Por: Alexis Puentes

Masaki Kobayashi, sensibilidad por la tragedia

Me resulta bastante aterrador pensar que ya casi vamos a cumplir un cuarto de centuria y estemos repitiendo el mismo patrón de catástrofes del siglo anterior, lo cuestionable es que muchos denominan a este siglo XXI como la era del conocimiento e información, de la ciencia y la tecnología, algo así como si se tratara de otro de los tantos despertares del ser humano; pero siguen predominando las tendencias, los auges, los lineamientos económicos y políticos y así la lista puede continuar sin descartar de esta a las guerras y pandemias… Lo cierto es que todo esto nos deja simplemente miedo, pues con mayor frecuencia le tememos a lo desconocido, no confiamos en nadie y para rematar nos encanta que sugestionen nuestra mente y comportamiento, así se ve con el fenómeno de las noticias falsas, ya que parecen ser la nueva fuente de información con mayor éxito, aceptación y credibilidad; y eso que dicen que el hombre moderno es conocedor de las leyes que explican el universo, que es lógico y eminentemente racional, productivo, científico, que hasta posee el fruto del desarrollo de la filosofía y tiene en su poder la condición de cuestionar su realidad y de dominar la naturaleza y los seres que la habitan, incluyéndonos a nosotros mismos.

Pero a todas estas, ¿qué hace especial al ser humano? En efecto, hoy contamos con lenguaje y sistemas de memoria avanzada, también podría decir que la imaginación nos hace volar a tal punto de jugar con nosotros mismos influyendo con gran peso en nuestra creatividad. Además, poseemos inteligencia, y encima nuestro cerebro ha evolucionado a gran escala que hasta escuchamos una “vocecita” dentro del imaginario que constantemente nos da recomendaciones sobre si algo es bueno o es malo -comúnmente le llamamos conciencia-, incluso en la gran mayoría de los casos tenemos la habilidad de evaluar nuestras propias acciones y planear el futuro.

En definitiva, somos seres racionales, otra cosa es que nos guiemos más por nuestros impulsos emocionales, es así como caemos en los errores. ¿Acaso es esto lo que nos hace humanos y especiales? Al final como dice un proverbio japonés el cual desconozco su autor, “el sol no sabe de buenos ni de malos”. Lo real es que nuestra historia está escrita a partir del ensayo y el error, como el querer jugar el papel de ser dominante de otra especie, lo triste es que la avaricia por el poder nos carcomió tanto que ya no encontramos la manera de saciar nuestra sed y fuimos en búsqueda por más; este error nos marcó la frente con sangre: ¿humanos? Pero el sol brilla igual para todos, ¿no?

Palabras más, palabras menos de Thomas Hobbes en las que considera que “el estado de naturaleza del hombre, movido por el temor o el deseo, es de una guerra de todos contra todos”; esta reflexión me nubla la mente hasta medio asimilar la idea en que pareciera que la violencia y las guerras fuesen una condición humana más. Un ejemplo de esto es el fratricidio causado por la especie humana desde el comienzo de la hominización, me refiero a la extinción de los neandertales que cuasi bíblico se asemeja a la historia de Caín y Abel; pero el chiste no para ahí, el colobo rojo de Miss Waldron, el delfín del río Yangtsé, la foca monje del Caribe, el mejillón de Alabama, el dodo, la vaca marina, la cuaga, el alce irlandés son otras víctimas del horror causado por la raza humana; o entre algunos, el exterminio de tribus indígenas o pueblos como los selknam, los charrúas, los ranculches, los wiwa, los hintú, los awá, los nukak Makú, el holocausto, el genocidio de Ruanda, el de Camboya, la masacre de Srebrenica o el de los de yazidíes y los rohingyas. Y aunque esta historia está siendo contada por nuestro lado más oscuro, esto no excluye el hecho de que en nuestra misma raza humana han existido o existen personajes que han dejado huella; pero ¿a qué costo?



Masaki Kobayashi (小林 正樹)

Por lo que vuelvo y me pregunto ¿las guerras y la violencia configuran las corrientes artísticas o son la droga para la creatividad? No sé, tal vez… Y pensando en las situaciones en que las personas viven o vivieron en sus países a causa del declive económico, político y social originado por la guerra, en especial las dos grandes del siglo XX, considero que el desastre que se hereda ha tenido gran influencia en la creatividad de cada artista, pues estos eventos han generado consigo un cambio radical en la forma de pensar y sentir del ser humano y como producto del choque de esas emociones surgieron nuevas expresiones artísticas las cuales plasmaron el horror que se vivía como consecuencia de la viciada malicia de quienes a costa del sufrimiento de los demás deseaban el dominio de las tierras. Lo cierto es que la guerra obligó a los artistas e intelectuales como escritores, pintores, dramaturgos, músicos y cineastas de todo el mundo -más que los trabajos de los científicos, que no hicieron otra cosa que experimentar con el dolor ajeno- a replantearse el concepto de civilización y así lo manifestaron en sus correspondientes obras artísticas las cuales han sido el reflejo de la atroz imagen de ese calvario por el que han pasado los seres humanos a lo largo de la historia. De hecho la poesía era esa manifestación de amor que trabaja con el límite de las palabras: la rima -decir a través de las palabras aquello que con las palabras no se puede decir- y su forma de expresión resaltaba lo bello de aquel sentimiento, pero esta concepción cambió cuando el horror del holocausto evocó en los poemas el horror, la muerte, la desgracia y la pena humana –y no por ello la poesía deja de ser hermosa, a lo mejor eso es lo que nos hace especiales: el tener la capacidad de expresarnos-; lo mismo sucedió con el cine francés, el italiano y el japonés entre otras artes.

Con relación a esto, algo que nos distingue y es ritual para nosotros -desde que nuestros antepasados creaban las primeras pinturas rupestres o se sentaban alrededor del fuego a admirar como sus chispas eran abrazadas por el viento y recibir su calor-: el contar historias sobre otros y para otros. Más que por curiosidad o por morbo, existen otras razones por las cuales resultan tan adictivas, mencionaré dos: primero porque nos gustan, estas nos relatan cosas que ocurrieron hace mucho tiempo, nos dan la razón o el origen de un acontecimiento en particular o nos llevan a mundos imaginarios con el fin de darnos entretenimiento o diversión y hacen parte de nuestra cultura y tradición, como pasa con los mitos y las leyendas que por cierto su origen es muy antiguo; segundo porque nos permite tener una interacción con otras personas, de aquellas obtenemos atención y así se mantiene el pacto o convenio de enseñar sobre algo en particular. Además, los cuentos tienen el poder de generar empatía, nos hacen entender la realidad, nos dan un propósito y nos involucran con lo social.

¿Qué seríamos sin los cuentos y las historias? El tiempo ha pasado y el aire fresco sigue siendo bueno para los pulmones, con todo esto las mejores historias son las que se transmiten de generación en generación, esas que tienen el poder narrativo, en fin ¡no somos nada sin las historias! La persona es siempre un ser en relación con su entorno ambiental, social y cultural, se relaciona con las situaciones que no puede o tiene manera de controlar -como el éxito o el fracaso- o con la vida y la muerte, pero en especial con las cosas reales y con sus fantasías. Además, se relaciona con el tiempo: con su pasado, su presente y su futuro. Hoy vivimos una crisis de la imaginación, el miedo al pasado o el miedo al futuro nos estanca en el presente, pues quienes viven con exceso de pasado lo asumen como un determinante de su presente y quienes se exceden por el futuro no disfrutan su actualidad y su ahora se mancha de sinsentido, de desamor, desilusión y de esperanzas perdidas.

Por ello con motivo de celebrar el natalicio de Masaki Kobayashi (14 de febrero de 1916), fiel seguidor y admirador del director Akira Kurosawa, dedicamos este Top #CineSinCortes a aquel pacifista que a sus 26 años fue reclutado por el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Por su pensamiento abiertamente antimilitarista se negó a combatir o a ser promovido a rangos mayores dentro de las filas militares, esto le trajo varios problemas dentro de la institución; fue enviado a Manchuria y la brutalidad de las fuerzas armadas hizo que aumentara su desprecio por la milicia, finalmente fue capturado por el ejército de los Estados Unidos y allí vivió las últimas anécdotas del conflicto de la guerra, toda esta devastadora experiencia influyó en su creatividad y labor como realizador cinematográfico y televisivo, dejándonos una joya maestra audiovisual.


Magokoro (1953)

Traducida al inglés como Sincerity Heart este es el segundo largometraje del japonés tras su ópera prima Musuko no seishun, el guion de la historia estuvo a cargo de su mentor Keisuke Kinoshita. Esta es una película con grandes temas estéticos y espirituales propios de Kinoshita pues los personajes son bondadosos y sus tonos sentimentales están profundamente insertados en los cimientos y edificación del film, a través de una puesta en escena y mediante una estructura y montaje escénico muy clásico, esta historia de sueños sin cumplir derrite una sensibilidad a flor de piel que potencia la emoción extrema estimulando las lágrimas.

El relato es acerca de un joven que cae en una atracción romántica desesperada por su vecina inválida a la que solamente puede contemplar en la lejanía, por lo cual prefiere mantener el hecho en secreto ante su familia, quienes tienen costumbres bastante arraigadas y van guiando el melodrama a un clímax y final virtuoso. La película comienza con un grupo de adolescentes jugando un partido de rugby, entre los jugadores se encuentra Hiroshi, un joven de familia adinerada y deseoso de vivir nuevas experiencias como viajar a Europa en busca de cumplir su sueño como deportista. Su padre se niega a esta idea y prefiere que él ingrese a la universidad para que en un futuro le ayude en la dirección del negocio familiar, del mismo modo y al estilo de bucle, el film termina con Hiroshi y su entrenador en el mismo campo.


La condición humana: No hay amor más grande (1959), El camino a la eternidad (1959) y La plegaria del soldado (1961)

Masaki Kobayashi fue uno de esos directores intelectuales que destacó por ser excepcional a la hora de narrar historias, aparte de ser reconocido en el ámbito internacional desde hace décadas, fue un artista demasiado sensible y cercano al humanismo siendo leal a su ideología por la cual militó a favor del pacifismo, el antimilitarismo, la equidad social y la desaparición de la crueldad masiva en lo que respecta a las relaciones sociales y a los intercambios cotidianos entre los humanos.

No existe mejor representación que la que realizó el actor Tatsuya Nakadai en esta mítica trilogía de filmes, la cual relata el viacrucis de Kaji, un hombre socialista y pacifista durante las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, que pretende librarse del servicio militar aceptando trabajar como supervisor en el campo minero de la Manchuria ocupada, en donde intentará poner en práctica su ideología humanista; la película está basada en una novela de Gomikawa Junpei y es una monumental obra de arte con una duración de casi diez horas: el director la dividió en tres películas individuales que se titulan No hay amor más grande, El camino a la eternidad y La plegaria del soldado, todas con fuertes elementos autobiográficos.

En estas tres propuestas, Kobayashi critica lo absurdo que resulta ser el honor social y el servicio a la ideología de las clases dominantes, despojando en todo su sentido las “virtudes” con las que dice que cuenta el ser humano para descubrir sus verdaderas intenciones y mostrar todas sus contradicciones, desplegando de esta forma el descaro del autoritarismo capitalista salvaje que pretende absorber al más débil y someterlo a su caprichosa voluntad como si se tratara de un simple objeto bajo sus dominios psicópatas con el único fin de controlar el destino público.


Harakiri (Seppuku, 1962)

Otro trabajo importante dentro de su filmografía es sin duda Harakiri (Seppuku, 1962), la cual también representa una de las mejores películas del cine japonés. Masaki, en este filme, nos muestra la historia del Rōnin Tsugumo Hanshirō, que tras el colapso de su clan queda desempleado y llega a la mansión de Lord Iyi, solicitando cometer en su propiedad el suicidio ritual por Harakiri; mientras espera a los padrinos de la ceremonia, relata la historia que lo ha llevado a tomar esta drástica decisión.

¿Cuál es el costo del honor? Harakiri es uno de esos filmes que te pueden dejar con la boca abierta, pues el director muestra sin tapujos la crueldad del poder y de sus dirigentes, que suplen rituales para ahorrarse futuros problemas, coaccionando a favor de ese salvajismo que sus cómplices disfrazan de credo sólo para preservar la oligarquía. En suma, esta es una cinta despiadada y magistral contra la locura del explotado que defiende al explotador utilizando como marco moral, religioso e ideológico algo impuesto desde un maltrato psicológico y físico sobre la vida de los demás, privándolos de cualquier mecanismo con el objetivo de que el mensaje de docilidad y obediencia sean internalizados y sentidos como propios para que se repliquen de generación a generación.


Kwaidan (1964)

El magnífico género terror tiene una larga trayectoria que se reconfigura a mediados del siglo XX y Kobayashi participa en este cambio, por ello algunos lo nombran como el maestro del terror pues en este film -que por cierto es su primera película a color- el director adaptó una excelente narración al estilo de Alfred Hitchcock en un combo de historias extraídas de tres trabajos literarios del escritor británico Patrick Lafcadio Hearn, un compilador occidental de leyendas y cuentos tradicionales de fantasmas del Japón; lo que hace especial a este largometraje es la combinación del enfoque metódico y casi enloquecedoramente paciente del drama de Kobayashi y sus experimentos expresionistas con el color, el sonido, el artificio teatral y los personajes.

Con Kwaidan, en cierta medida se ponen los cimientos fundamentales de la tradición espectral cinematográfica posterior de los nipones, estos relatos se invierten para poner en primer plano la exquisita artificialidad de la puesta en escena y la fotografía a todo color con vistas a enfatizar el tono surrealista, el uso de la perspectiva, el juego con la iluminación ambiental y artificial, el alucinado y tenebroso drama psicológico, y en especial, el dinamismo de la regla de tercios que hacen de esta obra una epopeya dividida en cuatro episodios autónomos denominados como El pelo negro, La mujer de las nieves, Hoichi el desorejado y En una taza de té. El encargado de la adaptación para la pantalla grande de los diversos cuentos recolectados por Hearn fue Yôko Mizuki y gracias a estos grandes artistas es que heredamos con el paso del tiempo las mejores historias sobre fantasmas más atormentados y ortodoxos, transformados en vengadores compulsivos contra cualquiera que habite un determinado espacio y construidos con características de personas vivas que realizan acciones muy concretas; en Kwaidan se hace muy evidente el talento del director japonés para generar suspenso y acumular tensión alrededor del viejo arte de la fascinación con lo extraño e insólito y construir una permanente sensación de turbación emocional, de peligro y con delicadeza alucinada.