Niños riendo y cantando con sus manos y miradas ansiosas; adultos observando la ronda, manos más quietas, pero no por eso ellos más relajados; una enorme y colorida piñata con largos lazos de papel que coronan la escena, y que, tras unos despiadados y ciegos golpes, rompe su coraza de alfarería entre gritos, trozos de barro, cañas, jícamas, cacahuates y toda clase de aguinaldos. Esto es lo que describe La piñata, tradición inmortalizada bajo el pincel de Diego Rivera, y es esa misma escena, sumada a Los niños pidiendo posada, de la misma serie del muralista, la que nos da cita el día de hoy en este Cultura para el paladar.
Gracias a la literatura náhuatl, manantial inagotable de historias y leyendas, hoy sabemos que los naturales de esta tierra celebraban la llegada de Huitzilopochtli, colibrí zurdo, dios de la guerra, advocación solar y patrono de los mexicas, durante el Panquetzaliztli, momento en que el sol se encontraba en el nadir, es decir, el punto más bajo con respecto a la Tierra. Esta fiesta no era simplemente una celebración, sino también un acto social y político, pues el nacimiento involucraba a Huitzilopochtli así como al pueblo mexica que fuera partidario del astro.
Fue hacia el siglo XVI cuando los misioneros agustinos, bajo órdenes del Fray Diego de Soria, quien a su vez obtuvo el permiso del Papa Sixto V, que comenzaron las misas abiertas, llamadas aguinaldos, acompañadas de escenas sobre el nacimiento del niño Jesús, eso que hoy conocemos como pastorelas. Al terminar, los frailes repartían frutas y dulces como agradecimiento por haber escuchado los pasajes, y así, surgieron las posadas.
Con el tiempo se han transformado, adaptándose a sociedades cada vez más modernas y alejadas de sus tradiciones, pero de acuerdo con la tradición bíblica, las posadas ocurren del 16 y hasta el 24 de diciembre, el novenario. Y ahora sí, con un brevísimo contexto de lo que ocurre en estas fechas, estamos listos para analizar la morfología de las posadas.
Me parece que en este punto está de más decir que los símbolos que dan vida a esta tradición son un ejemplo más del sincretismo español e indígena, así que mejor continuaré con la historia del cómo.
La tradicional letanía de dar y pedir posada viene desde 1587, justo en el momento de las misas de aguinaldo que hemos visto previamente, en donde los misioneros agustinos buscaban enseñar la historia del nacimiento de Jesús, y qué mejor método que una sencilla canción, lenguaje universal y timbre que apela a la gran memoria melódica de nuestro cerebro.
La cronología es a veces un asunto complicado en cuanto a la historia se refiere. No existe aquello que no se nombra, pero cómo nombrarlo si aún está por conocerse. Así, hay dos versiones sobre el origen de las piñatas, la primera asegura que, en una más de sus aventuras, el explorador italiano, Marco Polo, llegó a China, en donde observó figuras que iban de vacas, bueyes y búfalos cubiertos en papel de colores y listos para celebrar el Año Nuevo Chino. En Italia, pignatta significa olla frágil, de ahí el nombre. Después, esta tradición llegó a España y bueno, el resto de la ruta ya lo conocemos.
Para otros, sin embargo, esta tradición tiene sus orígenes en los antiguos mayas y aztecas, quienes realizaban un juego que consistía en romper una olla de barro que se balanceaba por medio de una cuerda, mientras el bateador llevaba los ojos vendados. Estas ollas se llenaban de granos o frutas que representaban la abundancia o los favores otorgados por el dios.
Más allá de cuál de las dos es más cercana a la realidad, la tradición de hoy marca que los siete picos equivalen a los siete pecados capitales, el colorido de su esfera (que hoy ya se ve de todas las formas y tamaños) representa la tentación. El taparnos los ojos viene de la representación de la fe ciega; romper la piñata simboliza vencer al pecado y, finalmente, los dulces son la representación de entrar al reino de los cielos.
Desde China hasta Tlaquepaque, la tradición de los farolitos de papel llegó para alumbrar las calles y entrenar las manos de los artesanos de Zumpango, en el Estado de México, lugar que hoy es conocido como uno de los epicentros de esta tradición. Al parecer, este adorno es un elemento mucho más reciente, pues se dice que, quien trajo esta tradición a México, se inspiró en una revista de productos chinos. La primera figura de estas lámparas era en forma de jarrón, pues permitía que llevara una vela en su interior, sin embargo, su apariencia, color y tamaño es hoy tan variada como todo lo demás. También se dice que, al inicio, eran faroles los que adornaban los árboles en lugar de las series, aunque algunos más aseguran que eran simplemente velas.
LA COMIDA. Se ha dicho de mil formas, en innumerables relatos, historias, crónicas y bajo toda clase de plumas. En México no hay fiesta si no hay comida, y las celebraciones que se asoman cada diciembre, ponen una cuchara en el paladar más agnóstico, así que los mexicanos, que no necesitamos excusas para fiestas ni motivos para nuestra fe, no tuvimos alternativa.
Si vaso lleno o a la mitad, si mucha o poca fruta, con caña o sin ella, pero no hay como un ponche caliente para que nuestras manos finalmente sientan un poco de calor.
El origen de este brebaje nos coloca en la India, y el nombre es, a su vez, la receta secreta: pañc, palabra del sánscrito que se traduce como cinco, la misma cantidad de ingredientes que originalmente conformaban esta bebida, siendo estos alcohol, azúcar, agua, limón, y té o especias. Los marineros llevaron esta bebida a Inglaterra y de ahí se esparció por el resto de Europa.
Ahora bien, en México hicimos lo que quisimos con esta receta traída por los españoles, y para nosotros, lleva también manzana, canela, piloncillo, ciruela pasa, guayaba y, según cada hogar, jamaica, tamarindo o ambos. Aunque, en nuestra defensa, respetamos aunque sea el territorio de su origen, pues tres de estos ingredientes son de origen asiático (Asia Central para la manzana, Asia menor para la ciruela, y el sur para la canela), el resto, es aporte de África, que, en nuestra cocina de la tercera raíz, nos regaló también la jamaica y el tamarindo.
Por último, el aguinaldo no se completa sin las almendras confitadas, cuyo origen se remonta a la antigua Persia, que bañaba las semillas en miel y especias. Después, esta receta se difundió por todo el Mediterráneo y llegó a Italia y el resto de Europa, cobrando gran relevancia en sus tradiciones decembrinas y, por supuesto, también en las nuestras.
Y ahora sí, después de esta colorida y deliciosa revisión del porqué en las posadas... entren Santos Peregrinos, reciban este rincón, y aunque nuestra Gaceta no es morada, se las damos a nuestros lectores, de todo corazón.