Aún cuando en los albores del cine podía no haber sonido de origen, siempre estuvo de fondo una parte esencial para apoyar a la narrativa: la música en vivo. Ya desde entonces estuvo íntimamente ligada la llamada y amplísima música clásica para acompañar las primeras historias de ficción del séptimo arte, jugando un papel fundamental para sonorizar y musicalizar todo tipo de historias, haciendo parecer en innumerables ocasiones que piezas específicas, con décadas o siglos de lejanía, fueron hechas exprofesamente para corear minutos clave en la historia del cine.
De Brahms a Herzog, de la comedia a la acción, del espacio a la guerra de Vietnam, y de la ópera al oratorio, este Pantalla Sonora no busca compilar las mejores y más magnificas escenas del cine, en cambio te proponemos una variedad de historias con piezas que son icónicas, otras que el imaginario colectivo ya identifica como música clásica, y otras no tan conocidas o que no sabías que preceden al nacimiento del cine. Apartándonos un poco de las cintas de época o que abordan la vida y obra de artistas como Mozart (Amadeus) o Beethoven (Copiando a Beethoven) o algunas que están pensadas para sostenerse en un repertorio de música clásica como lo son las animaciones de ¿Qué es Opera Doc? y Fantasía.
La segunda parte de la llamada trilogía de la depresión del danés Lars von Trier, va sobre la inminente colisión de un enorme planeta llamado Melancolía contra la Tierra. Mientras los últimos días de la existencia de nuestro planeta transcurren, dos hermanas, Justine y Claire, atraviesan el suceso de distintas maneras. Mientras la primera, que recién contrajo nupcias, se encuentra en un estado de depresión en el que el choque catastrófico significa un alivio, para la segunda, la hermana que siempre trata de resolverlo todo, la llegada de Melancolía la tiene en constante estado de ansiedad. Pero ¿qué hacer ante una catástrofe así? A la cinta sólo la acompaña una pieza musical que se repite en momentos muy específicos: el preludio de la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner, que suena a nada menos que tristeza, dolor y desesperanza.
Dentro de toda la atmósfera opresiva e inquietante de la versión de Warner Herzog para representar ese decadente mundo de un muerto en vida como Nosferatu, también cabe la melancolía. Mientras el joven Jonathan Harker viaja a caballo por las tierras balcánicas para llegar a Transilvania y aunque mucho sabemos que lo que le espera es un destino cruel y desafortunado una vez que pise el castillo del conde Drácula, las escenas previas muestran a un perdido Harker en la cima de una colina, acompañado sólo por las notas iniciales del preludio de El anillo del nibelungo de Richard Wagner. Mientras la música esperanzadora se intensifica, contrasta con las imágenes siniestras y con el día convertido en noche y el cielo abierto en uno repleto de nubes.
Considerada la primera cinta sobre la guerra de Vietnam y dentro de los filmes bélicos hollywoodenses que no exaltan el heroísmo estadounidense en su máximo esplendor, Apocalypse Now no es sobre buenos y malos, es sobre la total pérdida de humanidad y el sentido. Con música de The Doors y The Rolling Stones, por ejemplo, una de las escenas que se han vuelto icónicas en la historia del celuloide es la de la “caballería” de helicópteros del coronel Kurtz, arribando a una playa que se presume tiene las mejores olas para surfear. Mientras este equipo especial despeja el lugar a “cañonazos”, los acompaña La cabalgata de las valquirias de Wagner. Así en sus caballos alados motorizados, estas valquirias en medio de la selva vietnamita “eligen” quién vive y quién muere.
Era 1940, pero era la primera vez que Charles Chaplin escribía, dirigía y actuaba en una película sonora. En esta cinta, donde critica y se burla frontalmente del gran líder nazi en plena guerra, Chaplin interpreta a dos personajes: uno es Adenoid Hynkel, un dictador fascista que ha logrado llegar al poder y con ello ha comenzado la cacería de judíos. Por otro lado, está un pequeño barbero judío que vive en el gueto y que tras participar en la guerra queda amnésico, por lo que cuando despierta de un breve coma, no cuenta con que el mundo ha cambiado y que su pueblo vive bajo la opresión. En esta escena, en su barbería el hombrecillo judío se dispone a prestar sus servicios. De fondo, suena en la radio la hora feliz para trabajar alegremente con la Danza húngara no. 5 de Brahms.
“- Esto es ridículo.
- Esto, madame, es Versalles”.
Cuando de protocolo se trata, nada como el vigor, formalidad y dinamismo de Vivaldi. En su primera mañana como la delfina del Francia, María Antonieta es despertada con una horda de mujeres pertenecientes a la corte, quienes están ahí para ayudar y presenciar absolutamente todo el ritual matutino de María Antonieta. Escena siguiente, el protocolario almuerzo de los recién casados, donde comer con sobriedad contrasta con los atuendos y decorados elegantemente pretenciosos de todos los cortesanos presentes.
Si un viaje contemplativo por el espacio pudiera tener una pieza musical de fondo sería el Danubio azul de Johann Strauss. Eso es la escena de más de cuatro minutos filmada por Stanley Kubrick como primera ejemplificación en el cine de cómo es andar en el espacio exterior. En este vals los objetos como una nave, la estación espacial, un bolígrafo y los propios humanos bailan al son de la gravedad. Todo esto grabado en un estudio, por supuesto, sin efectos digitales, y apenas 6 años después de uno de los hitos más importantes de la historia contemporánea, el primer viaje al espacio, que ocurrió en 1961 y fue previo al alunizaje.
Otra pieza que ya forma parte de la cultura popular de nuestro tiempo es el inicio de la cinta, inmortalizado por otro Strauss (Richard), con Así hablaba Zaratustra, mismo título de la obra cumbre de Friedrich Nietzsche que pone de manifiesto que no hay un fundamento místico de la existencia de la humanidad, ni una finalidad, pues todo es producto del caos y al azar.
Uno de los productos del espectáculo más populares del siglo XX fue, sin lugar a duda, El llanero solitario. La historia del forajido justiciero que cabalga por el salvaje oeste con su caballo Silver y su buen amigo Toro, fue radioteatro, libro, serie televisiva y película con más de una versión. Además del corcel y el antifaz característico, otro de los aspectos que definieron a la historia y el personaje fue la música de inicio: la Marcha de los soldados suizos, el final de la obertura de Guillermo Tell, ópera francesa de Gioachino Rossini, cuyo protagonista también es un rebelde fugitivo en búsqueda de venganza.
En el mundo buñueliano nada es gratuito y todo lo que existe en él es por una razón. En Viridiana, tremenda bofetada al conservadurismo llamada por el franquismo de su época como “moralmente repugnante”, pero que se alzó con la Palma de Oro en Cannes (no hay mala publicidad) es, quizá, la obra de Buñuel que más deja entrever su obsesión con rebajar lo clerical a la condición humana. Casi al final de la película, cuando un grupo de vagabundos se apoderan de la casa cuando los dueños están ausentes, retrata a 13 desvergonzados acomodados en una mesa larga posando para una falsa foto como si fueran el cuadro de La última cena. A esta bacanal de la barbarie, la acompaña el Hallelujah de Händel. Esta composición, forma parte del oratorio El Mesías, una pieza coral que retrata la vida de Jesucristo. El Hallelujah cierra la segunda parte del oratorio y representa nada menos que la ascensión de Cristo al reino de los cielos.