En México solemos mirar de soslayo, aunque por fortuna cada vez menos, la historia de la llamada tercera raíz de la composición étnica mexicana. Es decir, la herencia africana presente desde los primeros instantes en que nació ese algo llamado México. Presencia que parte desde la dolorosa y agreste cuna que fue la nación novohispana.
La esclavitud de la población africana desplazada de forma obligatoria desde sus diversas naciones de origen, principalmente de aquellas ubicadas en la región occidental del continente, inició desde las etapas tempranas de la conquista llevada a cabo por la corona española, y por las demás potencias europeas, a través de los varios territorios capturados a los pueblos originarios de América. Se calcula que en el periodo consistente entre los siglos XVI y XIX se comerció al llamado nuevo mundo un aproximado de 12 millones de personas en situación de plena esclavitud. Este intercambio “legal” (más no por ello humano) permitió el desarrollo de las colonias en tal grado que los esclavos podían constituir más de la mitad del valor total de una hacienda o propiedad.
En Nueva España la llegada de esclavos africanos se dio principalmente, pero no de manera exclusiva, a través del puerto de Veracruz, siendo este el gran acceso histórico, y fundamental vía de comunicación, con Europa. En el virreinato novohispano los esclavos eran colocados como mano de obra en el cultivo y cosecha de caña de azúcar, minería y labores domésticas. Es en este contexto en el que aparece la figura de uno de los primeros libertadores del continente: Yanga.
También conocido como Nyanga, o Gaspar Yanga (aunque según varios testimonios este más bien corresponde al nombre de su hijo), fue un esclavo nacido como hombre libre en 1554, tomado a la fuerza de su tierra natal, el reino de Bran. Esto lo haría perteneciente al pueblo Abron, etnia aún existente en Ghana y Costa de Marfil. Existen testimonios, aunque pocos, que indican que Yanga pertenecía a la realeza de su región, en carácter incluso de príncipe heredero. En 1579 Yanga fue transportado como esclavo a la Nueva España, donde trabajaría en el cultivo de caña en haciendas del Valle de Orizaba en Veracruz.
Si bien los registros no se ponen de acuerdo en la fecha exacta, se tiene certeza que, poco después de su arribo a Veracruz, Yanga escaparía de sus amos, huyendo a las montañas cercanas a Córdoba. En la historia de nuestro protagonista es importante aclarar varios puntos, Yanga no fue el primer esclavo que escaparía del maltrato de sus mal llamados dueños, la huida de los esclavos era común a lo largo y ancho de la Nueva España, sin embargo, Yanga fue el primero en organizar una comunidad lo suficientemente nutrida de esclavos africanos fugados (llamados cimarrones por su refugio en la cima de las montañas), con la fuerza necesaria para resistir a la corona virreinal.
Yanga y sus cimarrones no iniciaron como libertadores con una ideología más allá de defender su propia libertad, sobrevivirían gracias al conocimiento del terreno que habitaban, los constantes asaltos que realizaban a las haciendas cercanas y al camino real entre Veracruz y México. El palenque o quilombo de Yanga, nombres otorgados a los asentamientos de esclavos fugados, se establecería al sur del triángulo compuesto entre el Puerto de Veracruz y los poblados de Xalapa y Córdoba, mucho más cerca de esta última.
La corona virreinal pronto se enfrentó a la problemática triple que significaba el asalto constante a una de sus principales rutas de comercio, el cada vez mayor número de esclavos que engrosaban las filas de los cimarrones de Yanga y el pánico generalizado de las poblaciones cercanas, el cual llegaba al punto tal de temer que los esclavos africanos urdieran un plan que derrocaría a los líderes españoles en la región para coronar a Yanga, o a cualquier otro hombre africano, como nuevo monarca de la zona.
Cuando los asaltos y el escandaloso miedo de los “sacrosantos” hacendados españoles llegaron a su límite, aproximadamente tres décadas después de la huida de Yanga, el Virrey Luis de Velasco comandó a aproximadamente 500 tropas a acabar con los rebeldes para pacificar de nueva cuenta la región y proteger a las caravanas comerciales.
Las fuerzas virreinales lograron entrar al asentamiento de Yanga, que para ese momento ya era un hombre mayor, quien había cedido el mando de la milicia cimarrona a un angoleño llamado Francisco de la Matosa. El conflicto significó una victoria pírrica para los peninsulares, quienes no lograrían acabar con la rebelión ni capturar o matar a Yanga, sufriendo un cuantioso número de bajas contra los otrora esclavos, quienes lucharon con un número similar de combatientes.
Tras una serie de conflictos que llevaron la situación a un punto muerto, Yanga y los hombres del virrey lograron un acuerdo para mantener la paz a través del cumplimiento de diversas condiciones que beneficiarían a ambas partes. Los hombres de Yanga prometían cesar con sus asaltos a caravanas y a haciendas, además de ya no recibir esclavos fugados; esto para tranquilizar los ánimos agitados de los terratenientes, además de comprometerse a defender el virreinato militarmente si eran convocados para ello. Por su parte, los españoles otorgarían autonomía plena al poblado, sin intervenir en su gobierno o en su aparato comercial, y, sobre todo, reconociendo la libertad plena de los hombres y mujeres que tiempo atrás habían sufrido de esclavitud, así como libertad para sus descendientes. Con este acuerdo se daría la fundación del primer pueblo libre del continente americano: San Lorenzo de los Negros, aunque su nombre oficial sería el de San Lorenzo de Cerralvo, por el título nobiliario del Virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo.
La vida de San Lorenzo de los Negros no sería tan sencilla una vez obtenida su libertad, tras una relocalización a tierras más amables para la siembra y el pastoreo, la gran habilidad y experiencia en estos campos mostrada por los otrora esclavos saldría a relucir, dotando al pueblo de una fuerza comercial importante. Aunque esto derivó en una rivalidad, no siempre justa, con los celosos pobladores de Córdoba, quienes veían amenazados sus intereses comerciales por aquellos a quienes se les consideró en otras fechas como objetos de propiedad privada. El virreinato tomaría varias medidas que facilitaban el acoso a la población de San Lorenzo, desde acusaciones de actividades blasfemas por parte del Tribunal del Santo Oficio, como incursiones militares de tanto en tanto a la población. Sin embargo, los descendientes de los esclavos libres cumplirían su parte del acuerdo, mandando una fuerza de caballería a defender el Puerto de Veracruz ante una posible invasión inglesa en 1712.
Tristemente, Yanga no vería el fruto final de su esfuerzo, dado que falleció en 1618, años antes de la autonomía de su población; según algunos registros. Sin embargo, su nombre permanece hasta nuestros días como sinónimo de resistencia, independencia y libertad. 300 años después de la fundación de San Lorenzo de los Negros, el nombre del pueblo sería cambiado por Yanga, título que ostenta hasta la actualidad en honor a su fundador y defensor. Según algunas investigaciones más recientes, el papel de Yanga en el día a día de la población no fue tan relevante como la historia popular relata, sin embargo, como es el caso de la historia de México y del resto de la humanidad, los símbolos y sus representaciones pueden otorgar más peso a la inspiración necesaria para enfrentar desigualdades sociales, enarbolando virtudes como lo son en este caso la libertad, la independencia, la lucha de clases y el triunfo de los oprimidos. Sin importar las posibles exageraciones u omisiones en su leyenda, en especial en cuanto a su origen, Yanga es, por lo menos, el príncipe y campeón de la libertad de los esclavos africanos en el continente americano.