Si el lenguaje es otra piel, amémonos más…

Por: Arody Rangel

En mis recuerdos eres un tratado de luz escrito en braille

Dilip Chitre

Somos seres complejos, complicados. Dentro de ese rico y basto campo enmarañado de lo que somos, asoma una de nuestras notas más distintivas y problemáticas: el erotismo. Somos seres eróticos en tanto que somos cuerpo, pero también en la medida en que somos una conciencia. En el erotismo se dan cita cuestiones como la sexualidad, el deseo, el placer, la fantasía, el amor. El erotismo evidencia la superación de la sola reproducción como fin del acto sexual y pone en juego la fantasía y el deseo en la búsqueda del placer.

A pesar de ser una cosa tan humana, el erotismo ha sido causa de polémica y escándalo, un tabú, algo demoníaco, vergonzoso, pecaminoso, culposo. Un tema nada digno de ser tratado, ni siquiera pensado. Sabemos bien a qué se debe esta censura, conocemos los códigos morales, religiosos y hasta jurídicos que hay detrás de ello, sabemos también el castigo que se impone a quienes practican abiertamente su sexualidad y a quienes se atreven a elevarla a tópico literario. Por esta razón, la literatura erótica, dadas las barreras que se han puesto al erotismo, es siempre reactiva, una amenaza al orden y a las buenas costumbres, pero siempre cautivante y envolvente.

La literatura erótica es de lo más variada y a pesar de lo que podría creerse, se escribe desde hace bastante tiempo: desde el famoso Kama-sutra de la cultura hindú, el Decamerón de Boccaccio en plena Edad Media, las novelas de Sade ya en el Siglo de las Luces, Las flores malditas de Baudelaire abriendo las puertas de la Modernidad, hasta los relatos más contemporáneos de autores consagrados en el género, como Delta de Venus de Anaïs Nin, La historia del ojo de George Bataille, Lolita de Vladimir Nabokov, La crucifixión rosa y los Trópicos de Henry Miller y un largo etcétera.

Podríamos pensar que en la actualidad las personas andan sin tapujos, que se han superado los prejuicios sobre la sexualidad y el erotismo, que comenzamos a ver con naturalidad las expresiones de sexualidad más diversas; creemos que muchos de los prejuicios y prohibiciones que pesaban sobre los cuerpos, las mentes y los corazones fueron cuestionados y derribados el siglo pasado. Se habla de una revolución sexual y de una liberación de los cuerpos, toda una apertura a la experimentación, incluso una industria del entretenimiento sexual -la literatura erótica ha sido uno de sus productos-. Pero lo cierto es que hay mucho de rebeldía en el género, escribir sobre erotismo y sexualidad aún tiene cierta carga negativa.

Los parámetros para considerar que una obra es o no literatura erótica, en qué punto el verso o la prosa pasan a ser en realidad pornográficos, es una cuestión difícil de resolver, los mismos autores difieren en sus consideraciones. Otra cuestión difícil es ligar o no el amor al erotismo, tan difícil como dar una definición precisa del amor. Para muchos, el erotismo lleva en sí el anhelo de comunión con el otro: la comunicación de los cuerpos, el extravío de las mentes, tensión que inunda, colma el vacío que hace insalvable la distancia de un cuerpo a otro. Para Bataille, aunque el erotismo no está ligado necesariamente con la reproducción sexual, comparte con ella la búsqueda de continuidad, lograr con la unión de dos seres finitos y discontinuos, dar un salto hacia la eternidad, un ascenso vertical por cierto, pues cada clímax que nos arranca de la realidad no hace más que llevarnos momentáneamente a experimentar un absoluto. El amor, al parecer, es también una sed de absoluto.

Al ser creadora, la literatura dota de nuevas realidades y maneras de ser al erotismo y, a la vez, entona un gran canto a la vida. El erotismo, el nombre de nuestro extravío, es otra de las tantas formas en que afirmamos la vida, con todo el cuerpo, también con la mente, es un sí a nosotros mismos y a todo lo que nos mueve. Hemos hecho del lenguaje una segunda piel en la literatura y poesía eróticas, hemos cargado las palabras con nuestras ansias y deseos, les hemos dado la forma de nuestras fantasías y anhelos, hemos buscado satisfacernos, hemos encarnado en el lenguaje la plenitud, el placer, el éxtasis.

El lenguaje ha fundado al hombre, nos ha dado un rostro y ha iluminado las cosas, la literatura erótica puede dotar de luminosidad y no sólo de lubricidad algunas de nuestras horas. La invitación está hecha: si el lenguaje es otra piel, amémonos más.