Por: Frida Rosales

De amores, desamores y otros demonios. Cinco novelas góticas para incrédulos románticos
Las hermanas Brontë por Patrick Branwell Brontë

Con lúgubres castillos, grandes mausoleos y escalofriantes cementerios, la novela gótica encontró su lugar durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX en la sombra de la Inglaterra de las Luces, cuando la ciencia y la razón se volvieron verdades incuestionables y el sentido espiritual atravesó una profunda crisis.

Así, en medio de una revolución intelectual, escritores y poetas hallaron la manera de ir contra corriente, alimentando un género que daba mucho para la imaginación y posteriormente, para amores imposibles, volviéndolos los rockstars del momento con importantes novelas góticas, un subgénero denominado gracias al estilo del arte gótico que daba vida a las calles de los países que lo vieron nacer, como Alemania, Inglaterra y Francia, territorios que portaban grandes edificaciones con arcos de medio punto y ventanas ojivales.

Ahora, es imprescindible comprender la siguiente premisa: Todo lo gótico es terror, pero no todo el terror es gótico. El terror gótico es aquel que no encuentra una explicación en la lógica, y que por supuesto, cuenta con ciertos denominadores comunes: la historia se sitúa en castillos o mansiones, cementerios, mausoleos, ruinas o territorios lejanos, todo con la única condicionante de que evoque el paso del tiempo; lo mismo pasa con los personajes que, en sus reflexiones apuntan hacia la nostalgia, hacia algo que en su momento fue importante y que ya no está. Y también hemos de agregar al resto de personajes arquetípicos: damiselas en apuros, personajes que pierden la cordura y una figura relacionada con la religión. Además, la historia se verá plagada de símbolos premonitorios anunciando que algo malo se avecina, algo que ni el lector ni el protagonista conocen. El objetivo es bastante simple, se busca generar emociones extremas, en su mayoría desagradables, como terror, enojo, pánico y desesperación, así que se emplean elementos sobrenaturales como fantasmas, monstruos, vampiros o cuadros que no envejecen, que alimentan este momento.

En los inicios, el gótico era sólo sustentado por el terror, pero el Romanticismo se unió a su media naranja cuando la exaltación de las emociones fue una cualidad común entre ambos, y los tintes románticos encontraron la gloria de la mano de héroes incomprendidos y jóvenes doncellas en aprietos. Todo ello otorgó a los lectores lo mejor de ambos mundos: un poco de terror para desequilibrar la mente y otro poco de amor para alimentar el corazón, dando pie a grandes historias que en esta ocasión presentamos en El Librero de nuestra Gaceta 22 de febrero para los que disfrutan de amores épicos y no tan felices finales.


Los misterios de Udolfo (Ann Radcliffe, 1794)

Horace Walpole, conocido por su obra El Castillo de Otranto (1764), fue considerado como el pionero de la narrativa gótica, pero la novelista británica Ann Radcliffe y su libro Los misterios de Udolfo (1794) se convirtieron en los románticos góticos por excelencia. En esta historia situada entre el sur de Francia y el norte de Italia en el siglo XVI, se cuenta la historia de Emily Aubert, una joven francesa quien, tras la muerte de su padre, se ve obligada a abandonar al joven Valancourt, su verdadero y gran amor, e irse a vivir con su tía, Madame Cheron, una mujer malvada y egoísta, y su esposo Montoni, un ladrón italiano que encierra a Emily en el castillo de Udolfo en cuanto llega. Este castillo está lleno de secretos y desventuras para ella, pero Radcliffe pronto le da a su heroína las respuestas que busca y la fuerza necesaria para librar sus batallas.


La Abadía de Northanger (Jane Austen, 1818)

Esta autora cargada de tintes costumbristas y probablemente una de las novelistas más influyentes dentro de la literatura anglosajona, creó esta obra cumpliendo con los principios que desencadenaron el gótico, ir contra corriente; sustentada en la ironía y en la sátira, esta historia nos abre las puertas al mundo de Catherine Morland, una ingenua joven amante de las novelas góticas que por azares del destino pasa una temporada en la casa de campo de los Tilney. Ahí, Catherine comienza a desconfiar de la familia e investiga posibles crímenes familiares por su cuenta, cayendo víctima de su excesiva imaginación, pero ofreciendo una pintura social enriquecedora y mordaz con una trama llena de sorpresas inesperadas.


Jane Eyre (Charlotte Brontë, 1847)

Ambientada en Inglaterra, esta historia precursora del feminismo y la psicología moderna sigue la tormentosa vida de Jane Eyre, una joven huérfana que vive con su tía y sus primos, los Reed, en Gateshead Hall. Tras un sinfín de malos tratos, Jane llega a un internado religioso para huérfanos: la Institución Lowood, pero tras una serie de desafortunados eventos, la joven parte de nuevo, volviéndose institutriz de una pequeña niña francesa llamada Adèle Varens en la casa Rochester. Aquí, Jane goza de casi toda la felicidad, excepto por una escabrosa risa proveniente del tercer piso de la casa; sin embargo, entra el héroe incomprendido de esta historia, el misterioso dueño de la casa, el Sr. Rochester, y con el paso del tiempo, construyen un profundo lazo amoroso. Con algunos contratiempos, esta relación parece dar frutos y apuntar hacia un final feliz hasta que nos percatamos de haber llegado a la boda de estos dos enamorados con un tercio de libro por delante. ¿Cuál es el giro dramático? El Sr. Rochester ya está casado, y lo ha estado desde hace quince años con la risa maquiavélica de la casa, la Sra. Bertha Mason. Jane huye, pero tras unos años fuera y muchas vivencias, decide regresar con su amado, descubriendo grandes horrores que se ven irrelevantes gracias al gran amor que siente por el Sr. Rochester.


Cumbres borrascosas (Emily Brontë, 1847)

Esta novela que destacó por la oscuridad de su narrativa, gira en torno a pasiones, desprecio y venganza; una fórmula poco parecida a la utopía predominante del romance. Cumbres Borrascosas es el hogar de Heathcliff, un niño huérfano que sufre del desprecio de familiares, vecinos y criados; su único amor es Catherine Earnshaw, su hermana adoptiva, quien, a pesar de corresponder su amor, decide casarse por conveniencia con Edgar Linton, su vecino. Decidido a cobrar venganza, Heathcliff se marcha sólo para regresar años después enriquecido y decidido a contraer nupcias con Isabella Linton, hermana de Edgar, pero tras muertes y engaños, Heathcliff encuentra la manera de salir de esta atmósfera oscura que sólo aproxima a los personajes a la literatura gótica en plena época victoriana.


Grandes Esperanzas (Great Expectations, Charles Dickens, 1860)

Uno de los escritores más prominentes de su época trajo consigo la historia de Pip (Philip Pirrip), quien, tras hacerse de una gran fortuna proveniente de un misterioso benefactor, se muda a la alta sociedad londinense, sin saber que la fortuna procede de una fuente indeseada. Además, debe lidiar con el desprecio de Estella, su gran amor no correspondido, quien a lo largo de la historia, se vuelve un símbolo de crítica contra el sistema de clases en el que se desenvuelve, muy distinto a las cálidas figuras femeninas que se destacan en estas narrativas, mostrando un cinismo y frialdad que para el final de la novela se ven comprometidos por los orígenes de Estella, volviendo a la idea medular para Dickens, la felicidad no está relacionada con la posición social, un fundamento poco popular para su época.

Así, los villanos se vuelven héroes, los fantasmas un recuerdo y oscuros secretos resultan sólo situaciones incomprendidas, pero el gótico quiso dejar algo muy claro, si grazna como un pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces, con la suma correcta de ingenuidad, puede llegar a ser príncipe.