La protagonista de Vidas pasadas, filme de Celine Song, es una escritora coreana que de niña migra con su familia a Canadá. Cuando está a punto de abandonar su país, sus compañeros de escuela le preguntan por qué se va, a lo que ella responde: porque los coreanos no ganan el Nobel. Y hasta 2023 tenía razón: en los últimos 10 años, ha prevalecido que los ganadores sean, para empezar, y, de un modo u otro, occidentales.
La sorpresa de este año fue que Corea se hacía por primera vez con uno de los galardones que, aún con viento en contra, sigue siendo un referente del gremio literario y de las artes en general. No suficiente con eso, quien ganó fue una mujer, la número 18 y la primera asiática: Han Kang.
Nacida en 1970 en la ciudad de Gwangju, Han Kang debutó en 1998 con su novela Black Deer, y a lo largo de su carrera figuran otros títulos como La clase de griego, Imposible decir adiós y Actos humanos, la cual aborda la masacre de su ciudad natal. Sin embargo, el título más popular entre su literatura es La vegetariana, de 2007, a partir de la cual cobró relevancia y que, después de ser traducido al inglés, ganó el Premio Booker Internacional 2016.
El lugar de relevancia que ocupa hoy Kang gracias a este premio no excluye, sino recuerda, a otras plumas femeninas orientales, como Murasaki Shikibu, considerada como la primera novelista japonesa; o Eileen Chang, nacida en Shanghái y que migró a los Estados Unidos a mediados del siglo pasado con el avance del comunismo en su país; la ya célebre Banana Yoshimoto; o el otro gran nombre que contendía este año para el Nobel, el de la china Can Xue, con su escritura vanguardista y desafiante.
La vegetariana, que no se trata sobre vegetarianismo, es una muestra de cómo la comida, el alimento y la cocina, están siempre íntimamente ligados al género femenino y que es a través de esto que muchas escritoras profundizan en otros temas. En esta ocasión en El Librero abordamos, además de la novela de Kang, otras obras de autoras asiáticas que, como ella, usan la comida para comunicarnos algo más.
El contexto de esta novela es la Corea urbana, esa que es cosmopolita, de economía emergente, ultramoderna y, al mismo tiempo, reacia a cambiar su modelo social tradicional. En ese Seúl vive Yeong-hye, casada, ama de casa, pero sin hijos. A diario atiende su hogar y a un marido que la eligió por no ser, a sus ojos, nada especial para no sentirse pequeño junto a ella.
La sociedad en la que vive se rige, entre otras cosas, por el consumismo y la apariencia: vale más y se es exitoso si se tiene una mejor educación, un mejor trabajo, un mejor sueldo, una mejor casa, la mujer más atractiva y la mejor comida. Hasta hace unas décadas, Corea, por ser un país que resurgió de la guerra y la invasión, tenía una alimentación basada en vegetales (ahí su clásico kimchi) y arroz, pero de a poco también incluyeron ingredientes del exterior. Con el tiempo y la prosperidad que vino, incorporaron a su dieta la carne roja y se volvió no sólo parte de su alimentación, sino un símbolo de estatus y un lujo convertido en necesidad. Así como la proteína animal, consumen montones de cosas: alcohol, cuidado personal, gadgets, pero, sobre todo, personas.
Nuestra protagonista un buen día, luego de tener una epifanía onírica, decide deshacerse de todo alimento de origen animal que guarda su refrigerador y alacenas para, de una vez y para siempre, volverse vegetariana. Lo que sucede a continuación es cómo, su esposo, familia y conocidos la consideran un ser casi alienígena por su radicalismo e intentan persuadirla de que necesita proteína animal para estar sana. Pese a la marea de opiniones y juicios que la golpean, Yeong-hye se mantiene firme ante su decisión que no tiene que ver con cuestiones alimenticias. Sus motivos son un despropósito en sí y desembocan en el desarraigo de todo lo que es socialmente aceptable o lo que se espera de ella. Cuando no cumple con esas directrices, es juzgada, desdeñada, violentada, abandonada, declarada mentalmente incompetente. Todo, menos escuchada, entendida o aceptada.
Banana Yoshimoto, una de las más populares autoras japonesas contemporáneas, es conocida por su escritura concreta pero penetrante, en la que se expresa más con lo que no se dice que con lo evidente. Su novela, con la que se dio a conocer al mundo y que adquirió fama a finales de los años 80, fue Kitchen.
En ella: Mikage Sakurai es apenas una adolescente, pero ya ahonda en sus pensamientos la idea de la muerte, la de otros y la suya misma que eventualmente sucederá. Huérfana de madre y padre, la única familia que le queda es su abuela, pero acaba de morir dejándola a su suerte en una casa, en un mundo, demasiado grande para una sola persona. En medio de esa inmensidad, Mikage se refugia en la cocina, metafórica y literalmente; le gusta dormir junto al refrigerador, dice. Días después de la muerte de su abuela, toca a la puerta Yuichi Tanabe, su vecino y compañero de la universidad, para hacerle una propuesta inesperada: que se mude con él y su madre. Aunque inusual, Mikage acepta por varias razones y cuando llega a su nuevo hogar temporal el primer sitio con el que siente una conexión es, por supuesto, la cocina de los Tanabe. Familia pequeña y nada convencional, arroparán a la protagonista hasta que esté lista para continuar sola.
A Mikage le gustan las cocinas no sólo por su espacio físico, sino por lo que hay en ellas, su estructura y la seguridad que le pueden ofrecer. Le gustan también porque ahí, donde sucede el acto de cocinar, se expresa: por ahí fluyen el agradecimiento, la calma, la frustración, el enojo, el amor y la pasión. Además, la comida vincula a los personajes, y en un camino donde andan solitarios, aprenden sobre la pérdida, se enfrentan al choque con la realidad, con los ineludibles cambios, la aceptación del dolor y el abrazar la soledad como otra forma de ver el mundo, desde la libertad y no desde la desdicha.
Kim Thúy nació en 1968 en Saigón, Vietnam. Al término de la occidentalmente llamada guerra de Vietnam, tuvo que huir con su familia hacia cualquier lado. Lo primero fue llegar a un campo de refugiados en Malasia, después, gracias a la suerte y las habilidades políglotas de su padre, pudieron llegar a Canadá, lugar donde reside hasta la fecha. Thúy escribe en francés, y desde su debut en 2009 con la novela Ru, ha usado la escritura para hablar, con bastante autobiografía, de lo que significa ser migrante. Antes de volverse escritora de profesión, Thúy fue costurera, intérprete, abogada, crítica gastronómica y dueña de un restaurante. No es de sorprender que una de sus novelas se prenda de la comida para contar una historia sobre la identidad.
Mãn en vietnamita significa enteramente colmada o que no tiene nada más que desear y es también el título de la segunda novela de Thúy y el nombre de su protagonista. En poco más de cien páginas y a modo de pequeñas notas en apariencia individuales que van tramando un todo, Mãn narra su vida y la de una de sus madres. Mãn, que vive en Vietnam ha sido enviada por su familia a Canadá para casarse con un hombre, también vietnamita, que es dueño de un restaurante en el lado francés de Norte América.
Lo que para muchos padres sería una triste decisión, para los del país asiático significa una fortuna, llena de mejores oportunidades, aunque esto implique probablemente no volver a ver a su familia y un desarraigo cultural, lejos de lo que conoce. A través de las palabras de Mãn se cuentan las vicisitudes de su madre, una sobreviviente de la guerra, y las tradiciones de las mujeres vietnamitas que pasan de unas a otras a través de generaciones. Mientras que la nueva vida de Mãn transcurre en el restaurante de su ahora marido, en un país extraño, donde aprende el idioma, dice ella, hablando sobre el tiempo, y donde la tradicional cocina de su país, que ya tiene tintes del mestizaje francés, es la guía para hablar de volver a echar raíz en un lugar ajeno y hacerlo propio. Es migrar para sobrevivir, y la comida es su lugar de resistencia a través de la cual ella, su pequeña familia y sus compatriotas encuentran una conexión con su tierra, tradiciones y rituales. Es el poder de las mujeres que, en voz baja, llevan sobre sus hombros el papel, sí maternal, pero también poderoso de salvaguardar la identidad colectiva.
Quentin Tarantino tiene varios fetiches: hombres y mujeres trajeados, pies, sangre, mucha sangre, por supuesto, ciertos actores y comida, reconfortante, sustanciosa y deliciosa comida para acompañar las altas dosis de violencia que forman su cine, uno que ya con sus primeras cintas hijas de los años 90 se considera de culto. En este Cultura para el paladar -a propósito de que este 2024 se cumplen 30 años del estreno de Pulp Fiction y 20 de Kill Bill Vol. II-, enlistamos de menos a más relevante las puestas en escena de comida a lo largo de su filmografía.