A principio de los 90 el cine norteamericano atravesaba una especie de coma creativo. Para darnos una idea, en 1992 se leían en cartelera títulos tan notables como Alerta máxima con Steven Seagal y la secuela de Mi pobre angelito. Fue en ese año justamente cuando ocurrió una descarga eléctrica que le devolvió el pulso a la industria: se trató del estreno de Perros de reserva (Reservoir dogs) el debut de un director de apenas 28 años, sin ninguna formación académica en dirección ni currículum cinematográfico.
Quentin Tarantino (Knoxville, Tennessee, 1963) no había asistido a una escuela formal, pero era un apasionado devorador de cine desde niño. De adolescente trabajó como acomodador en un cine porno y luego fue dependiente de un videoclub. Ahí pudo ver todo tipo de películas, desde clásicos del western, Bergman y Godard, hasta el más bizarro cine oriental del cual le fascinaban las secuencias de peleas.
Cuando escribió y dirigió Perros de reserva, Tarantino estaba obsesionado con hacer un cine en el que pudiera insertar todas esas escenas que le habían fascinado antes y convertirlas en algo totalmente distinto. Lo logró. El guion era delirante, la fragmentación del tiempo original. La dirección de los actores ya es mítica.
Si su debut fue una bocanada de aire fresco para el cine en todo el mundo, su segunda película fue un ciclón. Tiempos violentos (Pulp Fiction) se estrenó apenas dos años después para triunfar en Cannes y llevarse el Oscar por Mejor Guión Original. Así que no había duda, había surgido un cineasta y estaba en boca de todos. Pero con el reconocimiento y el éxito comercial, surgieron los señalamientos de ser un simple fetichista de la sangre y el espectáculo grotesco, y que además no era un verdadero autor porque abusaba de las referencias a otras películas, acusaciones que se fueron multiplicando con cada siguiente trabajo.
Con su nueva película próxima a estrenarse, Once Upon a Time in Hollywood, cabe recordar qué hay más allá de las evidentes obsesiones de este polémico director, obsesiones que le han acarreado numerosos detractores. Porque, pese a quien le pese, detrás de la sangre, los golpes, los diálogos delirantes, en Quentin Tarantino se encuentra el mejor cineasta de su generación, un maestro de la puesta en escena y las herramientas de la narración. Aquí nos propusimos a rememorar por qué.
El crítico de cine argentino Roger Koza llamó alguna vez a Tarantino DJ Quentin porque, tal como un DJ, este director tiene la capacidad de tomar y jugar con infinidad de citas del cine y a partir de eso crear algo absolutamente nuevo: “En el universo de Tarantino las influencias transmutan.” Las referencias preferidas en su cine no son simples rastros de otros cineastas sino una construcción claramente intencionada. El resultado en una renovación constante.
El ejemplo: una de las escenas más icónicas del cine de Tarantino es el baile Thurman-Travolta en Tiempos violentos, y fue una referencia a esta escena de Banda aparte (Bande à part, 1964) de Jean-Luc Godard y a esta de 8 ½ (1963) de Federico Fellini. La escena de Tiempos violentos se vuelve una mezcla de cultura pop con cine de arte independiente. Sobra decir que la escena de Tarantino ahora es de culto, con un espíritu propio totalmente distinto y perfecto para la trama de esta película.
Hasta la fecha, Tarantino ha escrito y dirigido nueve exitosas películas. Además, ha sido solamente guionista de un buen número de clásicos como True Romance (1993) o Natural Born Killers (1994), entre otros. ¿El común denominador de los guiones de Tarantino? Podría decirse a simple vista apelan a las fijaciones de la modernidad: pólvora, violencia, masacres. Pero en el fondo son historias sumamente críticas de la sociedad en general y sobre todo de la estadounidense. Tarantino maneja agudamente el aspecto político y sociológico de sus tramas. Asoma temas como el racismo y el antisemitismo que plagan su país y esto lo ha convertido en un autor bastante incómodo para el puritanismo estadounidense.
Por ejemplo, en Perros de reserva, Django desencadenado (Django Unchained, 2012), e incluso en la más reciente Los ochos más odiados (The hatefull eight, 2015), existe una crítica vibrante a Estado Unidos como un país cuyo mayor espíritu es el dinero. Ya sea en una ambientación contemporánea o del siglo XIX, todo gira, se fragua y muere en torno al dinero en una nación de hombres dolarizados. Aún así, Tarantino es capaz de encontrar la comedia en medio de la violencia más salvaje y el racismo más intransigente.
Es un hecho innegable que Quentin Tarantino es un director que renueva constantemente su propuesta visual, pero también cuenta con sellos reconocibles en los que destaca especialmente. Como sus reconocibles zoom in hacia un primer plano (recurso que resalta emociones del personaje o eleva la tensión). O los trávelin. Aquí un favorito personal, la introducción en la portentosa Jackie Brown (1997).
Pero quizá el mayor talento de Tarantino se encuentra en cómo filma el movimiento de distintas formas. Como en este ralentí al final de esta secuencia en Django desencadenado donde el movimiento es casi cámara lenta al salpicar la sangre sobre los campos de algodón.