El Librero

Infocracia: ¿cómo va a ser falso si dice lo que yo pienso?

Por: Rebeca Avila

¿Se pueden “comprar” elecciones vendiendo datos de los usuarios digitales? Sí y no. Cuando en 2018 se hizo un escándalo por el caso de Cambridge Analytica, una empresa británica que vendió los datos recolectados a través de un cuestionario de Facebook a la campaña del republicano Donald Trump gracias a la cual se estima que se hizo con la presidencia en 2016, surgió la preocupación, si así se le puede llamar, de si era posible “hackear” los sistemas electorales de cualquier lugar del mundo para diseñar campañas exitosas basadas en el comportamiento de los usuarios de la redes sociales y así predecir el flujo de resultados y encaminarlos, manipularlos, a favor de quien tuviera los medios para acceder a esa información, a esa llamada big data.

Pero el asunto no parte de ahí, el uso de la big data ya es usado en otros muchos ámbitos, sobre todo el comercial, para asegurarnos de que lo que vemos en nuestras redes sociales son señales divinas de que ese viaje a la playa que pensamos hacer todo el tiempo es ahora o nunca, o que esa crema para las arrugas es justo lo que estabas buscando, o que ya es hora de cambiar tu auto por un modelo más nuevo.

El problema con la big data, la inteligencia artificial, el algoritmo y otros términos de la era digital que presumen tenernos conectados y comunicados entre todos, es que se han convertido en todo menos en comunicación. En esta era impera el llamado régimen de la información, esa nueva forma de dominio donde el procesamiento de datos mediante algoritmos, determinan procesos sociales, económicos y, por supuesto, políticos. Todo acto es político.

Primero fueron los medios de producción, luego los de comunicación, pero ahora el factor decisivo para obtener el poder es el acceso a la información y quien lo posee se asegura de ejercer la vigilancia sociopolítica para el control y pronóstico de comportamiento. Y mientras más información, mejor. En el mundo que ahora vivimos, esos aires de libertad que sentimos y que creemos, de manera inocente, que nos ofrece el anonimato del internet, otorgamos una gran cantidad de información sobre nuestros gustos, opiniones, deseos, prioridades, hábitos, preocupaciones y hasta estados de ánimo; somos más transparentes que anónimos.

Pero en el vaivén de información que ofrecemos, también nos rebota una cantidad titánica de información, basada en nuestras preferencias, sobre cualquier cosa que pueda existir y hasta no existir. Este exceso de información, apabullante, imposible de procesar para la capacidad humana, esa infodemia, cuando se apodera de la esfera política, provoca distorsiones masivas en los procesos democráticos. A eso, el filósofo de moda surcoreano Byung-Chul Han le ha nombrado infocracia, concepto que da título a su ensayo publicado en 2022.



En el pasado, hablamos de siglos atrás, los contrincantes en una contienda electoral debatían públicamente argumentando desde sus trincheras. Luego, con la llegada de los medios de comunicación masiva, como la televisión, estos debates públicos se convirtieron en un circo mediático, donde lo importante era (es) entretener y cautivar audiencias, y en los cuales los candidatos que debieran de llevar el cómo y porqué de sus propuestas, se convierten en un concurso de matonazos al aire. Y es ese infoentretenimiento el que perjudica el juicio humano y ha llevado a la democracia a una crisis, sumiéndola en el abismo de la ahora infocracia, donde no sólo ha cambiado la manera en la que fluyen las abrumadoras hordas de información, sino el tipo de información.

No importa si lo que se nos presenta es real o no, o tiene un sustento o está tergiversada, ni tampoco si son fake news, lo crucial es ponerlo en marcha. Pese a los intentos por los sistemas de verificación, la cantidad y velocidad a la que circulan estas falsas noticias está hecha para rebasar la capacidad de abstracción en tiempo récord. Nadie, humano, puede leerse todo ese cúmulo de información y esa es la trampa, no tener la oportunidad de procesar ni razonar lo que se nos ofrece.

El exceso de información también está falto de discurso, porque en el mundo del big data, el discurso no interesa, distrae del objetivo, alienar, pero no una alienación como la que existe en 1984 de Orwell, donde el totalitarismo nos vigila y adoctrina. Es ese sentimiento de libertad, del que hablábamos antes, la nueva forma de adoctrinar. Nos sentimos libres porque creemos elegir todas y cada una de las cosas que consumimos en el mundo real y virtual, cuando la realidad es que para elegir desde qué comer, a dónde ir, qué shampoo comprar o por quién votar, necesitamos tener opciones. Así, a través del algoritmo, pasamos a convertirnos de personas a cifras y de consumidores a ser el producto.

Cuando trasladamos ésto a procesos electorales, Byung menciona que la infocracia basada en datos socava el proceso democrático que propone la autonomía y el libre albedrio. Desde candidatos que usan Twitter, ahora X, para posicionar sus ideas (más no sus argumentos) y que lo mismo logran agrado que repudio (cuya diferencia no importa mientras se vuelva tendencia); o personalidades políticas que juegan a ser influencers ¿o viceversa?; llegamos a esta otra forma de hacer campaña, los memes, esos gráficos completamente pertenecientes del orbe digital que ironizan y ridiculizan cualquier situación existente, pero que en terreno político manipulan la opinión pública.

Si hacemos a un lado la no menos importante brecha digital que existe –al menos en nuestro país, donde más del 70% de la población tiene acceso a internet según un estudio sobre los Hábitos de los Usuarios de Internet en México en 2021, publicado por la Asociación de Internet MX, y que nos demuestra que esa información global de la que presume ser dueña la big data, es mayoritaria, pero, aún, parcial – el meme nos habla precisamente de cómo consumimos y producimos información. Lejos de comunicarnos algo, la estructura del meme es información práctica, concisa, segmentada y hecha para consumirse de manera viral y rápida, tan así que su tiempo de vida sobre un tema en específico es tan corta que a veces unos convergen con otros.

Eso nos termina convirtiendo en expertos en todo y en nada. Un día sabemos todo sobre Barbie, luego sobre la infidelidad de Piqué a Shakira, más tarde sobre el conflicto Palestina-Israel, al minuto sobre lo que dijo tal o cual candidato en el debate electoral. Pero para generar una opinión y enfrentarnos a la discusión con un archienemigo desconocido en nuestra red social preferida, tendríamos que generar un discurso y argumentar, y para eso, en el mundo de la viralidad, no hay tiempo, pero siempre tendremos la certeza de que, bajo el régimen de la información, en nuestra burbuja algorítmica todo sucede tal como lo pensamos. La realidad es que hay agentes que trabajan para que escuchemos la misma idea en un loop infinito a través de cada me gusta, compartido o comentario que vertimos en memes, reels, TikToks y publicamos los 10 datos que nadie sabe sobre nosotros. Pero, para Byung las imágenes no argumentan ni justifican nada.

Esta infocracia que ha participado en procesos electorales de todo el mundo, se ha infiltrado en México desde hace dos contiendas por la presidencia. A través de agencias digitales (como Victory Lab), cientos de personas colocan información y temas principales que generan conversación en internet; y los recursos digitales que utilizan estas agencias para cumplir el objetivo de llegar a los usuarios, adueñándose de la opinión y de la conciencia colectiva (el régimen de la información), llámense memes, fake news, anuncios, reels, etc., son más que información elegida al azar con mensajes específicos, ¿cómo no va a ser cierto si piensa lo mismo que yo?


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