Por: Rebeca Avila

Francisco Villa, de caudillo revolucionario a las páginas de los libros

Los Dorados de Villa son conocidos históricamente por ser un cuerpo de élite cuya estructura no tiene igual, y que estaba conformada por diversos tipos de organizaciones militares; sin embargo, lo que tenían en común es que eran hombres de confianza de Francisco Villa, inquebrantables en su espíritu e ideales. El origen de su nombre, según quien lo cuente, tiene variables: eran los Dorados por el color kaki de su uniforme y el tono metálico de las carrilleras que cargaban en el torso asemejaban, a lo lejos, una horda de hombres dorados; también se cree que era porque estos hombres eran quienes cargaban oro para diversas transacciones (los dorados, los que pagan con oro); alguna otra dice que era por autoproclamarse mejores que la banda criminal llamada Los plateados. Al final, no hay respuesta concreta y esta es una de las tantas leyendas que giran en torno a la campaña de Francisco Villa.

En los anales de la historia de México, es probable que sólo dos hombres y nombres se asemejen en igualdad del misticismo existente alrededor de sus legendarias figuras, unas de las tantas que hemos creado. Ambos hombres de la revolución mexicana; ambos los caudillos más fieles a sus causas; uno en el Sur, Emiliano Zapata, y otro en el Norte, Doroteo Arango, mejor conocido como Francisco (Pancho) Villa.

Pensar la imagen de Villa entreteje muchos aspectos que han fusionado la realidad con la ficción, los hechos con los mitos, las anécdotas con los cuentos de terror y heroísmo. Pensar a Villa es hacerlo desde las distintas etapas y contextos por los que la misma Revolución mexicana atravesó. Villa fue José Doroteo Arango Arámbula, un fugitivo de la ley, un bandolero, afiliado al movimiento maderista y más tarde al carrancista, comandante de la División del Norte y prisionero; líder de uno de los ejércitos mejor organizados y consolidados de las luchas latinoamericanas; cabeza de una de las causas más radicales e izquierdistas del movimiento revolucionario; y hacedor de su propia imagen mitológica, la leyenda negra del caudillo tiránico y muchas otras derivadas como el origen de su cuerpo de élite conocido como los Dorados de Villa.

Si la tradición oral y los medios sensacionalistas de la época ayudaron a consolidar estos mitos alrededor de Villa, la literatura, tanto de la época como posterior, hizo lo propio al construir escenarios (aún más) ficticios alimentados por los hechos y los artificios.

Este 5 de junio, presuntamente (porque se dice que su fecha de nacimiento es una invención más de su biografía), se cumplen 144 años del nacimiento del Centauro del Norte, y en este Librero recogemos algunas obras literarias basadas o inspiradas en su figura.


Cartucho, de Nellie Campobello


Cartucho se publicó en 1931, y con ello su autora se convirtió en la única mujer referente de literatura de la Revolución mexicana. La obra dedicada a la causa villista relata, desde los ojos de una niña, uno de los periodos más oscuros y sangrientos de la historia de Chihuahua, de 1913 a 1918, período durante el cual ocurrieron centenares de hechos violentos vividos por los pueblos y ejecutados por las hordas de soldados rebeldes. Es a través de esta niña ficticia (aunque basada en las experiencias cercanas de Campobello) que se tejen 56 relatos divididos en tres partes: Hombres del Norte, Fusilados y En el fuego. Es en este último es donde más se menciona no sólo a las tropas villistas, sino al mismísimo Francisco Villa. Es también ahí donde se enuncia el poderío del general: “Los villistas eran un solo hombre. La voz de Villa sabía unir a los pueblos. Un solo grito era bastante para formar su caballería”, y donde se describen al mismo tiempo la faceta más violenta y la más humana del caudillo del Norte, en títulos como La voz del general o Las lágrimas de Villa. Cabe destacar que posterior a Cartucho, Campobello publicó un texto más alejado de la literatura Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa (1940).


No me dejen morir así, de Pedro Ángel Palou García


Se dice que con Francisco Villa no hubo ni hay medias tintas: o se le veneró y siguió hasta el último momento; o se le temió y odió. En esta novela de ficción, Francisco Villa habla en primera persona. Ante la inminencia de su asesinato, el caudillo se enfrenta no sólo a la muerte, sino a sí mismo, y comienza a cuestionarse sus acciones o qué lo llevó a ser lo que es, pero también interpela acerca de lo que fue el movimiento revolucionario y porqué fue traicionado. Apoyado por fuentes biográficas, Pedro Ángel Palou realiza una radiografía más íntima de la vida de Villa en Chihuahua y al mismo tiempo, desde su ficción, desmitifica cuestiones como los motivos y perpetradores de su asesinato (que se pensaba fue ordenado por Carraza).


La División del Norte, de Pedro Salmerón


A veces la historia real, sin adornos, es mucho más interesante que la ficción. En un sentido menos literario, pero no menos significativo, el historiador Pedro Salmerón ofrece un acercamiento muy detallado sobre los ejércitos villistas y el propio general: La División del Norte, el ejército revolucionario más poderoso de América Latina, gracias a su organización y disciplina, conformado por civiles que fueron instruidos para la lucha armada. Pero estos hombres y mujeres del pueblo no eran rebeldes sin causa: su origen social tuvo la misma importancia que la legitimidad de sus líderes, que no eran mandos políticos sino hombres que también provenían del pueblo y conocían sus carencias y demandas. A través de la geografía propia de la región norte del país, como Chihuahua y La Laguna, y de los hombres que conformaron estos ejércitos, es que se puede comprender el éxito sin precedentes que las campañas guerrilleras y militares dieron al movimiento revolucionario.