“También escribir es derrumbarse”.
Andrea Cote
Vivian Gornick (14 de junio de 1935) nació y creció en el Bronx, un barrio de la ciudad de Nueva York. Es escritora, periodista y una de las feministas que formó parte de la Segunda Ola. En 1970 comenzó a escribir crónicas sobre el movimiento para The Village Voice, fue ahí en donde tuvo su primer acercamiento con la corriente feminista, hasta convertirse en una de las figuras más importantes en este ámbito en Estados Unidos. Posteriormente, colaboró con medios como The New York Times y The Nation. En toda su obra se abordan las distintas problemáticas de género que existieron cuando era ella joven y las que siguen imperando tras años de lucha feminista, una de ellas es la dialéctica que hay para las mujeres en cuanto la entrega al amor romántico u optar por desarrollarse plenamente como persona laboral y académicamente, en su artículo Qué significa el feminismo para mí apunta: “la idea de que los hombres por naturaleza se toman en serio sus mentes y las mujeres por naturaleza no lo hacen, es una creencia no una realidad; le sirve a la cultura y de ella se siguen nuestras vidas” (225), por ello a lo largo de su vida ha decidido tomar distintas posturas políticas para tenerse a sí misma: dar importancia y cultivar la amistad, renunciar a las ilusiones, pasear para purgar su mente y aprender a estar sola; además de comprender las diversas circunstancias de las mujeres, temas focales en sus textos y reflexiones.
En una entrevista para la Revista de la Universidad de México con la poeta y periodista Isabel Navarro, Gornick dice que “si quieres ser un narrador fiable, no puedes salvarte a ti misma” (31) y esta es una de las características imprescindibles en su escritura pues la experiencia personal atraviesa sus ensayos, que van desde textos periodísticos, hasta sus numerosos libros, entre los cuales se encuentran dos autobiográficos: Apegos feroces (Sexto piso, 2017) y La mujer singular y la ciudad (Sexto piso, 2018), ambos unidos por el mismo leitmotiv: el paseo, pues a través de este Gornick pudo darse tiempo para prestarle atención a sus pensamientos, comprenderlos, darles espacio y ordenarlos para poder aprender a estar consigo misma: “Andar me había purgado, me había limpiado, pero sólo por un día. Comprendí la cotidianidad de la misión. Estaba condenada a andar” dice la autora en su ensayo Vivir sola. Es a partir del paseo que la amistad y las charlas son posibles, ese flujo constante de ideas, inquietudes, encuentros, enfados y reconexiones. En Apegos feroces, son las charlas y paseos con su madre lo que motiva la escritura y en La mujer singular y la ciudad, las caminatas y pláticas con su amigo Leonard.
Apegos feroces es una serie de ensayos desde los cuales Vivian Gornick discurre sobre la relación madre-hija. Este libro fue publicado por primera vez en 1987, en inglés. Gornick, una mujer madura, camina con su madre, ya anciana, por las calles de Manhattan, y en el transcurso de esos paseos llenos de reproches, de recuerdos y complicidades, relata la lucha de una hija por encontrar su propio lugar en el mundo. Desde muy temprano, Gornick se ve influida por dos modelos femeninos muy distintos: uno, el de su madre, para quien su esposo lo era todo; el otro, el de su vecina Nettie, quien funge como una mujer que disfruta plenamente de su sexualidad. Ambas, figuras protagónicas en el mundo plagado de mujeres que es su entorno, representan modelos que la joven Gornick ansía y detesta encarnar, y que determinaron su relación con los hombres, el trabajo y otras mujeres durante el resto de su vida. Este vínculo delicado y fatigoso es nexo que define y limita al mismo tiempo; sin embargo, como señalé anteriormente, la narradora no busca quedar como una víctima, sino que se hace consciente de que como en ella, otras condiciones sociales influyeron en las mujeres que la rodean y retrata la complejidad de todas.
Apegos feroces también es un retrato de una sociedad y una época, además de una constante reflexión sobre el ser mujer y la misión de redefinir quiénes somos las mujeres para nosotras mismas, más allá del amor o cualquier papel que haya impuesto la sociedad.
En La mujer singular y la ciudad, Vivian Gornick concede, a través de instantáneas, distintas observaciones sobre los vínculos que entreteje a lo largo de su vida, no teme ser honesta y mostrarse como una mujer llena de contradicciones, pero también como portadora de una virtuosa visión crítica sobre sí misma y el mundo que la rodea. Este libro es un mapa fascinante y emotivo de los ritmos, los encuentros fortuitos y las amistades siempre cambiantes que conforman la vida en la ciudad, en este caso Nueva York –una ciudad, nos dice Gornick, que hace soportable su soledad–. Mientras pasea por las calles de Manhattan, de nuevo en compañía de su madre o sola, Gornick observa lo que ocurre a su alrededor, interactúa con extraños, busca su propio reflejo en los ojos de un desconocido. Y se reconoce en su amistad de más de veinte años con Leonard –un hombre que vive su propia infelicidad con sofisticación y que la ha ayudado “a comprender la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas más que ninguna otra relación íntima que haya tenido”–, pues ambos comparten la necesidad de encontrar un agravio que combatir.
Vigoroso collage que intercala anécdotas personales, viñetas narrativas y piezas reflexivas sobre la amistad, sobre la a menudo irreprimible atracción por la soledad y sobre qué significa ser una feminista moderna –una “mujer singular”–, estas memorias son el autorretrato de una mujer que defiende con ferocidad su independencia y que ha decidido vivir hasta el final sus conflictos en lugar de sus fantasías. Es imposible no sentirse identificada, en lo particular, con las escenas románticas, cómicas, chuscas o dolorosas que Gornick recrea por medio de su testimonio; y en lo general, con las distintas opiniones sobre cómo el amor romántico impacta de diversas formas en las mujeres/niñas/madres/amigas y sobre los cambios que ha tenido el feminismo y que seguirá teniendo.
Reconocerse como una mujer singular implica una tarea de todos los días, en la cual se debe derrumbar cualquier ilusión sobre la vida y los vínculos, para poder ver de frente el conflicto y afrontar la realidad, dejar que cualquier torre caiga y reconocer en las ruinas un nuevo principio para nosotras.