Por: Arody Rangel

Curiosidades de la literatura rusa

Las siguientes semanas Rusia será, sin duda, el centro de atención por la celebración de la Copa Mundial de Fútbol; con este pretexto hemos hecho una pequeña compilación de curiosidades de la literatura rusa, pues una de las mejores formas de acercarnos a otra cultura es a través de sus letras.


Sangre derramada sobre la nieve

Alexandr Pushkin, padre de la novela rusa y símbolo por antonomasia de la cultura rusa -dicen que no hay un ruso que no sepa de memoria alguno de sus versos-, describió su propia muerte en su obra cumbre Eugenio Oneguin: tras un duelo con pistolas, la sangre del héroe de los literatos rusos se derramó sobre la nieve.

“Sin apuntar todavía, los dos amigos, con
sangre fría y paso seguro, pausados y serenos,
dan cuatro pasos, cuatro escalones mortales.
Entonces Eugenio empieza a apuntar
tranquilamente, sin dejar de andar. Ya han
dado cinco pasos, y Lenski, guiñando el ojo
izquierdo, también se dispone a apuntar. Pero
en ese mismo instante, Oneguin dispara.
Suena la hora fatal y el poeta deja caer la
pistola en silencio. Quedamente se lleva la
mano al pecho y cae. La turbia mirada representa
la muerte y no el dolor. Es cual bloque
de nieve que, iluminado por los destellos del
sol, rueda por el declive de la montaña.
Momentáneamente
Oneguin se queda helado,
pero enseguida corre hacia el joven, le mira,
le llama... Es en vano, porque ya no existe.
El poeta encontró su fin eterno. Se calmó la
tempestad, se esfumó la encantadora luz en
el alba, se apagó el fuego en el altar”.


Dato curioso: el gran Tchaikovsky tiene una ópera homónima inspirada en el Eugenio Oneguin de Pushkin.


Las noches blancas

Lo conocemos por darle voz al subsuelo, por sus dos colosos narrativos: Crimen y castigo y Los hermanos Káramasov, por su frialdad y fatalidad, pero el atormentado y terrible Dostoyevski también tiene algunas páginas “rosas”; no es un rosa primoroso, es más un blanco melancólico, el “para siempre jamás” que caracteriza a todo amor malogrado: Noches blancas.

“-Si me tiembla la mano es porque hasta ahora no había apretado nunca otra tan pequeña y bonita como la suya. He perdido la costumbre de estar con las mujeres; mejor dicho, nunca la he tenido, soy un solitario. Ni siquiera sé hablar con ellas. Ni ahora tampoco. […].
-Si me pide usted que sea franca le diré que a las mujeres les gusta esa clase de timidez. Y si quiere saber algo más, también a mí me gusta […].
-Lo que hará usted conmigo -dije jadeante de entusiasmo- es que dejaré de ser tímido y entonces ¡adiós a todos mis métodos!
-¿Métodos? ¿Qué clase de métodos? ¿Y para qué sirven? Eso ya no me suena bien.
-Perdón. No será así. Se me fue la lengua. Pero ¿cómo quiere que en un momento como éste no tenga el deseo...?
-¿De agradar, no es eso?
-Pues sí. Por amor de Dios, sea usted buena. Juzgue de quién soy. Tengo ya veintiséis años y nunca he conocido a nadie. […]. No sé callar cuando habla el corazón dentro de mí. Bueno, da lo mismo. ¿Puede usted creer que nunca he hablado con una mujer, nunca jamás? ¿qué no he conocido a ninguna? Ahora bien, todos los días sueño que por fin voy a encontrar a alguien. ¡Si supiera usted cuántas veces he estado enamorado de esa manera!
-Pero ¿cómo? ¿Con quién?
-Con nadie, con un ideal, con la mujer con que se sueña. En mis sueños compongo novelas enteras”.


Dato curioso: Luchino Visconti, encantado como tantos otros por los personajes dostoyevskianos, hizo protagonista de sus Noches blancas a Marcello Mastroianni.


Distopía antes de 1984

Uno de los géneros que nació con los regímenes totalitarios y la amenaza del fin del mundo es la distopía y uno de los referentes de los autores consagrados del género, tanto de Orwell como de Huxley, es el ruso Yevgueni Zamiatin y su novela Nosotros; en ella aparecen los elementos básicos de la distopía: un estado represor que tiene el control de las masas, una región salvaje y transfronteriza, el amor y la rebeldía.

“Dentro de ciento veinte días quedará totalmente terminado nuestro primer avión–cohete Integral. Pronto llegará la magna hora histórica en que el Integral se remontará al espacio sideral. Un milenio atrás, vuestros heroicos antepasados supieron conquistar este planeta para someterlo al dominio del Estado único. Vuestro Integral, vítreo, eléctrico y vomitador de fuego, integrará la infinita ecuación del Universo. Y vuestra misión es la de someter al bendito yugo de la razón todos aquellos seres desconocidos que pueblen los demás planetas y que tal vez se encuentren en el incivil estado de la libertad. Y si estos seres no comprendieran por las buenas que les aportamos una dicha matemáticamente perfecta, deberemos y debemos obligarles a esta vida feliz. Pero antes de empuñar las armas, intentaremos lograrlo con el verbo”.

Dato curioso: Hay dos adaptaciones al cine, Wir (1982) del alemán Vojtěch Jasný y The Glass Fortress (2016) del francés Alain Bourret.


Petersburgo infinito

La capital cultural de Rusia, retratada en millones de relatos, de cuadros, de melodías, tiene en el poeta simbolista Andréi Bieli -amigo de Alexánder Blok- una de sus fotografías más complejas; la novela Petersburgo de Beili es, sin duda, la primera novela contemporánea rusa: rompe con la estructura narrativa, pone en primer plano los espacios y tiempos de la introspección en una trama parricida que tiene como contexto el arribo de la revolución y el nuevo orden.

“Las calles de Petersburgo tienen una propiedad indiscutible: transforman en sombras a los transeúntes. Por el contrario, las calles de Petersburgo transforman las sombras en personas. Así nos lo ha demostrado el caso del misterioso desconocido.
Surgido como idea, entró en contacto, no se sabe por qué, con la casa del senador; en nuestro relato apareció en la avenida inmediatamente después del senador.
De la encrucijada hasta el restaurante en la calle Milliónnaya hemos seguido puntualmente el itinerario del desconocido hasta llegar al mentado «de pronto», con el que todo quedó interrumpido.
Exploremos su alma; pero antes exploremos el restaurante; incluso los aledaños del restaurante; hay razones para ello.
Con esa misión de espionaje, asumida voluntariamente, no hicimos más que anticiparnos al deseo del senador Ableújov de que un agente de la Dirección de Seguridad siguiera cada paso del desconocido; mientras el indolente agente permanece inoperante en la comisaría, seremos nosotros ese agente”.


Dato curioso: Para Nabokov, Petersburgo de Bieli, es una de las cuatro obras maestras del siglo XX, junto al Ulysses de Joyce, La metamorfosis de Kafka y En busca del tiempo perdido de Proust.


El maestro y margarita

Considerada la obra suprema de la literatura rusa del siglo XX, la novela de Mijaíl Bulgákov es un particular cristal hilarante: parábola antitotalitaria, Fausto contemporáneo, relectura del Nuevo Testamento, historia de amor, demonios y brujas, y una blasfemia al régimen estalinista.

“-¡Ah! ¡Qué pena! -dijo Koróviev con desilusión y continuó-: Bien, si usted no desea ser encanto, lo que hubiera sido muy agradable, puede no serlo. Dígame, ¿es que para convencerse de que Dostoyevski es un escritor, es necesario pedirle su carnet? Coja cinco páginas cualesquiera de alguna de sus novelas y se convencerá sin necesidad de carnet de que es escritor. ¡Y me sospecho que nunca tuvo carnet! ¿Qué crees? -Koróviev se dirigió a Popota
-Apuesto a que no lo tenía -contestó Popota, dejando el hornillo en la mesa junto al libro y secándose con la mano el sudor de su frente, manchada de hollín.
-Usted no es Dostoyevski -dijo la ciudadana, desconcertada, dirigiéndose a Koróviev.
-¿Quién sabe?, ¿quién sabe? -contestó él
-Dostoyevski ha muerto -dijo la ciudadana, pero no muy convencida.
-¡Protesto! -exclamó Popota con calor-. ¡Dostoyevski es inmortal!”


Dato curioso: Bulgákov le escribía con frecuencia a Stalin, no por amistad, sino para pedirle permiso para salir de la URSS y viajar a Europa. Al parecer, el escritor no era bien visto por el régimen, pero le permitieron publicar su obra, al parecer “los manuscritos no arden”.