Por: Mariana Casasola

Las letras y la realidad

Hace un par de años se vivió un resurgido furor popular por el accidente nuclear de Chernóbil gracias a una muy exitosa miniserie de televisión que fue elogiada hasta el cansancio por su escandalosa reproducción de los terribles acontecimientos, pero sobre todo por su inclusión de historias de los pequeños protagonistas de la tragedia. Decimos “pequeños” porque no se trata para nada de los nombres que encabezaron los titulares en aquel 1986 y en esta reciente serie televisiva: los políticos responsables, los científicos involucrados, los funcionarios señalados; sino las personas comunes y olvidadas: el bombero, la enfermera, el ama de casa, el empleado de la planta nuclear, personas que perdieron el nombre y se volvieron un número más entre las horribles estadísticas de muertos, de desplazados y condenados a padecer el cáncer que simplemente entró por sus ventanas.

La superproducción de HBO conmovió con esas historias que de pronto parecían más cercanas y vivas que nunca. Pero entre tanto aplauso y reconocimientos que cosechó la serie, quedó perdido —además ni siquiera venía mencionado entre los créditos— que esos personajes comunes y sus experiencias no se imaginaron ni se supusieron, sino que fueron rescatados décadas antes gracias a la minuciosa y titánica labor periodística de una mujer bielorrusa que dedicó años a entrevistar de casa en casa a los sobrevivientes, sumergiéndose profundamente en sus testimonios, registrando, gracias a la confianza que se ganó de ellos, largas conversaciones cargadas de recuerdos estremecedores.

Esa mujer, Svetlana Aleksiévich, acaba de ganar en 2015 el Premio Nobel de Literatura, avivando un debate en torno al menosprecio que inspira el periodismo en comparación con la literatura. Para muchos fue un escándalo que Aleksiévich se hubiera ido con el reconocimiento de la Academia sueca en lugar de algún aclamado novelista o poeta, sugiriendo de muchas maneras que su obra como cualquier ejercicio documental o periodístico, carece de arte, imaginación e invención en comparación con la literatura de ficción. Pero al colocar su obra junto a la de gigantes literarios internacionales como Gabriel García Márquez, Albert Camus, Alice Munro y Octavio Paz, el comité del Nobel reconoció un género que a menudo se ve como un mero vehículo para la información más que como un esfuerzo estético.

Porque cualquiera que haya leído algo de Svetlana Aleksiévich reconoce al instante que no está ante una obra menor, mucho menos olvidable. Voces de Chernóbil (1997) y La guerra no tiene rostro de mujer (1985) son un par de ejemplos de cómo esta autora es mucho más que la suma de las voces que ha recopilado incansablemente en torno a los traumas nacionales rusos, como la catástrofe nuclear o la guerra afgana-soviética. Ya que la Historia no suele contar las pequeñas vidas, los ecos que quedan en las familias destrozadas, las pesadillas de los sobrevivientes, aquellos que siguen de luto, perdidos en sus recuerdos; para recuperarlos sólo ha estado un relato precioso como el de esta autora fundamental y el de muchos otros grandes de este oficio que aún no reconocemos como los creadores literarios que son.

Borges ha dicho que el periodismo es para el olvido y la literatura para la memoria. En este Librero reunimos a tres de estos oficiantes de lo efímero, como se le dice sesgadamente al trabajo de buscar diariamente la verdad. Nos propusimos aquí recomendar a tres autores mexicanos que han logrado darle memoria a lo que muchas veces se vuelve pasajero, que sí, lo hacen con el respaldo del rigor periodístico, de investigaciones exhaustivas y muchas veces peligrosas pero que, al igual que la gran Aleksiévich, también relatan estas realidades con una imaginación tan libre y entrañable como la de cualquier novelista, dramaturgo o poeta.

Señas particulares
Image

¿Tú conoces con detalle el cuerpo de tus seres queridos?, ¿serías capaz de identificar el cadáver, de pronto deformado por la descomposición, de alguien a quien amas?, ¿cuáles son las señas particulares que nos conforman y que en caso de morir de forma violenta y sin identificación nos pueden salvar de la fosa común? Estas preguntas escalofriantes, y sin embargo tan válidas y pertinentes como cualquier otra, son las que se plantean al leer Señas particulares (DEBOLSILLO, 2008) de Josefina Estrada, una obra que le ganó a su autora el primer lugar del Primer Concurso de Crónica Salvador Novo en 2002. Estrada nos guía por los laberintos que inician con la nota roja, pasan por las salas forenses y nunca terminan en un final feliz.

Para armar su relato, esta periodista, escritora y catedrática de la UNAM, se embarcó en una investigación única en la que acompañó durante meses en sus labores, de madrugada y a toda hora, a los conductores de ambulancia encargados de recoger los cadáveres de personas fallecidas de forma violenta o sospechosa, a los trabajadores de ministerios públicos y hospitales, enterradores y, claro, a los técnicos y doctores especialistas en las más diversas ramas de la medicina forense. De inicio, uno podría pensar que se trata de una búsqueda amarillista, como las que vemos recreadas en tantas exitosas series de televisión, de uno de los procesos más oscuros de nuestra sociedad. En cambio, lo que se encuentra en Señas particulares es un relato fascinante que nos hace inevitablemente revalorar el cuerpo, la vida, la familia y amor que palpita en cada historia narrada aquí, la de estas personas fallecidas que la autora encontró, y la suya propia, porque como cualquiera que se lanzara en una misión tan lúgubre como esta, Estrada se pregunta sobre su propio final, el de sus seres queridos y la revolución de vida que sólo se experimenta estando tan cerca de la muerte.


Debo olvidar que existí
Image

Por muchos años se creyó que las preguntas alimento del misterio que es Elena Garro quedarían suspendidas en el tiempo, fantásticas como sus textos, incluso a pesar de los recientes esfuerzos por rescatar su memoria y atar los cabos de su complicadísima historia desde la labor académica. Pero además de estas indagaciones de historiadores y estudiosos de la literatura, surgió un relato que retoma a Elena Garro con la misma fascinación y profundidad, pero desde otra perspectiva, no la del academicismo y la tesis, sino la del relato indagador y certero que solo es posible en el periodismo: de Rafael Cabrera, periodista por la UNAM y el CIDE, Debo olvidar que existí (DEBATE, 2017) es una nueva aproximación a la autora de Los recuerdos del porvenir, gracias a una profunda investigación de más de 14 años en los que Cabrera buscó no sólo en sus textos, también en su correspondencia, en documentos legales y testimonios que obtuvo de viva voz con quienes la conocieron y aún se atreven a nombrarla. En el trayecto, logró conversar con personajes decisivos en la historia de Garro, halló nuevos documentos, sitios que la guardaron en sus huidas, testimonios, fotografías inéditas, todo lo que arroja una nueva luz sobre el misterio que es esta autora fundamental para la literatura de nuestro país.

Pero este libro está muy lejos de ser un mero recuento de acontecimientos, al contrario, con toda su maestría periodística y literaria Cabrera ofrece un relato emocionante de un personaje que vaya que lo amerita. Además, pinta a una mujer para nada perfecta, no idealiza ni victimiza a esta escritora que tuvo que autoexiliarse y que nunca disfrutó el éxito y reconocimiento que ahora tiene su obra. El autor relata la historia velada de Garro como lo que es, un compendio de silencios, de incongruencias y confusiones, pero ya no más un misterio.


Nadie les pidió perdón
Image

Entre estas, la recomendación más devastadora es sin duda Nadie les pidió perdón (EDICIONES URANO, 2015) de Daniela Rea, una joven reportera independiente, integrante de la Red de Periodistas de a Pie y los Nuevos Cronistas de las Indias, y además, recientemente destacada documentalista. Devastadora porque hace un compendio vivísimo de varias historias, demasiadas historias, que nos hablan de la deshumanización más tremenda con la que ha podido actuar el Estado mexicano. Aquí hay soldados que asesinan y desaparecen impunemente a inocentes, policías que simulan ejecuciones, enfermeras que curan para entregar a sus pacientes a nuevos ciclos de tortura. Rea, con gran rigor periodístico, teje los testimonios, las entrevistas, investigación de campo y exhaustivas revisiones de expedientes para dar voz a las interminables víctimas. Sí, Nadie les pidió perdón pinta a un México en el que el Estado, que debería proteger, pasa a ser el principal victimario de la sociedad, pero también logra, sorprendentemente, dar cuentas del dolor, la culpa, al igual que el amor, la fraternidad y la esperanza que sostienen el camino de los que resisten, los que aquí, por fin, tienen voz.