No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche.
El engranaje de la vida cotidiana: despertar, alistarse para ir al trabajo, hacer un trayecto insufrible, trabajar, salir a comer, regresar a trabajar, hacer otro trayecto insufrible hasta casa, alguna otra cosa y comenzar de nuevo al siguiente día y así siempre. Alguno de ustedes seguro se ha preguntado sobre el sentido de esta rutina o sobre el sentido mismo de la vida. Y una vez que nos hemos planteado estas preguntas es difícil calmar la angustia que traen consigo, ¿qué hacer?
En su ensayo El mito de Sísifo, el filósofo francés Albert Camus, uno de los principales exponentes de la filosofía del absurdo, aborda esta cuestión. El texto comienza con una de las declaraciones más fuertes de la historia del pensamiento: el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio. Debo advertirles que no se trata de una defensa del suicidio, sino de hacer frente a la pregunta que subyace a este acto: ¿tiene sentido vivir? ¿Tiene sentido la vida?
Camus advierte que nuestra existencia está en una encrucijada: ante el deseo de nuestro pensamiento de dar sentido y unidad al mundo que nos rodea, nos enfrentamos al hecho de que la realidad se resiste a ser explicada a cabalidad y nos muestra su carácter irrazonable e irreductible a una fórmula o a una verdad; no sólo no podemos dar cuenta del mundo que nos rodea, tampoco podemos dar cuenta del sentido de nuestra vida, pues todos nuestros actos llegan a su término con la muerte, ¿qué sentido tiene vivir si nada de lo que hagamos puede trascender a la muerte? Nuestra existencia es absurda, la vida no tiene sentido. Esta es una constatación desgarradora, sin embargo, para Camus es importante hacer frente a este hecho, pues cualquier intento de evasión, de “dar el salto”, traicionaría la única certeza que podemos tener y que no es otra que el sinsentido de nuestra existencia.
La religión nos asegura que el sentido de la vida se encuentra al final de ésta, en otra vida, en otro mundo, que la muerte es una ilusión y nos ofrece una esperanza, así colma de sentido nuestros penosos días. Desde su trinchera, muchos filósofos han buscado dotar de un sentido extraterreno a nuestra trágica existencia. Pero, estas soluciones, al igual que el suicidio, no hacen más que evadir los hechos; para Camus no hay solución, de lo que se trata es de saber si se puede vivir con el absurdo y cómo hacerlo.
Recordemos a Meursault, el protagonista de la novela El extranjero de Camus. A lo largo del relato lo vemos repetir una y otra vez que le es indiferente lo que pase o no, en un momento señala que mientras fue estudiante tuvo esperanzas y creyó en el porvenir, pero que tan pronto como tuvo que insertarse en la rueda de la vida maquinal, rechazó sus ideales carentes de sentido. Meursault encarna al hombre absurdo del que habla Camus en El mito de Sísifo, un hombre que carece de esperanza, que no pertenece al porvenir y que es consciente de que el único desenlace certero del drama humano es la muerte. Y lo vemos también disfrutar del Sol, de los goces del cuerpo, amar la vida y ser feliz, pues el hecho de que la vida sea un sinsentido no implica que no la vivamos, disfrutemos y amemos. Incluso en su celda, esperando la pena de muerte a la que fue condenado, Meursault no evade sus certezas, se abraza a ellas, rechaza el consuelo religioso y puede preciarse de haber vivido con más realidad que el cura que le ofrece esperanza, pues él está tan seguro de haber vivido como lo está de que morirá.
El punto de Camus es el siguiente: no se trata de evadir el sinsentido de nuestra existencia, sino de obstinarnos en vivir, en agotar nuestra vida; no hay prueba más real de nuestra libertad, de nuestra voluntad que la de obstinarnos en vivir a sabiendas de que es absurdo, que todos nuestros actos son inútiles de cara a la muerte. Rechazar el consuelo, la esperanza y el porvenir no implica que renunciemos a vivir, se trata de un acto de rebeldía y la dignidad del hombre, señala Camus, se juega en esta libertad de acción, en vivir el presente en la acrobacia de mantenerse al filo del absurdo: un Sísifo que ha renunciado a los dioses, que se ha rebelado ante ellos y que feliz carga en el hombro, una y otra vez, la piedra que rodará de nuevo cuesta abajo, feliz ante el absurdo e inútil trabajo que implica existir.