Por: Arody Rangel

Stephen Hawking, divulgador de la ciencia

Nació un 8 de enero de 1942, precisamente 300 años después de la muerte del astrónomo irredento Galileo Galilei, y su deceso tuvo lugar el 14 de marzo del 2018, la misma fecha en la que en 1879 nació el gran Albert Einstein. El dato curioso, resultado no más que de la casualidad, podría pasar desapercibido si el hombre en cuestión no fuera, al igual que los científicos mencionados, uno de esos personajes que cambió el mundo de la ciencia. Sí, al igual que Galileo y Einstein, Stephen Hawking se hizo de un lugar muy trascendente en la historia del conocimiento humano.

Se dice que en su niñez y primeros años de juventud su relación con la escuela era ordinaria y hasta desentendida, que cuando se matriculó en Física en la Universidad de Oxford sobrellevar aquello no le reportaba mayores dificultades. Al parecer, no fue hasta que recibió el diagnóstico de su ELA (esclerosis lateral amiotrófica), y la pesimista prospectiva de que viviría pocos años a causa de esta enfermedad, que Stephen viró el sentido de su vida y se entregó por completo al estudio de la cosmología. Entre los múltiples aportes que hizo al estudio del universo, Hawking escribió su nombre en la historia a sus 31 años al proponer que los agujeros negros en realidad no serían absoluta oscuridad, que emitirían un poco de luz; así, propuso una fórmula que vinculó por primera vez la relatividad general y la mecánica cuántica para calcular lo que hoy se conoce como radiación de Hawking, la energía termodinámica que emiten los agujeros negros según su teoría -una de sus implicaciones, por cierto, es que estos densos personajes podrían desvanecerse sin más-.

A la incapacidad creciente resultado de su enfermedad, se sumó el padecimiento de una neumonía a causa de la cual le fue practicada una traqueotomía que lo dejó sin habla. La imagen más mediática de Hawking es la del genial y carismático físico en silla de ruedas que se comunicaba a través de una computadora de voz metálica y es que, a la par de estas complicaciones, el cosmólogo emprendió la vía de la divulgación científica con la publicación en 1988 del libro Breve historia del tiempo, un superventas dirigido al gran público, al que siguieron varios más, así como conferencias y charlas en diversos puntos del globo, y hasta participaciones en programas y series de entretenimiento, como The Simpsons o The Big Bang Theory, o más recientemente una película sobre su vida.

En esta ocasión, para conmemorar la fecha de su nacimiento, dedicamos este Librero a tres de los títulos que conforman la obra de divulgación científica de Stephen Hawking, tan importante como sus aportaciones al conocimiento humano: la ciencia ha transformado el modo como concebimos nuestro mundo y el universo, nos ha dotado también de herramientas para explorar y transformar nuestro entorno, pero este conocimiento no está al alcance de todos; comunicar la ciencia es una apuesta por cerrar esta brecha.

Breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros (1988)

Con prólogo de Carl Sagan, este libro aborda temas como el Big Bang, el tiempo, el origen del universo, la teoría de cuerdas o los agujeros negros con el digno tratamiento que caracteriza a un teórico de su altura. Entre los tópicos del libro se encuentra la irrenunciable pregunta humana por la causa de que el universo sea tal como es, y es que todas las leyes que hemos descubierto detrás del ordenamiento cósmico dependen de una serie de constantes que, de cambiar tan sólo un poco, como la gravedad, harían imposible que el universo fuera tal como lo conocemos, un universo en el que ha sido posible el surgimiento de la vida y de vida tan peculiar como nosotros, los homo sapiens, que hemos llegado a preguntarnos por el sentido de todo y a investigarlo. Este recorrido por las bases de la ciencia actual busca compartir con el gran público las respuestas que ésta ha dado a las perennes preguntas de la humanidad, pasando por la propuesta de que haya infinitos universos a la aceptación de que este universo que habitamos no puede ser de otra manera y se nos escapa lo que haya detrás de esta “casualidad”.

El mundo en una cáscara de nuez (2001)

Uno de los atolladeros de la cosmología contemporánea es el de emparentar los principios de la relatividad general, que explica satisfactoriamente fenómenos macro, con los de la mecánica cuántica, tan fructífera al dar cuenta de lo que sucede a niveles subatómicos. La razón es que, las configuraciones que tienen lugar a nivel cuántico, conforman a su vez el nivel macro, sin embargo, sus leyes permiten cosas que resultarían imposibles en el mundo que nos rodea, como aquello del gato vivo-muerto del experimento de Schrödinger. Pues bien, con la complejidad que caracteriza a estos temas, Hawking va tras una de las paradojas de la ciencia actual del universo: si el tiempo y el espacio son dimensiones propias del universo y, por tanto, no se puede hablar de ellas fuera de él, ¿cómo hablar de un origen del universo, si el tiempo inicia con él? Para salir de este rompecabezas, Hawking propone el tiempo imaginario, una dimensión temporal hipotética que permitiría recorrer la historia del cosmos y explicar las peculiaridades de su origen, entre otras, el que el universo sea como lo conocemos, se rija por las leyes que hemos descubierto y dependa de constantes tan caprichosas como lo hace, lo cual tendría sentido si en su forma primera, inicial, el universo hubiese tenido una forma parecida a la de la cáscara de una nuez.

El gran diseño (2010)

La ciencia, hasta sus desarrollos recientes, permite explicar por qué el universo es como es, pues ha dado con las leyes que rigen su comportamiento, pero… ¿por qué se rige bajo estas leyes y no por otras, por qué es como es y no de otra forma, es más, por qué hay universo en lugar de no haber nada? La pregunta por la causa de la causa es una pregunta filosófica cuya respuesta aún se nos escapa y cuya búsqueda nos tiene con la mirada vuelta al cosmos y sus misterios. En este volumen, coescrito con Leonard Mlodinow, Hawking despacha las posturas creacionistas que sostienen la intervención de un ser superior (dios o lo que sea) detrás del origen y funcionamiento del todo, los físicos sostienen que es perfectamente posible que el universo se originara a sí mismo de la nada y que el Big Bang sea la causa de las leyes que lo rigen todo, no haría falta aludir a ningún ser superior para dar cuenta de nada. Otro tremendo golpe de este libro es la sentencia de que la filosofía ha muerto pues, señalan, no se ha puesto al tanto de los desarrollos y descubrimientos científicos que aparentemente permiten dar un portazo a tantas preguntas existenciales: venimos de la nada y en este peculiar universo que se basta a sí mismo, ha sido posible vida inteligente como la nuestra… Una cuestión que resuena también en estas páginas es la postulación de que existen infinitos universos, algunos de los cuales pueden ser bastante parecidos al nuestro, con todo y criaturas contrariadas por el sentido de su vida -y, quién sabe, quizás igual de agobiadas por costearse la misma-.