No hacen falta muchas pesquisas, las múltiples heridas en su cuerpo son seña de que fue asesinada y pronto se revelan a los culpables. Pero este feminicidio únicamente es el punto de partida para descubrir no sólo el móvil de los victimarios sino de todas las atrocidades que suceden en el poblado de La Matosa, un lugar sórdido, dejado de la mano de Dios, donde impera el narcotráfico, pero que ese es sólo una de todas las manzanas podridas que demuestra cómo es vivir en la marginación económica y social, donde los grandes logros feministas de las ciudades ni siquiera serían pensados como una posibilidad porque aquí nadie sabe qué son los derechos o para qué sirven y tampoco les importa. En este pueblo, situado en Veracruz, la violencia es cíclica, todos imparten violencia y todos la reciben, pero en su mayoría son mujeres las que más la sufren. Son golpeadas, abusadas, violadas, prostituidas, juzgadas tanto por los hombres como por otras mujeres y si se embarazan y su deseo es no tenerlo, su único recurso es acudir a donde la Bruja, para que con unas cuentas hierbas y sus poderes sanadores, las haga deshacerse de su domingo siete, y cuidado de ir a parar al hospital porque lo único que recibirán son todos los insultos y maltratos habidos y por haber.
En esta novela polifónica, vemos desde las distintas aristas de sus personajes, cómo es que ocurren las cosas en este lugar sin esperanza, donde todos son víctimas de la violencia estructural del patriarcado y de la reproducción de los roles de género. Además de las mujeres, la padecen también los hijos no deseados, con padres ausentes y madres solteras que se las ven cómo pueden y quieren; los hombres que necesitan reafirmar su propia masculinidad subyugando a otros hombres sin querer, bajo ninguna circunstancia, reconocer que su heterosexualidad es cuestionable; las mujeres también son juez y parte, y deben hacer entender a otras de las suyas cuál es su lugar en el mundo, el sufrir y callar.
“Hoy en día se persigue a los traficantes de personas y se deplora su existencia de la misma forma que hace treinta años se deploraba la de las personas que practicaban abortos. Pero no se cuestionan las leyes ni el orden mundial que provocan este fenómeno”.
El acontecimiento (Annie Ernaux)
En el año 2000 vio la luz un relato autobiográfico de la (ahora) Premio Nobel Annie Ernaux. Aunque varias de sus obras son eso, parte autobiografía, El acontecimiento tocaba una fibra muy sensible hace ya más de 20 años: el aborto al que Ernaux se sometió mientras estudiaba en Ruan, por allá de los años 60, en una Francia donde la práctica del aborto era castigada con la cárcel. Pero El acontecimiento no es un libro más sobre un aborto como punto de arranque. El aborto es EL acontecimiento y la misma autora subraya la importancia de lo que está escribiendo: lo primero es que, aunque el aborto se menciona en muchos libros, nunca se le da el énfasis de lo que implica o se habla a detalle del proceso físico y psicológico. En la mayoría de las historias un día una mujer está embarazada y al siguiente simplemente ya no. La segunda es que pone delante su postura: “El hecho de que la forma en la que yo viví la experiencia del aborto, la clandestinidad, forme parte del pasado no me parece un motivo válido para que se siga ocultando”.
Y así, la nacida en Lillebonne, narra en primera persona una especie de diario, de recuerdos de aquel crudo invierno de 1963/1964, cuando, con una carrera prometedora y aun estudiando en la Universidad, vio ante sus ojos la posibilidad de que su futuro se truncara. En ese proceso de encontrar cómo abortar “aquello”, se enfrentó al escrutinio y dobles intenciones de supuestos hombres liberales, a una pareja desentendida y hostil con su condición, a médicos que no deseaban meterse en problemas, a la desesperación que sentía cada día al ver que su cuerpo iba cambiando y que mientras más pasaba el tiempo, más difícil sería resolver su problema. Y cuando por fin encontró a una enfermera que se dedicaba clandestinamente a ayudar a las mujeres a abortar, se enfrentó también al tortuoso proceso invasivo que conlleva el legrado. La angustia, el dolor incomprensible, la soledad a pesar de estar rodeada de gente y, por supuesto, la violencia obstétrica de la que Ernaux toma nota: “Comprendí que se trataba de una chica de unos veinte años que no tenía marido. Había decidido dar a luz, pero no la trataban mejor que a mí. La joven que había abortado y la madre soltera de uno de los barrios pobres de Ruan nos encontrábamos en la misma situación”. El puro patriarcado, al que la “vida” no le interesa realmente, sino la apropiación bajo su yugo del cuerpo femenino.
De este lado del mundo poco se sabe de la historia bélica del otro lado del mundo y esta novela gráfica nos lleva a la primera mitad del siglo XX precisamente a una parte del lejano oriente: Corea, una nación joven que apenas a mediados del siglo pasado comenzó a edificarse como el país ultramoderno que se presume hoy. Pero la lastimosa historia reciente de Corea está íntimamente ligada a la ocupación japonesa durante los años treinta, cuando Japón estaba en plena actividad expansionista que dio lugar a la segunda guerra Sino-japonesa, hecho no menor que quedó ensombrecido por la Segunda Guerra Mundial. Durante esta época y hasta el final del conflicto internacional, el ejército imperial japonés cometió una serie de vejaciones (como se comenten durante cualquier conflicto bélico) en Corea cuando esta era una de sus colonias. Para mantener la cordura y moral de sus hombres armados, el ejército instauró las llamadas estaciones de consuelo, en las que adolescentes coreanas eran obligadas a servir sexualmente a los soldados nipones. Una de las sobrevivientes de esa pesadilla fue Lee Ok-Sun, que durante su juventud fue obligada a ser mujer de consuelo y es en Hierba donde se narra su historia de vida. Desde su infancia, en una familia pobrísima donde no diario había para comer Ok-Sun sólo podía pensar en que quería ir a la escuela como su hermano y otros niños del pueblo. Pero las circunstancias de la vida la llevan a encontrase sola y ser raptada para convertirse en mujer de consuelo. Con sensibilidad, pero sin perder la fuerza y furia que representan las vivencias de esta mujer (que fueron la de muchas otras), esta novela gráfica recoge las heridas de miles de ellas que fueron apartadas de sus familias, exiliadas de sus hogares y que aún hoy, a pesar de las risibles indemnizaciones económicas que han recibido, esperan escuchar lo que el Estado japones les ha negado por tanto tiempo, una disculpa oficial por todo lo ocurrido.