Nació el 7 de enero de 1950 en Parácuaro, Michoacán; sus padres, personas del campo, le dieron el nombre de Alberto; su infancia no transcurrió en Michoacán, sino en la fronteriza Ciudad Juárez a donde su madre se desplazó luego de que su padre desapareciera. Estudió en un internado y se dice que alquilaba la guitarra de uno de sus compañeros; a los 13 se escapó de aquel lugar y se fue a vivir con su entrañable amigo don Juan Contreras, zacatecano de quien aprendió el oficio de la hojalatería. Fue también en esos años de adolescencia que se acercó a la religión e Iglesia, de pequeño las imágenes del templo lo turbaban por su faz de sufrimiento, pero por entonces se incorporó a los coros y así tendió lazos con aquellos espacios.
Alberto Aguilera Valadez dio sus primeros pasos en el ámbito artístico a los 15, con la interpretación de María la bandida del gran José Alfredo Jiménez en el programa Noches Rancheras del Canal 5, ahí recibió del presentador Raúl Loya su primer nombre artístico: Adán Luna. Los años entre 1965 y 1970, aquel Adán probó suerte en Ciudad Juárez y la Ciudad de México, aquello fue un ir y venir con escaso éxito; tocó puertas en disqueras sin verse favorecido y consiguió algunas actuaciones en clubes y bares en su querida Ciudad Juárez; sumó también nuevos temas a sus composiciones y hasta pasó algunos meses en prisión en su última visita a la capital, cuando en 1970 fue culpado de robo.
Libró las rejas en 1971 gracias al favor de Andrés Puentes Vargas, director de Lecumberri, y a su esposa Ofelia Urtusástegui: gracias a ella se revisó el expediente de su caso y se halló que no había pruebas para el delito del que se le acusó, mientras que Puentes Vargas, motivado por sus canciones, lo presentó con Queta Jiménez, La prieta linda, quien se convirtió en su benefactora y su primera intérprete. Por entonces, Alberto se dio a sí mismo el nombre artístico con el que pasó a la posteridad: Juan Gabriel, Juan en honor de aquel viejo mentor y amigo, y Gabriel, en memoria de su padre. Fue también entonces que logró su primer contrato disquero con la RCA donde grabó el debut El alma joven y lo demás, por su puesto, es historia.
Este Pantalla sonora está dedicado apenas a un puñado de las canciones que marcaron la carrera artística de El Divo de Juárez, mismas que se han hecho de un lugar entrañable en la cultura popular y la memoria mexicanas. La figura de Juan Gabriel convoca la admiración y el cariño de multitudes, como atestiguan las presentaciones a reventar, aquel último adiós que recibió de oleadas de público en Bellas Artes tras su deceso, o los coros de almas y corazones reunidos en cantinas o fiestas, cantando las alegrías y penas a las que sólo Juanga supo dar letra. Convoca también la crítica y animadversión de los defensores de la alta cultura, quienes señalan su carácter de producto de una industria del entretenimiento que, en nuestro país, no tiene mucho de aplaudible ni loable. Ceder este espacio a Juan Gabriel es, como dijera Monsiváis tras aquella mítica y escandalosa presentación de El Divo en el Palacio de Bellas Artes en 1990, un triunfo de la diversidad.
Primer éxito radial, desprendido del también primer álbum El alma joven (1971). La fama del debutante Juan Gabriel vino tanto de sus propias interpretaciones como de las voces que cantaron sus composiciones, entre quienes figuraron Roberto Jordán, Estela Núñez, Estrella, Mónica Ygual, Enrique Guzmán o Angélica María. También logró sus primeras actuaciones internacionales en este primer despunte de su carrera con presentaciones en Venezuela, un lugar al que el cariño mutuo le haría regresar más de una vez.
Entre los muchos géneros de la música popular mexicana en los que Juanga incursionó destaca, por supuesto, la música vernácula. La primera vez que grabó sus canciones con mariachi fue en 1974 en el disco Juan Gabriel con el Mariachi Vargas de Tecalitlán; de este material se desprende Ases y Tercia de Reyes, canción que escribió presumiblemente a los 13, y esta que elegimos para el conteo, Se me olvidó otra vez, una infaltable de las noches bohemias. El éxito de este álbum trajo consigo la oportunidad para el cantautor de aparecer en la pantalla grande por primera vez, en la cinta Nobleza ranchera (1977) de Arturo Martínez. También es en esta época que comienza a ser reconocido por el gremio con un homenaje de la Sociedad de Autores y Compositores de Música y el premio El Heraldo de 1974 como Compositor del Año.
Entre el lanzamiento de este sencillo en 1976 y el reconocimiento de El Heraldo por este tema en 1978, para Juan Gabriel continuaron los éxitos en voz propia y de sus intérpretes; la última producción de su contrato con la RCA y el inicio de su colaboración con Rocío Dúrcal, al reinventar la carrera de la cantante española con música de mariachi con el disco Rocío Dúrcal canta a Juan Gabriel, que a la postre sumó 6 volúmenes, además de los álbumes a dúo entre ambos. También por estos años, otro de los ídolos de la canción popular mexicana, José José, gozaba con el éxito de Lo pasado, pasado, tema escrito por Alberto Aguilera Valadez.
Las actuaciones en cine continuaron para Juan Gabriel en En esta primavera (1979) bajo la dirección de Gilberto Martínez Solares y Del otro lado del puente (1980) de Gonzalo Martínez Ortega, en las que compartió pantalla con personalidades del momento como Lucha Villa, Estela Núñez, Julio Alemán, Valentín Trujillo y Estrellita. A estas incursiones en la pantalla grande siguió la cinta autobiográfica El Noa-Noa (1981), a la par del lanzamiento del tema homónimo junto a títulos como La frontera y He venido a pedirte perdón. Al margen de la leyenda negra que gira en torno a esta festiva canción, el dato curioso es que El Noa-Noa fue uno de aquellos lugares de Ciudad Juárez en los que Juan Gabriel se presentó mucho antes de ser Juan Gabriel y gozar de fama.
Tema de Cosas de enamorados (1982), disco de la firma Ariola, al que siguieron nuevas producciones para y junto a Rocío Dúrcal, como la famosa Perdóname, olvídalo; así como los éxitos en voz de Aída Cuevas y Lucha Villa. La década de los ochenta estuvo marcada por un nuevo filme autobiográfico Es mi vida (1982), presentaciones en programas de televisión como Siempre en Domingo o Mala noche ¡no!, donde estuvo por más de 7 horas; también continuaron los reconocimientos por sus composiciones y trayectoria, y tuvieron lugar giras al interior y exterior de la República Mexicana.
Uno de los hitos de la carrera de Juan Gabriel fue el concierto de 1990 en el Palacio de Bellas Artes, acompañado ni más ni menos que de la Orquesta Sinfónica Nacional. Con este concierto, el cantautor se convirtió en el primer personaje de la cultura popular en presentarse en un escenario exclusivo de las llamadas artes cultas, razón por la que también fue severamente criticado, sobre todo por quienes privilegian ciertas manifestaciones culturales o lamentan los atavíos de lentejuelas. Sea como fuere, a esta presentación siguieron dos más, una en 1997 para celebrar 25 años de trayectoria, y la última en el 2014, para celebrar cuatro décadas de carrera. De aquella mítica primera presentación quedan en la memoria la interpretación de Amor eterno, canción que Alberto compuso tras la muerte de su madre, y la rompedora Hasta que te conocí.
Al concierto en Bellas Artes le siguieron presentaciones tremendas en México, con 10 conciertos en el Auditorio Nacional ante más de 100 mil espectadores y ante más de 20 mil en el Palacio de los Deportes; en 1993, por ejemplo, rompió récord de actuaciones en Auditorio Nacional. Giras en Estados Unidos, Centro y Sudamérica, de las que cabe señalar las actuaciones en el Rose Bowl de Pasadena, California; los Estudios Universal de Los Ángeles, California; y el Radio City Music Hall de Nueva York. Se sucedieron los récords de ventas y discos de oro y platino, sucesos todos que lo alejaron de la composición de nuevos temas, razón por la que en 1994 lanzó Gracias por esperar, del que elegimos, para cerrar el conteo, algo que se nos antoja un himno y una bandera contra todo mal. Por supuesto, quedan los 2000, un par de décadas en que El Divo de la canción mexicana, como todos sabemos, no hizo más que asegurarse la inmortalidad.