Por: Rebeca Avila

Raymond Carver o cuando alguien escribió de la desolación americana

No sabéis lo que es el amor dijo Bukowski
tengo 51 años miradme
estoy enamorado de esa piba
Piqué el anzuelo pero ella también está colgada
así que perfecto tíos así debe de ser
Me llevan en la sangre y no se libran de mí
pero acaban volviendo
Vuelven todas excepto
una a la que dejé tirada
Lloré mucho
pero aquellos días lloraba por todo

No sabéis lo que es el amor (Una tarde con Charles Bukowski)

Todos nosotros, Raymond Carver

Para empezar este texto, diremos que para quienes el español es nuestra lengua materna nos resulta errónea la apología de americano para todo lo que comprende a los Estados Unidos de América. Sin embargo, hay circunstancias o cosas que pueden estar seguidas del gentilicio “americano (a)” e ineludiblemente se puede comprender que se habla de algo cuya raíz está en el territorio yanqui.

Conceptos como la familia perfecta, aparadores con miles de cosas por comprar, un buen auto, la cálida vida californiana, las ciudades más cosmopolitas y la blanca navidad iluminada, son parte de esa idiosincrasia estadounidense, o vaya, americana. Todos esos objetos y sujetos fueron desmentidos por un hombre que, justamente, nunca tocó tal luminosidad del país donde los sueños se hacen realidad. Su nombre: Raymond Carver.

Carver nació en Oregón, Estados Unidos, en 1938. Siempre quiso ser escritor, pero las circunstancias no le permitieron brillar en el mundo literario, sino hasta sus últimos años de vida, pues la mayor parte de su existencia nunca trabajó de lleno en la literatura, fue conserje, profesor y al último, escritor, o quizá al revés. Murió a los 50 años, con poco tiempo para disfrutar de las mieles del éxito y el reconocimiento.

La gloria de muchos escritores se encuentra en sus novelas, ¡ah, los grandes novelistas!, ¡qué exquisitos debemos sentirnos al adentrarnos en aquellos escritos rebuscados y repletos de detalles estéticos! Pero Carver no es uno de ellos, es sólo un cuentista y, lo que pocos saben, un poeta.

Carver fue lo contrario a otro grande de la literatura gringa, William Faulkner, y se convirtió, sin quererlo, en un referente del llamado —a veces con especial incisión peyorativa— realismo sucio, aquel estilo llano, sin pretensiones, pensado como insulso, donde los personajes no vivían grandes aventuras, ni eran famosos, ni tenían grandes amores llenos de pasión. Sus historias son más bien odas al fracaso, a abrazarlo y aceptarlo.

Los protagonistas de los relatos de Raymond Carver eran aquellas parejas rotas, a quienes lo único que mueve a estar juntas es el miedo a la soledad, la costumbre de ser miserable; aquellos matrimonios maduros cuya actividad favorita es jugar bingo una vez por semana con la esperanza de ganar; aquel esposo que se enfada porque el resto de los hombres piensan que su mujer es gorda; aquel hombre joven con esposa y una pequeña hija que abandona su día de pesca con amigos por quedarse en el calor de hogar; aquella familia de los suburbios que ha perdido un hijo; aquellos enamorados que sueñan con tener la vida de sus vecinos.


Sus poemas y Bukowski

En vida, Carver publicó cinco libros de cuentos, De qué hablamos cuando hablamos de amor, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Catedral, Flores amarillas y Si me necesitas llámame. Este año, se lanzó Todos nosotros, un poemario reunido y editado por Anagrama. Entre varios de esos poemas se encuentra uno dedicado a otro gran referente del realismo sucio, Charles Bukowski, titulado No sabéis lo que es el amor.


Rosas amarillas

A Raymond Carver se le compara con otro referente del cuento corto, el escritor ruso Antón Chéjov. Y no es un secreto que el propio Carver admiraba y se inspiraba en este personaje. En el último cuento de su libro Rosas amarillas, el autor de Catedral relata los últimos minutos de vida de Chéjov.


Vidas cruzadas

El 1993 se estrenó la cinta Short Cuts: Vidas cruzadas, del director Robert Altman. Se dice que Altman buscaba un nuevo proyecto y su secretaria le dio a leer varios cuentos de Carver. Cuando terminó de leerlos los seleccionó e hizo un guion retomando nueve cuentos y un poema. Tiempo después se publicó esa pequeña antología en la que la ciudad de Los Ángeles sirve de fondo para cruzar las comunes vidas de habitantes que se pasean sin contemplar la desventura del otro.