Un 19 de diciembre de 1996 se detuvo en París el corazón del cine italiano. Marcello había nacido en Fontana Liri, un pueblo cercano a Roma, y el día de su deceso, en la capital italiana otra fuente, la Fontana di Trevi, se vestía de negro en señal de luto: en sus aguas y frente a sus estatuas barrocas como testigos, aquel hombre de 37 años daba vida al periodista Marcello Rubini, quien prendado de la exuberancia y belleza de Sylvia ‒encarnada por Anita Ekberg‒ va tras ella a bañarse en la fuente; esta es la postal de la que es considerada la mejor película de Fellini ‒qué duda cabe, eso sí, de que es una de las mejores de toda la historia del cine‒ y con esa Dolce vita Marcello Mastroianni saltaba a la fama y a la inmortalidad.
En su juventud, Mastroianni fue prisionero durante la Segunda Guerra Mundial y una vez cesado el conflicto, se avino al teatro luego de errar una carrera de arquitectura en la universidad. Hacia finales de los 40 la actuación se volvió cosa seria, en el teatro dio vida al tosco y pasional Kowalski de Un tranvía llamado deseo, la icónica dramaturgia de Thenesse Williams, e iniciaba en el cine con una adaptación de Los miserables de Victor Hugo bajo la dirección de Riccardo Freda. Entre 1950 y 1954 participó en montones de filmes, se casó con la también actriz Flora Carabella, nació Bárbara, su primera hija y trabajó por primera vez al lado de Sophia Loren y Vittorio de Sica ‒a quien persiguió por mucho tiempo en busca de una oportunidad como actor‒ en Peccato che sia una canaglia (La ladrona, su padre y el taxista, dir. Alessandro Blasetti, 1954).
Su rostro dio vida a personajes con caracteres diversos, por mucho que se le suela enfrascar en el de Don Juan conquistador terrible, para muestra de su registro y compleja personalidad artística están Febbre di vivere (1953) de Claudio Gora, I soliti ignoti (Rufufú, 1958) e I compagni (Camaradas, 1963) de Mario Monicelli o Divorzio all'italiana (1961) de Pietro Germi; y como se ve, la fama inmortal que obtuvo con La dolce vita en 1960 arribó cuando era ya un hombre y actor maduro. A 23 años de su partida, dedicamos este Top #CineSinCortes al gran caballero del cine europeo; de la galería de personajes que interpretó en más de 150 filmes elegimos estos seis inigualables Mastroianni´s.
Bajo la dirección del mítico Luchino Visconti, con quien se había iniciado en la actuación en su compañía de teatro, Marcello interpreta al tímido y desairado Mario, un joven oficinista que hace dos semanas fue trasladado a una ciudad de oníricos puentes. Una noche conoce a Natalia (Maria Schell), una bella joven que aguarda la llegada de su amor en uno de aquellos puentes; Mario intenta sin éxito hacerse su amigo, pues lo que en realidad desea es que ella olvide a aquel fantasma de su pasado y ponga los ojos en él. En su última noche junto a Natalia, nieva y la posibilidad de realizar sus ilusiones lo elevan tan pronto en la dicha que su abrupta caída nos rompe también a nosotros el corazón. El filme está basado en la novela homónima de Fiódor Dostoievsky y fue también con Visconti que Mastroianni dio vida al héroe absurdo de Camus, Meursault, en una adaptación de El extranjero en 1967.
Un drama psicológico del menos populachero de los realizadores italianos, Michelangelo Antonioni; el cineasta intelectual retrata en esta cinta el declive del matrimonio clasemediero de Lidia (Jeanne Moreau) y el escritor de fama incipiente, Giovanni Pontano (Mastroianni). Lidia atraviesa una crisis que termina por revelarle que su relación no da para más, mientras que Giovanni termina siempre enredado en alguna aventura; el último de esos flirteos tiene lugar en la fiesta del empresario Gherardini a donde acuden juntos, mientras Lidia se aleja del bullicio, Giovanni se topa con Valentina (Monica Vitti), la joven y bella hija de los anfitriones. Llega la aurora y los músicos aún de pie tocando anuncian que la fiesta no ha acabado, por su parte la careta de artista intelectual de Giovanni cae y revela su naturaleza inconstante: la idea de renovarse con Valentina cede lugar cuando Lidia le dice que no lo ama ya, pero no hay más qué hacer, ni siquiera es capaz de reconocerse en la carta más bella de amor que él le escribiera.
¿Cómo reducir a una postal la mejor película de la historia? Una podría ser la de Guido Anselmi flotando en los aires, jalado por sus amigos en la playa y cayendo abruptamente al mar, otra la de Anselmi bajando un poco sus gafas oscuras y arqueando la ceja con ligerezza; o aquella otra en la que Guido frena, látigo en mano, la revuelta que se arma en su fantasía del harem; quizás, definitivamente, el cortejo final, con todo el mundo bailando tras aquella invitación que le hace Guido a su esposa Luisa (Anouk Aimée) “¡È una festa la vita, viviamola insieme!”. Todavía hay que decir que la octava película y media del gran Federico Fellini, —que es al tiempo un viaje autobiográfico onírico y surrealista, cine dentro del cine y un circo de melancolía caótica—, tuvo a Mastroianni como protagonista, él fue el médium del alter ego del cineasta, del irremediable Guido Anselmi en crisis creativa y de identidad a sus 40 años.
Sin duda, la imagen más mediática de Marcello Mastroianni es junto a Sophia Loren con De Sica detrás de la cámara y hay quienes aseguran que no hay nada más italiano que Matrimonio all’italiana de 1964. Lejos de aquella comedia típicamente italiana está el drama Los girasoles, en el que aquella pareja mítica y perfecta interpreta a Antonio y Giovanna, dos jóvenes napolitanos que apenas se conocen inician un pasional romance; su idilio se ve truncado cuando Antonio es obligado a servir a la milicia, es la Segunda Guerra Mundial y la Italia fascista aliada a la Alemania nazi está en el frente desde el que pretenden derrotar a la URSS. La guerra termina, pero Antonio no regresa; Giovanna se entera de que fue gravemente herido y no pudo salir del suelo soviético, convertida entonces en pura voluntad va a buscarlo hasta allí y lo encuentra, pero no hay final feliz.
Ni pillo ni seductor, en este filme de Ettore Scola, Marcello personifica dignamente a Gabriele, un locutor que acaba de ser despedido por su homosexualidad. Es el 6 de mayo de 1938, en Roma todos acuden al desfile en honor de la visita de Adolf Hitler al Duce, todos menos Gabriele y Antonietta (Sophia Loren), una de sus vecinas, ama de casa subordinada al esposo y esclavizada por los quehaceres y el cuidado de los niños. Ese día tan peculiar, su encuentro les salva de las tinieblas, las ideas suicidas de Gabriele se espabilan y Antonietta empieza a cambiar su rol de mujer sumisa.
Cerramos este top con la adaptación cinematográfica de otro ruso, Antón Chéjov, en este caso de tres de sus cuentos en manos del cineasta ruso Nikita Mijalkov. Aunque no es la última cinta en la que Mastroianni actuó, sí es su último autorretrato involuntario: Romano es un hombre maduro, un arquitecto jubilado que en un viaje a bordo de un barco de vapor se confiesa ante su anónimo acompañante ruso; le habla de la pérdida de la ilusión dentro de su matrimonio, de la esperanza renovada que le dio un nuevo amor de negros ojos y de la frustración irremediable del mismo. Este Mastroianni demuestra de nuevo que no necesita ser otro que él mismo para ser alguien más.