Entre las sombras del espanto, la preocupación y el pánico, vive el miedo. Según a quien se le pregunte, el origen del miedo puede venir de distintos lugares, del inconsciente, de lo desconocido, pero también significa aquello que constituye un gran desorden cultural y social, la pérdida de la armonía. El miedo es una emoción que puede ser individual, pero está cimentada en lo colectivo, en lo cultural porque significa que éste arremete contra los fundamentos de la vida comunitaria, que incita el caos en medio de lo que debería de ser orden.
Es siempre contranatural, e ir en oposición a lo que debe ser, causa desagrado, rechazo, inquietud, amenaza, alerta del peligro. Se dice que el miedo es universal, pero el origen y el desarrollo del miedo también está delimitado por el contexto social, cultural y político, por lo que cada cierto tiempo nacen o renacen diversas ideas dominantes del miedo. Si en el pasado fueron los vampiros, los monstruos resucitados, el diablo o las almas en pena, ¿Cuáles serían los terrores de nuestros tiempos?
En Latinoamérica las narrativas literarias han abordado el terror ya no solo desde la tradición oral y el folclor, sino que han convertido en el núcleo de sus historias uno de los temas más recurrentes en el panorama social (cultural y político): la violencia, y en específico, la violencia hacia las mujeres.
Este terror social es bien conocido y ejecutado por varias autoras latinoamericanas y en este espacio hablaremos de dos de ellas, cuya obra no solo gira alrededor de la violencia desde lo tétrico, lo cruel, lo inhumano, la pesadilla y lo inquietante, sino que demuestran que no es necesaria la estructura del terror clásico para provocar miedo. Y será a través de sus cuentos (y no sus novelas) que te invitamos sumergirte en el horror más real que puede existir.
La autora argentina cobró relevancia con su novela Cadáver exquisito, una distopía que nos lleva al límite con la pregunta.... si la única carne que se pudiera consumir fuera la humana, ¿Sería legal?, ¿Ético?, ¿Habría quién se negaría o todos estaríamos de acuerdo en la necesidad de consumir proteína animal cueste lo que cueste?, ¿Cómo deshumanizamos a un humano para volverlo imprescindible para la alimentación? Como hacemos con el resto de los seres vivos.
Recientemente publicó Las indignas (2023), otra distopía, pero esta vez usando un culto patriarcal y la sumisión femenina en el fin del mundo. Entre estas dos novelas está la antología Diecinueve garras y un pájaro oscuro, 19 cuentos donde juega con su interlocutor a través de esa voz siniestra, subyugante y a la vez llena de humor negro que la caracteriza, para hablar de la muerte, por ejemplo, como objeto de deseo, pero también como una mala broma del destino que salpica la vida perfecta de alguien. En otros, puede ser la única salida para liberarse del yugo, del monstruo de carne y hueso, pero de alma despiadada, que ultraja la inocencia. Y algunas veces más, la muerte no es el miedo mismo, sino lo que conlleva: duelo, sufrimiento, sentir, para un hombre que a través de la risa busca vencer a su oponente, la tristeza, en los funerales.
También están en estas páginas la venganza silenciosa y visitantes de otros mundos que viven entre nosotros y nos seducen. O la paz ausente en una iglesia que en sus arcos y recovecos esconde sombras tenebrosas.
En un país como Argentina, con una constante crisis económica y social, algo tan cotidiano como los cortes de luz pueden ser la pesadilla de una mujer que toma el último tren para llegar a casa en vísperas de Año Nuevo, ¿Qué hay en la absoluta penumbra del subterráneo?
El horror corporal también se hace presente cuando se plantea ¿Y si el deseo insano de un depredador sexual fuera al mismo tiempo su propio castigo? O ¿Cómo lograría una persona ser un círculo perfecto si tiene extremidades que impiden la circunferencia?
Desde Argentina vamos a la mitad del mundo para pasearnos por el horror que puede vivir en el paisaje y mitos andinos. La ecuatoriana Mónica Ojeda es autora del celebrado título Mandíbula, en el que una profesora que sufre ansiedad y ataques de pánico termina secuestrando a una alumna malcriada fanática del peligro y de las creepypastas. Aunque tampoco tiene elementos sobrenaturales, su obra sí se posa en el miedo que habita en los lazos familiares y en el descubrimiento y exploración sexual.
Las voladoras son ocho cuentos escritos bajo una misma primicia: la violencia hacia las mujeres a través del gótico andino. Si bien la misma autora no encajona a esta obra como historias de terror, sí hay algo que vive a través de esas páginas: la atmósfera inquietante y el miedo ante el daño y el dolor que puede causar una persona a otras. La violencia en este libro no solo se ejerce sobre los más débiles, sino que se vuelve algo a lo que se sobrevive aprendiendo a replicarla. Las víctimas se vuelven victimarias también y éstas buscan la manera de hacer más amable el horror al que son sometidas.
En Las voladoras habitan las umas (como llaman a las brujas en la región andina) y lo mismo causan repulsión que deseo frenético. Una cabeza humana dentro de una bolsa en medio del patio de una mujer soltera es, para ella, traumático, pero puede atraer a los curiosos y a los que buscan hacerse de poder místico a través de la tragedia. La fascinación de una niña por la sangre está ligada al crecimiento, a la ignorancia, a la vida que no será, al abuso, a lo salvaje, y cada sangre según su origen y, por tanto, un tono característico de rojo.
Aquí el miedo también habita en lo incontrolable, en la furia de un terremoto, en la culpa, en el mal de altura, en la pérdida, en la negligencia parental, en el mundo desconocido para quien no puede hablar y escuchar versus el mundo propio y sórdido que es capaz de crear.
Las historias inquietantes y perturbadoras tanto de Diecinueve garras y un pájaro oscuro como de Las voladoras, que oscilan entre la distopía y lo fantástico, nombran al miedo que produce el exceso de violencia y cómo, al no haber escapatoria, la única salida es resistir frente a la hostilidad.