Por: Rebeca Avila

Mozart, mitos e hitos del primer niño prodigio

Salzburgo, Austria, segunda mitad del siglo XVIII. Se cuenta que en el pequeño salón de la modesta, pero acomodada, casa de un hombre culto y músico de la corte del arzobispo de Salzburgo, acostado boca abajo en el piso, había un pequeño niño de no más de 5 años que garabateaba sobre hojas de pentagrama. Cuando le preguntaron ¿qué hacía?, él respondió “compongo un concierto para clavicordio”. Bien pudieron ser puros rayones de un niño con básicas nociones musicales, pero el protagonista de esta historia se tomó muy en serio la labor infantil de jugar a inventar y, en efecto, lo que estaba escribiendo sobre el pentagrama era una suerte de concierto, tomando en cuenta la edad de su joven autor. Su nombre Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, pero para los amigos y la posteridad sería conocido como Wolfgang Amadeus Mozart. El Amadeus fue idea suya, y no es más que la latinización del griego Theophilus.

Considerado el maestro del Clasicismo y genio musical no a la ligera, como quien es virtuoso en tal o cual cosa, sino genio en el sentido estricto, en alguien super dotado de una habilidad, y la de W. A. Mozart, aunque arduamente estimulada por su padre, era innegable desde sus primeros años de vida. Ejemplo de ello fue su hermana mayor María Anna, apodada Nannerl, que, junto con W. A. se convirtió en la fresca relevación de Salzburgo y otras ciudades extranjeras, pues el padre comenzó a llevarlos a distintos eventos sociales para que tocaran juntos. Sin embargo, el pequeño Mozart fue quien destacó no sólo por ejecutar exquisitas piezas frente a distinguidas personas, pues además de sus habilidades para tocar el piano y el violín, era dueño de una seguridad y un carisma únicos.

La intensa vida del que quizá sería el primer niño prodigio más popular del mundo no fue muy larga. Nacido el 27 de enero de 1756, es bien sabido que desde temprana edad fue enfermizo, pero nadie pensó que el ocaso de su vida llegaría siendo tan joven. Sin embargo, un 5 de diciembre de 1791, cuando creía que se había hecho de la oportunidad para entrar en una nómina eclesiástica, fue visitado por su vieja amiga, la muerte, esa ante quien ni el mismísimo Don Giovanni se arrepintió.

Con 626 composiciones: 30 conciertos para piano, 41 sinfonías, 17 óperas, comedias musicales y más, Mozart es recordado como uno de los máximos representantes de la música clásica cuya popularidad hasta nuestros días quizá no sólo iguala, sino que supera a Beethoven: en 2016 se lanzó la mayor compilación de su obra, Mozart 225: La nueva edición completa (en el marco de los 225 aniversario de su muerte), una colección de 200 discos compactos con un total de 240 horas de música. La lista del Billboard lo nombró como la mayor venta de discos de ese año, aludiendo que vendió 1,25 millones de discos compactos (tomando en cuenta cada disco vendido y no la colección completa), nada mal para un autor de música instrumental que lleva muerto más de 230 años. Para recordar al hombre al que se le han dedicado cuantiosos estudios históricos y musicales sobre su vida y obra, hablemos de algunos hitos y mitos alrededor de su figura.


Baby Mozart

Además de inspirar películas de ficción con amplísimas licencias creativas, decenas de documentales e incluso estudios forenses que buscan comprobar la autenticidad de su supuesto cráneo, Mozart y su música han resultado ser una promesa neuronal. En los años 90, el otorrinolaringólogo, psicólogo e investigador francés Alfred A. Tomatis publicó Pourquoi Mozart, un libro en el que develaba la teoría sobre un procedimiento terapéutico en el que los niños que eran estimulados con música de Mozart presentaban mayor desarrollo cognitivo. A partir de entonces se realizaron otros artículos psicológicos donde se reafirmaba que efectivamente, quienes escuchaban Mozart vs. otra música o ninguna, obtenían mejor resultado en exámenes y en su estado de ánimo. Como todo en este mundo globalizado encontró su fuente de explotación y varias disqueras comenzaron a lanzar CD para bebés y niños. Conocidas como Baby Mozart, estás compilaciones se vendieron como pan caliente incluso a los futuros padres, pues los estudios prometían que poner a Mozart desde la gestación daba como resultado bebés más despiertos y adelantados en aprendizaje. Sin embargo, el llamado efecto Mozart también tiene sus detractores, pues científicos y neurólogos afirman que, más allá del hecho de las composiciones de Mozart estén en tonalidades mayores que generan una sensación de mejoría de ánimo, no existe evidencia fidedigna de que escuchar a Mozart, a cualquier edad, te vuelva más inteligente.


La flauta mágica y la iniciación masónica

Una de las óperas más populares del austriaco, junto con Don Giovanni y Las bodas de Fígaro, es La flauta mágica, considerada incluso como una obra para niños por su estructura narrativa de cuento de hadas. Pero en La flauta mágica escrita por Emanuel Schikaneder, se halla no sólo en su libreto sino también en toda su composición musical un trasfondo que nada tiene de infantil. Cuenta, en realidad, la historia de un rito de iniciación masónico. Tampoco es ningún secreto que Mozart se volvió masón, cuyas logias proliferaron por aquellos años en Austria, alcanzando un auge considerablemente peligroso, según el archiduque Leopoldo II. La complejidad de lectura esotérica de La flauta mágica no fue desmenuzada hasta el siglo XX, cuando el musicólogo Jacques Chailley publicó hacia finales de los años 60 el libro La flauta mágica, una ópera masónica en el que minuciosamente explica toda la simbología detrás de esta ópera, desde los personajes, sus nombres, el vestuario, escenografía y, por supuesto, la composición musical. La trama va de la lucha entre el bien y el mal, el Sol y la Luna, el hombre y la mujer, representados en los personajes de Sarastro, como el aparentemente buen sacerdote que busca la iluminación, y la Reina de la Noche, la aparentemente malvada de la historia que busca llevar por el mal camino a nuestro aprendiz, el príncipe Tamino. Pero el trasfondo no estaba sólo en el libreto, sino en la música creada por Mozart. Aunque usted no lo crea, en el lejano siglo XVIII en los grupos masones permeaba la superioridad del hombre sobre la mujer, y aunque existían logias masculinas y femeninas, estas últimas siempre tenían que rendir cuentas y ser supervisadas por grupos de hombres. Para la masonería, el tres es el número de la logia masculina y el cinco el de la logia femenina: tres son los acordes de la obertura de La flauta mágica y cinco son las veces que ese acorde de repite. La resolución de esta obra pone fin a esa mala leche contra la figura de la mujer como la de las artimañas, y vuelve a Pamina, hija de la Reina de la Noche, el faro de luz que guiará a Tamino. Resuelta la fábula sobre la masonería de La flauta, zanjemos el de la coautoría de esta obra. Precisamente en la obertura de la ópera, es el allegro de ésta una de las composiciones más representativas de Mozart. Sin embargo, el verdadero creador de este campante allegro fue el italiano Muzio Clementi, quien diez años antes de La flauta mágica, se enfrentó a W. Amadeus Mozart en un duelo navideño, en el que además de perder, dejó sembrado en Mozart una pequeña parte de su última ópera compuesta antes de morir.

Allegro de obertura de La flauta mágica: minuto 1:08.


Réquiem

Réquiem, derivado del latín requies, descanso. La Misa de Réquiem en re menor, K. 626, mejor conocida como el Réquiem de Mozart -aunque realizó varios-, una de las misas de difuntos más populares de la historia musical, fue escrita en 1791 justo en sus últimas semanas de vida. Fue el Conde Fran von Walsegg (cuya fama de comprar composiciones de otros músicos para firmarlas como suyas lo precedía), quien hizo este encargo a Mozart, mientras aún se encontraba escribiendo La flauta mágica. Una vez la terminó y estando a la espera de que quedara libre un lugar para incorporarse en la nómina de la iglesia, comenzó a componer este réquiem. Sin embargo, el salzburgués cayó en cama por una grave enfermedad, que los estudiosos dicen pudo ser una falla renal debido a una grave faringitis o el reumatismo que padecía desde niño, lo cierto es que no fue envenenado por su archirrival Salieri, como se corrió el rumor.

Como cruel destino, Mozart parece haber vivido lo suficiente para escribir su propia misa funeraria, pues apenas terminó de escribir el Lacrimosa. Este movimiento del réquiem comprende los compases que escribió Mozart antes de morir y que fueron cantados por sus amigos y familia más cercana el 4 de diciembre de 1791 a los pies de la cama de Mozart, como una última petición. Estos acompañamientos que son la obertura del réquiem y que asemejan llantos o lamentos, son en realidad todo lo que el compositor dejó acabado, el resto de la misa fue terminada después de su muerte por uno de sus discípulos, Franz Xaver Süssmayr. Los misterios en torno a Wolfgang Amadeus Mozart continúan después de 230 años de su fallecimiento; al morir en bancarrota, tuvo un funeral de tercera clase y fue sepultado sin cruz (por ser masón) en una fosa compartida (más no común), de la cual, años después fue exhumado su cuerpo y depositado, presuntamente, en el grupo de las tumbas honorarias del Cementerio Central de Viena, donde yace desde 1891.