El Librero

Ibargüengoitia, Las muertas y el México que nos toca vivir

Frida Rosales V.
Gaceta Nº 247 - 14 de octubre, 2025


En aras de la recién estrenada serie Las muertas en la plataforma Netflix, y bajo el principio de que cualquier excusa es buena para seguir la pluma de las figuras que marcaron las letras de nuestro país, sacaremos de nuestro Librero un ejemplar de la novela original de Ibargüengoitia, Las muertas, escrita en 1977 por el guanajuatense y basada en los encabezados que alguna vez se leyeron en los puestos de periódicos bajo Las Poquianchis.

La primera entrega de lo que después se conoció como la trilogía del Plan de Abajo, por desarrollarse en un poblado ficticio inspirado en Guanajuato, es nada más que una crítica a nuestra sociedad doblemoralista, persignados hasta para comer, pero dejando hijos abandonados en cada puerta; preocupados por el medio ambiente, pero permitiendo que exploten nuestra tierra para la llegada de un Mundial; hospitalarios con el turismo, gandallas con los peatones; y ahí, entre el torbellino de incongruencias, Eva y María de Jesús fueron las madrotas originales que inspirarían a la Serafina y Arcángela de Jorge, dos de las cuatro hermanas González Valenzuela que, por nombre, deberían de llamar a la divinidad, pero que, en el humor negro de la vida, fueron líderes por 20 años de una firme red de prostitución.

Recientemente, el cineasta Luis Estrada (Un mundo maravilloso, La ley de Herodes; El infierno, etc.), y actualmente director de la ya citada serie, declaró algo muy atinado, la historia del guanajuatense no se trata de las Poquianchis, ni de las hermanas Baladro, ni siquiera de las Valenzuela, sino de la historia de un México esclavizado por el mismo partido político de años, que creó un caldo de cultivo para personajes como los que suelen aparecer a lo largo de la obra que nos heredó Ibargüengoitia.

La evocación crítica del escritor encaja cómodamente en terrenos humorísticos, aunque es sabido y divulgado a diestra y siniestra que él no toleraba dicha etiqueta. Sin embargo, lo que puede desencadenar un esbozo de sonrisa o incluso una suelta carcajada, es su capacidad por trivializar lo grande y, a su vez, redimensionar lo trivial. La fuerza narrativa y el humor cáustico funcionan en la aventura de nosotros lectores del siglo XIX. La escritora Julia Santibáñez lo señala como un cirujano muy fino para detectar la sensibilidad del mexicano, y es verdad que, en la crudeza de nuestras realidades, nos detectamos reflejados y, sin más, reímos para no llorar.

Romance, armas y corrupción hacen gran parte de la novela mexicana, pero además, Ibargüengoitia, con ágil destreza, salta de un momento temporal a otro, añadiendo los tintes de la realidad mexicana. La lectura no podría ser más fluida, más natural, más cuidada; la farsa, la ironía, el humor e incluso lo grotesco, son la herramienta que dio rienda suelta a la tinta del primer rebelde que osaría derrocar a los intocables, llamados también héroes de la patria, y que, en esta novela, colocó un espejo a las figuras de un partido que, en aquellos años, era incuestionable.

Ayudadas por los funcionarios públicos del estado, es que las hermanas Baladro de la novela logran hacer de su cantina, los tres burdeles más asistidos de los distintos pueblos en donde tenían propiedades, y así, mantener su impunidad -y su red de prostitución- por más de diez años, hasta que las tragedias, y las muertas, comienzan a romper la buena racha.


Es posible que alguna de las que vieron ocurrir el accidente haya gritado, que una o varias mujeres hayan bajado por la escalera corriendo, pero la muerte acaba siempre por imponer su silencio en los que la contemplan.


Las Poquianchis fue el nombre que la prensa mexicana le dio a un grupo de asesinas seriales, mismas que estuvieron activas entre la década de los 40 y 60 en el estado de Guanajuato. Este grupo, estaba formado por cuatro hermanas de apellidos González Valenzuela: María Luisa, María del Carmen, María de Jesús y Delfina, la líder. Los burdeles estaban distribuidos entre Guanajuato y Jalisco, pero en 1964 este grupo cobró gran relevancia debido a que una de las presas logró escapar.

En la novela, es el intento fallido de un crimen pasional lo que termina con este intocable negocio, un espejo del presente, aunque hable de un crimen cometido hace más menos, 70 años.


[…] “¿cree usted que este hombre -Simón Corona- merecía la muerte por dejarla en una esquina esperándolo, cuando no tenía intenciones de regresar?”, contestó que sí y después confesó que al pararse en la puerta de la panadería, disparó contra los cuerpos, pero que la pistola calibre .45 “no la obedeció”.)


No hay mayor antídoto para desmentir o apoyar las anécdotas que hoy viajan tras las letras de este escritor, que leer más de él y así, finalmente, ser cada lector quien defina qué papel juega Jorge Ibargüengoitia en su vida. Las muertas no es precisamente el ejemplar que más deja ver el tinte cómico involuntario que marca la crítica del escritor, pero es un gran comienzo para entender su fuerza literaria y el México que nos toca ver.


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