Por: Arody Rangel

El hombre nuevo, hombre-utopía, un mito: Ernesto Che Guevara

“No podemos hacernos ninguna ilusión, ni tenemos derecho a ello, de lograr la libertad sin combatir”.
Mensaje a la Tricontinental, Ernesto Guevara

Hace ya más o menos un siglo que, al menos en la teoría, se asume que las grandes explicaciones con las que buscamos dar sentido al mundo que nos rodea, esas que amalgaman nuestras prácticas socioculturales, bien pueden denominarse mitos. Claro, no falta quien chiste y señale que no, que ya no creemos en dioses y seres sobrenaturales, pero esas creencias “antiguas e irracionales” cumplían antes la misma función que hoy tienen ideas como el progreso o el éxito, asumidas y reproducidas acríticamente… Por otro lado, en lo que toca a productos de las industrias de la cultura y el entretenimiento, nadie tiene reparo en predicar cosas del tipo “el mítico álbum” de quien sea, o “la mítica actuación” de perengane, o “la foto legendaria” de tal o cual icónico personaje, y es así precisamente como forjamos las historias que nos contamos sobre nuestros ídolos contemporáneos, siguiendo el movimiento de los cantos que otrora celebraran las hazañas de los héroes.

El mito, la historia que nos convoca, tiene en el día 5 de marzo de 1960 uno de sus momentos clave. Hacía poco más de un año que en Cuba había triunfado la revolución y se había instaurado un régimen socialista en la isla liderado por Fidel Castro; aquel 5 de marzo se llevaba a cabo un cortejo fúnebre por las víctimas de una explosión en aguas isleñas: una embarcación francesa cargada con armas belgas sufrió una detonación, causada presuntamente por el enemigo. Un fotógrafo de apodo Korda capturó varios rostros en aquella jornada, el de Castro, por supuesto, los de Sartre y De Beauvoir que estaban de visita en clara simpatía con el régimen revolucionario, y el de Ernesto Che Guevara, un hombre de origen argentino que se adhirió a la causa de Castro en México y logró hacerse de una posición importante en las filas del victorioso Movimiento 26 de Julio como comandante.

Ese día, Korda hizo dos capturas al Che de forma azarosa, fortuita; las imágenes tenían defectuosos detalles en su composición, la cabeza de alguien en una, una palmera en la otra; y no vieron la luz hasta pasados varios años, en 1968, luego incluso de que otras imágenes del comandante dieran la vuelta al mundo: las de su cadáver postrado y con los ojos abiertos, en un gesto en el que varios vieron a un mártir del tipo de Cristo, ese hombre asesinado en la persecución de un ideal, el de extender la revolución socialista por el mundo, quien luego de fracasar al sumarse a una guerrilla en el Congo, encontró la muerte en Bolivia en 1967, donde se había adherido también a un movimiento guerrillero. La foto de Korda se publicó primero en la tapa de un volumen italiano de los llamados Diarios de Bolivia de Ernesto Guevara y el editor de estos escritos, Feltrinelli, hizo publicidad al libro con un póster con la misma foto, de ésta, por su puesto, se eliminaron los mal habidos detalles y se creó una imagen prístina: un joven Ernesto Guevara, con un cielo despejado de fondo, la barba y los cabellos crecidos, la mirada fija y profunda en el horizonte, el gesto decidido y la mandíbula apretada, ataviado de una chaqueta y una boina con la estrella roja correspondiente a su rango de comandante.

Esa imagen dio la vuelta al mundo y es una de las más importantes del siglo XX, en ese rostro se ha querido ver al hombre revolucionario por excelencia, ese Guevara que encarnó las ideas del socialismo hasta sus últimas consecuencias; por otro lado, desposeído, a veces, de esa carga histórica y filosófica de la utopía que el socialismo algún día fue, esta foto del Che ha sido bandera de muchas generaciones de jóvenes en choque ideológico y manifiesto contra el sistema opresor… Ese sistema, por cierto, que en su manifestación de cultura popular e industria cultural también ha hecho de esa foto y del mito que ella recoge un producto versátil, que igual se distribuyó como lámina al estilo Warhol o se puede adquirir en la forma de una taza o una playera, y ahora, en estos tiempos de convulsa reproducción de las imágenes, circula en los perfiles de una gran diversidad de usuarios con múltiples modificaciones y sentidos otros del original...

El original, Ernesto Guevara de carne y hueso, nació en Rosario, Argentina, un 14 de junio de 1928. De familia burguesa clasemediera, el niño Ernesto padeció asma, fue un joven rebelde y de espíritu indomable, dio un largo paseo por su país y hacia el final de sus estudios universitarios en Medicina, Guevara recorrió el cono sur a bordo de una motocicleta en compañía de un entrañable amigo; un regreso breve en su natal Argentina fue el preludio de un segundo viaje por la América hispánica, mismo que, según se cuenta, afincó en él las demandas populares de justicia social que había atestiguado en sus anteriores travesías y asentó asimismo la influencia del pensamiento marxista-leninista y su imperativo de hacer la revolución de las masas oprimidas por el sistema capital en todo el orbe. En ese viaje miró de frente el aplastamiento del movimiento popular en Guatemala y exiliado en México conoció a los hermanos Castro con los que hizo la revolución en Cuba y pasó a la Historia.

Las personas de carne y hueso oscilamos en los claroscuros, el Che no habría sido la excepción. Contra su aura mítica de héroe de la izquierda latinoamericana, un aura que el mismo régimen en Cuba se encargó de propagar, muchos señalan que ese Guevara, el combatiente revolucionario ideal en tanto que inquebrantable en sus convicciones, intachable en sus principios, congruente en sus acciones y pensamientos, en realidad era un hombre soberbio e ingenuo, e incluso un devoto tan entregado a la causa que no dudó en perpetrar él mismo una justicia revolucionaria contra los opositores del nuevo régimen en Cuba o enarbolar la guerrilla como acción legítima contra el sistema sin importar el coste de sangre; alegatos que buscan crear, en contraparte, un halo negativo alrededor del personaje… Ambos extremos viven uno del otro gracias a un maniqueísmo que es también mítico: el combate milenario, tan sabido y tan manido del bien contra el mal, ¿pero qué hay en el claroscuro?

En el marco de esa utopía que alguna vez fue el socialismo ‒no menos decepcionante en sus concreciones históricas que las actuales del vencedor neoliberalismo en tránsito a la debacle civilizatoria‒; en el marco de las ideas que clamaban justicia y vislumbraban un futuro en el que, abolida la propiedad privada y las clases sociales, los hombres vivirían en fraternidad por ser todos libres e iguales en la letra y en los hechos; dentro de ese marco, Ernesto Guevara propugnaba por el hombre nuevo, ese adán de la utopía socialista en el que se materializarían los valores e ideales de ese otro mundo posible, un hombre parido por la revolución que haría suyas las causas sociales, él sería el hombre del siglo XXI...

Pero ni esa revolución ni ese hombre nuevo fueron ni están hoy y es más bien la imagen monocroma o de fuertes contrastes la que pervive de aquel sujeto de carne y hueso que su en su claroscura contradicción persiguió y murió por lo que quizás fuera asimismo un mito.