La expresión “como judío errante” quizá la hemos escuchado, incluso aplicado alguna vez. La frase emerge del antiguo mito bíblico acerca de aquel judío que negó su ayuda a Jesucristo rumbo a la cruz y como castigo, Dios lo condenó andar por siempre sobre la Tierra.
Fuera del mito, convertido incluso en mensaje antisemita, es bien conocido ese continuo viaje del pueblo judío, sin embargo, el castigo pareciera no sólo caminar, sino ser perseguido, como aquellos judíos que lograron escapar del holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, donde se calcula que murieron unos seis millones de judíos europeos. Aquellos que corrieron con suerte, pudieron emprender un viaje rumbo a la libertad y renacer con lo pocos pedazos de una vida que dejaban atrás.
Tal es el caso de Jack Fuchs, un hombre polaco (nacido como Yankele Fuks en 1924) que después de haber perdido a toda su familia en los campos de concentración, incluido Auschwitz, cruzó el Atlántico en busca de refugio. De Nueva York a Puerto Rico y de ahí a Argentina (donde residió desde 1963 hasta su muerte en 2017), Jack se enfrentó siendo sólo un muchacho de 21 años a la incertidumbre, a luchar por sobrevivir y al temor de saberse abandonado en este mundo, con una tía como único pariente que logró localizar después de varios años. En Argentina, echó raíces y se creó una familia tanto de sangre como de amigos.
Este 27 de enero es el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, y en el marco Canal 22 transmitirá el documental El árbol de la muralla, el lunes 25 de enero, a las 22:30 horas.
El título de este largometraje de Tomás Lipgot, nace de una de las memorias de Jack, el árbol que se hallaba cerca de una muralla donde jugaba cuando niño. Esta evocación, es una de las tantas que este octogenario comparte; lejos de ser desgarradoras o caer en el sentimentalismo, Jack abre las puertas de sus recuerdos, no esperando a que alguien alcance a comprender lo que vivió – él mismo declara “es como la muerte, nadie puede imaginarse lo que es”-, pero sí puede que sus palabras hagan eco para tener la suficiente empatía con aquellos discriminados, perseguidos y desterrados.
Así, a lo largo de El árbol de la muralla, Jack narra algunas de sus vivencias, las cuales le costó 40 años de asimilación para compartirlas a través de dos libros, Tiempo de recordar y Dilemas de la memoria; varias conferencias impartidas y este material audiovisual. Además, viaja hasta su natal Lodz para tratar de armar un rompecabezas en medio de una ciudad totalmente distinta a la que habitó. Asimismo, algunas amistades dan su punto de vista acerca de los lazos que han creado con Jack.