En un país como México, donde las palabras han sido herramientas de poder, resistencia y memoria, algunas voces logran atravesar el tiempo, los prejuicios y las estructuras para seguir resonando con fuerza décadas después. Voces que, aún en silencio, siguen interpelando a quienes las leen, las escuchan o las redescubren en una calle, en una biblioteca o en un poema.
Entre esas voces, hay una que nació entre los cafetales de Chiapas, se formó en las aulas de la universidad pública, se rebeló desde el pensamiento y la escritura, y terminó representando a su país en el extranjero, sin dejar nunca de interrogarlo. Escritora, filósofa, ensayista, diplomática y pionera del pensamiento feminista en América Latina: Rosario Castellanos, no sólo escribió libros, también trazó caminos, abrió discusiones y dejó preguntas que todavía dan de qué hablar.
A cien años de su nacimiento, su figura se vuelve brújula para comprender los dilemas que aún atraviesan a México: la desigualdad, el racismo, el clasismo, la violencia hacia las mujeres, así como la distancia entre lo urbano y lo indígena. Su obra es un mapa crítico de la identidad mexicana, pero también una fuente de ternura, ironía y lucidez.
En esta edición de Para dar la vuelta, proponemos un recorrido por los espacios donde Rosario vivió, pensó y dejó huella. Desde las tierras chiapanecas que marcaron su infancia hasta los espacios culturales de la Ciudad de México que hoy resguardan su legado, este viaje no sólo sigue sus pasos, sino también las ideas que sembró en cada lugar.
El viaje comienza en Comitán de Domínguez, Chiapas. Aunque Rosario Castellanos nació en la Ciudad de México, su llegada al mundo ocurrió mientras su familia se encontraba de paso en la capital; sin embargo, fue en Comitán donde transcurrió su infancia y donde se arraigaron muchas de las experiencias que marcarían profundamente sus obras. En esta tierra de contrastes — de silencios coloniales, tensiones familiares y una convivencia desigual con los pueblos originarios — se forjó su mirada crítica. La vida cotidiana entre haciendas, jerarquías y comunidades indígenas no fue sólo un contexto, sino el germen de una conciencia política que más tarde se reflejaría en sus primeras novelas, Balún Canán y Ciudad Real. Comitán no fue simplemente un escenario de infancia, se convirtió en su territorio simbólico.
Hoy, Comitán resguarda su memoria con dos espacios fundamentales: el Museo Rosario Castellanos (MUROC), ubicado en una casona de principios del siglo XX, donde se pueden ver objetos personales, fotografías, grabaciones y manuscritos; y el Centro Cultural Rosario Castellanos, instalado en el ExConvento de Santo Domingo, que funciona como sede de talleres y actividades artísticas. El museo recibe al público de martes a domingo de 9:00 a 18:00 horas y el Centro Cultural abre sus puertas de martes a domingo, en un horario de 9:00 a 18:00 horas, ambos recintos son de entrada libre.
De Comitán, la ruta continúa hacia San Cristóbal de las Casas, donde Rosario vivió durante su adolescencia. Aquí tuvo su primer contacto profundo con las comunidades tzotziles y tzeltales, lo cual dejó una marca indeleble en su pensamiento crítico y en su compromiso por visibilizar el racismo estructural en México.
Aunque la ciudad no cuenta con un museo específico dedicado a la autora, sí conserva su presencia simbólica a través de círculos de lectura, placas conmemorativas y actividades comunitarias que reconocen su aportación al diálogo intercultural.
Con apenas 16 años, Rosario se trasladó a la Ciudad de México para estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí se formó como filósofa, publicó sus primeros ensayos y comenzó a desarrollar su pensamiento feminista, que alcanzaría plena madurez con obras como Mujer que sabe latín.
La UNAM le hace un homenaje con la Biblioteca Rosario Castellanos del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG), un espacio que alberga más de 15,000 títulos especializados en estudios de género, feminismos y derechos humanos. Esta biblioteca — que también organiza actividades académicas — se encuentra abierta de lunes a jueves de 9:00 a 18:00 horas, y los viernes hasta las 17:00 horas.
En 1971, ya reconocida como una de las voces más influyentes de la literatura mexicana, Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel. Allí impartió clases en la Universidad Hebrea y fue también en ese país donde murió trágicamente el 7 de agosto de 1974, a causa de una trágica descarga eléctrica.
Sus restos fueron devueltos a México y sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres, en el Panteón Civil de Dolores. Este lugar, reservado a las y los mexicanos que han engrandecido al país, es visitado frecuentemente por admiradores de su obra, así como por colectivos que ven en ella una precursora intelectual de muchas luchas contemporáneas.
Finalmente, la caminata termina en el Parque Rosario Castellanos, ubicado en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec. Allí se erige un monumento escultórico realizado por la artista María Lagunes en 1976, compuesto por cinco estelas de mármol y un retrato de la escritora en bronce. Este espacio fue restaurado en 2023 como parte del proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura, y funciona como foro cultural al aire libre, donde se realizan lecturas, encuentros y homenajes.
Cada uno de estos lugares forma parte de un legado emocional e intelectual que da cuenta no sólo de una vida, sino de la visión representativa de un país. Rosario Castellanos no escribió desde la comodidad del centro, sino desde las orillas, desde las diferencias y las tensiones. Hoy, recorrer sus pasos es también recorrer una parte de la historia mexicana que sigue vigente, porque mientras existan espacios que la recuerden, habrá siempre una posibilidad de escuchar su voz. Y su voz, como su legado, no deja de resonar.