El Librero

Portilla, la mexicanidad y el relajo

Frida Rosales V.
Gaceta Nº 244 - 1 de octubre, 2025


A mediados del siglo pasado surgió la pregunta desde distintas aristas sobre México y lo mexicano. Entre los años cuarenta y cincuenta de ese mismo siglo se formó un grupo de pensadores preocupados por la identidad mexicana. ¿Qué es la mexicanidad? ¿De dónde viene nuestro raro sentido del humor, la despreocupación, nuestra sangre ruidosa? El grupo Hiperión, formado por alumnos de José Gaos, se detuvo en los conceptos alrededor de la filosofía de lo mexicano, retomando también presupuestos de Samuel Ramos que partía de algunas doctrinas de carácter psicoanalítico - como el complejo de inferioridad - y que posteriormente fue tematizado por Octavio Paz en El laberinto de la soledad.

Con varios antecedentes sobre la curiosidad compartida por el mexicano visto desde la filosofía, es fácil preguntarnos por qué tanto interés en lo que somos. Somos lo que somos y ya está, ¿no? Pero la filosofía debía salir a la calle a mirar con sus propios ojos, despojarse de su cáscara técnica y continuar con la minuciosa tarea de cuestionar al mundo sin descanso.

Y dentro del deber ser el filósofo se lleva lo propio, pues carga con la responsabilidad de transformar los esfuerzos intelectuales en un discurso coherente, lúcido y tangible. Fueron los dones como expositor de Jorge Portilla Gil de Partearroyo, integrante del grupo antes mencionado - y becario, junto a Rosario Castellanos y Juan Rulfo, del Centro de Escritores Mexicanos - los que lo llevaron a realizar un análisis del comportamiento mexicano, específicamente de su constante rebeldía en contra de la calma; así, llega a nuestras manos su Fenomenología del relajo una obra póstuma, compilada y publicada por sus colegas Luis Villoro, Alejandro Rossi y Víctor Flores Olea.

Portilla murió joven, a los 45 años, no sin antes dejar sus análisis y ensayos regados en diversas revistas que después serían recuperadas por los hiperiones. La Fenomenología del relajo es el único libro que hoy nos queda bajo la firma de Jorge Portilla, un trabajo que le tomó ocho años, con su primera edición fechada en 1966. Este ensayo mostraba una gran preocupación por la identidad nacional, pero no con el afán de ostentar un diagnóstico, sino más bien, procurando la invitación al diálogo. Se trata de comprender el relajo, esa forma de burla colectiva, reiterada y a veces estruendosa que surge esporádicamente en la vida diaria de nuestro país, y hacerlo bajo un esquema sencillo, el espíritu de un pueblo no es estático, cambia conforme cambian las costumbres y las influencias; y el espíritu que nos define hoy, por símil que pueda parecer, se ha distanciado al espíritu que le tocó vivir a Portilla.



Los hiperiones intentaron aplicar sus categorías, existencialistas todas, y en algunos casos, humanismo marxista, a la dilucidación racional de la circunstancia mexicana. La historia social y cultural del país, sus expresiones espirituales, sus cotidianas formas de comportamiento y actitudes ante la vida, suministraban el material del que partía la reflexión filosófica.

La palabra escrita le incomodaba a Portilla, pues imponía distancia con el interlocutor, por ello anteponía siempre la exposición viva, pero en sus esfuerzos por la tinta y el papel se cuestionó ¿En qué medida la seriedad de la vida está en juego a partir de un conjunto de valores? Este tema ya había sido también explorado por Nietzsche en el siglo XIX, sin embargo, los esfuerzos de ambos recaen en que es a partir de estos valores e ideales que se encamina la vida.

Una forma de conciencia tan incidental y pasajera como la burla o la risa puede servir de clave para comprender rasgos esenciales de la condición humana, o bien, para penetrar en la estructura espiritual de un pueblo; y según este ensayo, partir de estas reacciones para el análisis es mucho más fructífero por su espontaneidad y la ausencia de reflexión que generalmente las acompañan, en comparación de otras vistas más respetables, como la política o el arte.

Es en el análisis de esta conducta donde entra el relajo de Portilla, esa conducta aparentemente rebelde que impone el mexicano frente al estado de supuesta calma. ¿Qué es el relajo y qué es lo que implica? Bueno, con mucha más profundidad que esto, pero una parte se puede resumir en el relajo como la manera que el mexicano critica a la seriedad, es una necesidad de oponerse a los valores establecidos, es decir, una respuesta ante el carácter hegemónico.

Ahora, no todo ruido y risa conlleva relajo, porque este último es acción reiterada. Un solo chiste que interrumpe no hace de la interrupción un relajo. Es necesario que la interrupción de la seriedad se reitere indefinidamente, ya sea que el agente logre o no su propósito.



Lo que en México se entiende por relajo no es un algo, sino un comportamiento. Más que un sustantivo, utiliza las características de un verbo, pues la expresión designa un acto o un conjunto de actos llevados a cabo por un sujeto no necesariamente de manera explícita, pero sí precisa. Ahora bien, Portilla se toma su tiempo entre línea y línea para una importante aclaración: el desplazamiento de la atención es la semilla del relajo.

Para que el relajo se lleve a cabo de manera exitosa debe, en primer lugar, desplazar la atención; en segundo lugar, es imperativo un acto insolidario, una especie de no me importa que te importe, y, final – e irónicamente – en el tercer elemento debe haber un acto de solidaridad por parte de un segundo sujeto que secunde la moción de la desvalorización, es decir, alguien que le entre al relajo.

Ahora, los testimonios parecerían indicar que nos enorgullece el relajo, nos da risa, su sola aparición desborda una ligera brisa de sonrisas y no tendríamos resquemor en decir que el relajo es casi una característica nacional. Pero Portilla ve aquí un vacío… el relajo es en realidad un movimiento autodestructivo.

El hombre del relajo efectúa un movimiento profundamente irracional que consiste en la supresión de todo futuro regulado. Aquella persona que de vez en vez se presenta como relajienta en cualquier campo, ya sea social, laboral, educativo, lleva ya consigo una especie de cono de vergüenza, pues destruye al tomar sus propios proyectos como objeto de burla y esta destrucción simbólica se proyecta en el tiempo, convirtiéndolo en un sujeto carente de futuro por ser considerado como poco serio, que no garantiza nada.

Sí, es un sujeto cuya presencia disipa la seriedad de la vida y hace reír de buena gana. Es, indudablemente, una buena compañía. Con él, se pasa el rato. Pero justo el problema recae en hacer pasar el rato, porque el rato efectivamente pasa. Él no preocupa, sino que des-ocupa. Está empeñado perpetuamente en la faena de desocuparse, de vaciar su conciencia de toda seriedad y de todo compromiso. No responde de nada, no se arriesga a nada, es, simplemente, un testigo bien-humorado de la banalidad de la vida.

Parece que, en este punto, a algunos se nos ha borrado la sonrisa, pero nuevamente, esta es una invitación al diálogo y no a la etiqueta ni a la crítica.

Sobre Jorge Portilla hay todavía en deuda un trabajo de excavación, pues la Fenomenología del relajo es solo una de las muchas compilaciones que pudieron surgir de sus publicaciones, impresas para diversas revistas, y que realizó a lo largo de su vida. Sus textos también exploraron la utopía de cómo el mexicano podría solidarizarse con sus coetáneos, tema tratado en su texto Comunidad, grandeza y miseria del mexicano, uno de los exponentes más importantes sobre la conducta del mexicano y de cuya vida, poco se sabe, pero de sus estudios, todo tenemos.


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