Catherine Morland de 17 años, protagonista de La abadía de Northanger de Jane Austen, es una amante de las novelas góticas, como cualquier jovencita de su edad y de su época. Tal como en aquella sociedad inglesa del siglo XVIII, en esta primera novela escrita por Austen, las historias góticas gozaban de gran popularidad entre el vulgo y entre la lectura considerada para mujeres. Literatura de poca monta y sin merito alguno según los eruditos de la lectura y las buenas letras. Fórmulas repetidas, mismos escenarios, elementos sobrenaturales, halo de misterio y, por supuesto, cierto romance, eran los puntos que daban su fama y fortuna al subgénero, mismos que alimentaban las incisivas críticas. Pese a todo, esta literatura resultaba una mina de oro para quienes las publicaban y años más tarde fueron revaloradas y reestudiadas como parte importante del arte de la expresión verbal.
Esa misma historia le ha sucedido a los bestseller, los de grandes volúmenes que venden ya no cientos, ni miles, sino millones de copias, ahora nivel mundial, y que engrosan las arcas de la industria editorial, y que, en su gran mayoría, se consideran literatura de mala calidad. Para el escritor granadino Justo Navarro “la literatura de entretenimiento desagrada porque rompe el panorama literario tradicional que se basaba en el canon establecido por personas de gusto distinguido. […] La literatura popular sigue otra lógica que todavía no acabamos de entender. Esa incapacidad para entender su lógica nos mueve a liquidar la discusión diciendo que es mala literatura”.
Salirse de ese orden establecido fue la punta de lanza del autor japonés (vivo, además) más leído en el mundo, Haruki Murakami. Tanto sus connacionales como la crítica extranjera han apelado a dos elementos esenciales que provoca el despotrique y desgarre de vestiduras ante su constante producción literaria: la redundancia de fórmulas en sus historias y ese bien conocido occidentalismo de lo japonés, son constantes que en un principio parecieron novedad y que ahora resultan, según los que saben, un claro atisbo de precariedad creativa. Haruki no es toda la literatura japonesa, hay predecesores, contemporáneos y nuevas voces con propuestas mucho más profundas e interesantes, pero pese a quien pese, la obra de Murakami supuso una revolución en la literatura japonesa, precisamente por abandonar los cánones de la literatura japonesa. Los conocidos temas de su obra como la muerte, la relación romántica entre hombre (raro y sin rumbo) y mujer (guía y perdición), la soledad, el sexo, una suerte de realismo mágico muy murakaniano, las incontables referencias del mundo occidental dentro de la vida diaria japonesa y, por supuesto, la siempre esencial (para sus historias) música jazz y de los Beatles, como parte de un soundtrack dentro de sus libros, son elementos que poco tienen que ver con obras cumbre y clave dentro de la literatura nipona, sin embargo, son los distintivos de un autor hecho a sí mismo, que se volvió referente dentro y fuera de su país por salir de sus convencionalismos.
Es cierto que alrededor del autor de Escucha la canción del viento, Al sur de la frontera, al oeste del sol o After Dark, se ha construido un aura ya no de misticismo, sino de absoluto rockstar de la literatura en general actual: que si su éxito es más un mero logro de la mercadotecnia editorial; que el que casi nunca conceda entrevistas es un truco especulativo; y que su imagen este meticulosamente cuidada y que no hay nada sobre él que no esté en su página web oficial. Pero el éxito de Murakami es innegable y no es gratuito. Sus primeras historias transcurren en la era Shōwa y el Japón cotidiano que describe es real, pero no es el punto de partida y es lo importante en ellas; quizá no refleja la verdadera cultura japonesa, pero su falta de nacionalismo no lo hace menos o más valioso. Lo suyo es ofrecernos a través de sus páginas verdades universales y lejos de ser ambigüedades son un punto de reunión entre cualquier geografía o edad, son historias cercanas que, rayando en ocasiones en lo cursi, nos hablan de una proximidad y una melancolía inapelable que, a pesar de ser historias sin pretensiones y francas de leer, nos muestran las complejidades de la vida.
En enero de 2022, la Universidad de Waseda, una de las más prestigiosas de Japón, inauguró la Casa Internacional de Literatura de Waseda, conocida también como la Biblioteca Haruki Murakami, creada no como homenaje al autor, sino para mostrar, a estudiantes, académicos y todo aquel interesado en su literatura la importancia de Murakami como parteaguas en la historia de sus letras. Quizá la pregunta más controversial sería ¿por qué Haruki y no otros autores como Yasunari Kawabata o Kenzaburō Ōe, que incluso si han obtenido el Nobel, o aquellos que son lectura obligada en las escuelas, como Natsume Soseki? Para empezar, recintos así dedicados a otros autores insignia ya existen en Japón. Para continuar, este espacio surge por y para mostrar y dimensionar de manera tangible su influencia en el mundo actual e influenciar a que nuevos escritores encuentren su propia voz, crear, comunicarse y compartir ideas en todas direcciones posibles. Para la Biblioteca, el propio escritor donó valioso material que alberga cerca de cuatro décadas de su carrera: originales de todas sus obras y de sus traducciones que ascienden a más de 50 idiomas; una colección de cerca de 10 mil discos en vinilo que para él son la fuente de inspiración y parte imprescindible de su obra; y otros documentos de archivo invaluables como fotografías y recortes de periódico.
Después de otras de sus más populares publicaciones como Norwegian Wood y Kafka a la orilla, entender el fenómeno Murakami y porqué es tan complicado considerar a un autor de superventas para el premio Nobel, es fácil de explicar con el lanzamiento mediático de sus últimos dos libros. Como si fuera el mismísimo Harry Potter de J. K. Rolling, las filas de fans aguardaban fuera de las librerías londinenses para, en punto de la medianoche, entrar a hacerse de una copia de 1Q84, sólo que esta ocasión nadie llevaba capa ni varita y en lugar de adolescentes había jóvenes y no tan jóvenes adultos. La librería más grande Japón, se dice, vendía un libro de estos por minuto. Con sus 1600 páginas, dividido en dos tomos, en Francia tuvo que reimprimirse en una semana luego de agotarse en las estanterías. El debate no sólo continúa, sino que se endurece cuando se habla de que este autor de superventas pueda si quiera aspirar al alzarse con el Nobel, porque ¿cómo alguien que vende millones de copias puede tener la misma calidad que el propio Kazuo Ishiguro (japones nacionalizado británico), Svetlana Aleksiévich o J. M. Coetzee?
Merezca o no un título cuyo valor se ha vuelto cuestionable, y pese a los defectos que saltan a la vista en varios libros de Murakami, y ya sea a refunfuñones, lo que hay que reconocer del nacido en Kioto es que gracias a que sus publicaciones logran figurar en los escaparates de novedades de las librerías, ahora es posible encontrar con más facilidad un acercamiento a otra literatura japonesa, alguna más joven, alguna redescubierta, como la de Banana Yoshimoto, Yoko Ogawa, Hitomi Kanehara, Kanae Minato, Miri Yu o Ryu Murakami.
Aquí algunos ejemplos de los distintos (aunque usted no lo crea) Murakamis que existen a lo largo de su obra.
A Watanabe lo persigue el recuerdo de la amistad, que en este caso es el mismo que el de la soledad y la muerte. De adolescente, su mejor amigo se suicidó sin dejar ningún indicio de porqué. Algunos años más tarde se reencuentra con la novia de su difunto amigo, Naoko, de quien está enamorado y que ha quedado marcada para siempre por la pérdida de su novio. Esta historia, que inició la carrera de Haruki como escritor mundialmente reconocido y que se ha vuelto lectura de iniciación, es quizá de las pocas que no evocan elementos de fantasía o sobrenaturales. La más realista de sus ficciones, es, sí, una historia de (des)amor, de maduración, de abandonar las idealizaciones, de abrazar la soledad, el dolor y la pérdida y cómo estás abren paso a cosas no necesariamente buenas, pero si nuevas.
Novela corta, donde lo enigmático y el misterio se hacen presentes en la penumbra de los sórdidos barrios tokiotas mientras la noche avanza. Como en una novela negra, pero sin serlo, aquí se dan cita las dualidades, las casualidades y las ambigüedades. Mari, una estudiante que espera durante la madrugada en una cafetería para tomar el primer tren matutino, es interrumpida primero por un conocido y después por una mujer que la busca para servir de traductora en una aparatosa situación: una joven prostituta china ha sido golpeada por un cliente en un love hotel. El misterio no es tanto porqué la golpeó, sino quién, y cómo esto parece conectarse con la atractiva hermana de Mari, Eri, quien yace dormida en una habitación desde la cual un televisor desenchufado de repente se enciende. Para conocer cómo se relaciona todo, Murakami nos vuelve unos voyeristas.
Publicada en Japón en tres partes y en occidente en una sola entrega, la trama de esta novela vaga entre lo onírico y lo real. La confrontación de soledad y la depresión invaden Tooru Okada, el protagonista de esta historia: entrado en sus 30 e insatisfecho ante la vida, recién acaba de renunciar a su empleo como abogado. De pronto, recibe la llamada de una misteriosa mujer y a partir de ahí, cosas extrañas comenzarán a suceder a su alrededor, siendo la más impactante de todas, la desaparición de su esposa. En el viaje (literal y figurado) de Tooru para encontrarla y saber qué le ha sucedido, se presentan otros personajes y otras realidades que encierran simbolismos para ayudar a entender la naturaleza de esta historia.
Las superventas se dan con las novelas, no con los libros de relatos. Sin embargo, son en estas historias cortas, donde se puede disfrutar de otro Murakami, el que no da tantas vueltas, el que es capaz de condensar emociones concretas, el que se permite dar particularidades a cada cuento. Lo que une a las siete historias que conforman Hombres sin mujeres, son ellas precisamente y cómo la vida de estos pobres sujetos protagonistas es lo mismo atormentada que bendecida por la figura femenina, presentada de manera etérea pero sumamente cercana y necesaria para el mal vivir de los hombres. La traición y el engaño, la muerte y el duelo, la compasión y el perdón, la aceptación y el redescubrimiento y, por supuesto, el amor y el sexo, conforman esta colección de cuentos.
En esta ficción se cuentan dos historias sobre dos personajes distintos que, sin cruzarse nunca, sus vidas terminan conectadas. El elemento clave es la tragedia: el primer protagonista, Kafka Tamura, huye de casa a los 15 años, debido a problemas irremediables con su padre, quien crió solo a su hijo cuando su esposa lo abandonó, hecho que resulta en que, en su locura, profetice que Kafka terminará asesinándolo, tal como el Edipo de Sófocles. Los capítulos que se intercalan con esta primera historia son sobre Satoru Nakata, un hombre de 60 años, quien debido a un accidente inexplicable que sufrió de niño, perdió no sólo sus recuerdos, sino su inteligencia y la capacidad de leer o hablar, excepto con los gatos. Gracias a que ahora puede comunicarse con ellos, dedica su vida a buscar mininos perdidos y a salvaguardar sus vidas, aunque eso implique asesinar a quien ose dañarlos.