Por: Arody Rangel

Truffaut, el enfant terrible de la Nouvelle Vague

“Las películas son más armoniosas que la vida. En ellas no hay atascos, no hay tiempos muertos. Las películas avanzan como trenes en la noche”.

La noche americana, François Truffaut


Él formó parte de uno de los movimientos de ruptura y renovación más importantes de la historia del cine. Durante la década de los cincuenta en Francia, a través de su pluma crítica, en la ahora emblemática Cahiers du Cinèma, al igual que otros jóvenes de su generación, prorrumpía en contra de la hegemonía de las producciones hollywoodenses y lamentaba el chato academicismo del cine nacional; a la par, se pronunciaba en favor de considerar que los filmes son la obra de un autor y que los tiempos demandaban historias sobre los aspectos más sencillos o cotidianos de la vida, de la de todos los días. Se dice que fue la suya, su primer largometraje de 1959, o bien, la cinta de Resnais, Hiroshima, mon amour, del mismo año, o ambas, las que inauguraron la Nouvelle Vague.

Su amor por el cine data de sus años de infancia, cuando en alguna ida de pinta se colaba en las funciones; a los 17, mientras buscaba arreglárselas solo, lejos de casa de los padres, montó un cineclub, pero el retraso con los pagos de alquiler le valieron una estancia en el Observatorio de Menores Delincuentes. De ahí lo sacó André Bazin, algo así como el padre teórico de la generación de la Nueva Ola, y en el caso de François Truffaut, amigo y benefactor. Sus primeros pasos en el séptimo arte, cuenta aparte de los artículos de crítica, los dio como asistente de uno de sus ídolos, Roberto Rossellini; y una vez que conquistó la pantalla grande, tuvo oportunidad de entrevistar largo y tendido a otro de sus máximos, el gran Alfred Hitchcock, cabe decir que la publicación de estos encuentros bajo el título de El cine según Hitchcock ha hecho historia en el mundo del cine y es un texto obligado para los estudiosos y amantes de este arte.

Crítico, guionista, director y también actor, este Top #CineSinCortes está dedicado al enfant terrible, François Truffaut con motivo del aniversario número 90 de su nacimiento (6 de febrero de 1932) y a tres de las historias que puso en escena a través de su cine.


Los cuatrocientos golpes (1959)
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Antoine Doinel, interpretado por un debutante Jean-Pierre Léaud de 14 años, es un jovencito errante, rebelde sin causa, que en realidad tiene motivos de sobra: no aprovecha los cursos en el colegio porque le cuesta trabajo concentrarse, en cambio, es un ávido lector de Balzac; en casa, su madre apenas le presta atención y parece tomarla contra él ante el menor pretexto, su padre, que en realidad es su padrastro, suele ser más cariñoso, pero ninguno está jamás e incluso lo dejan solo los fines de semana. Cierto que ha tomado en más de una ocasión uno que otro cambio del bolso de los padres, que se ha ido de pinta por no llevar la plana de castigo a la escuela y que al día siguiente ha dicho que el motivo de su ausencia fue la muerte de su madre; pero el chico tiene brío y luego de ser descubierto en sus hazañas, resuelve dejar la casa de los padres y arreglárselas por sí mismo, pues a su entender, lo sucedido es irreconciliable. Tras una noche en la calle, regresa a casa, pero no por largo rato: el sueño de huir de ese lugar e ir quizás al mar, junto con su amigo René, llevan a este par a robar una máquina de escribir del trabajo del padrastro de Antoine para obtener algo de dinero; pero al no poder venderla, optan por regresarla y son descubiertos. Los padres de Doinel deciden dejar al jovencillo en manos de la justicia, donde es trasladado al Observatorio de Menores Delincuentes.

Se trata de una cinta con tintes autobiográficos a la que siguieron cuatro más en torno del personaje Antoine Doinel, el alter ego de Truffaut, interpretado siempre por Léaud en los distintos momentos de su vida: El amor a los 20 años: Antoine y Collete (1962), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979). Así pues, Les quatre cents coups es también el inicio de una de las colaboraciones más entrañables entre un director y su actor fetiche. Pero es ante todo un acto de libertad y un canto a la misma, como bien se aprecia en su memorable final donde seguimos a Antoine, quien se ha escapado del Observatorio y corre a toda prisa hasta llegar a la playa, aquella orilla desde la que observa por primera vez el mar, sueño cumplido que comparte con nosotros al mirar a la cámara.



Jules y Jim (1962)
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Los Jules y Jim del título son dos amigos, el primero de origen austriaco, el segundo, francés, ambos adeptos a la literatura y las artes, cuyas afinidades terminan por hacerlos cercanísimos, entrañables. El dúo, que se pasa los días en la bohemia, queda prendado del gesto de una escultura femenina, hallada por un amigo, Albert, quien luego de mostrarles la foto del monolito, los lleva a conocerla; Jules y Jim se prometen que si un día encuentran a una mujer de una belleza tal, enigmática y mítica, la amarán por siempre y jamás la dejarán. Lo cual se les concede: un día llega a sus vidas Catherine, una chica francesa bella y voluntariosa, quien sin mucho esfuerzo logra someterlos a sus deseos; juntos pasan una bella temporada, pero es Jules quien se decide a pedirle matrimonio y aunque Jim también se siente atraído por Catherine, no interviene en la proposición de Jules y trata de dar consejo amigo a ambos futuros esposos. Después estalla la Gran Guerra y Jules y Jim tienen que enfilarse en los ejércitos de sus naciones, en bandos adversarios, embargados por la pena de que podrían matarse uno al otro en cualquier momento.

Termina la guerra y los viejos amigos se vuelven a reunir; Jules y Catherine tienen una pequeña hija y parecen llevar una apacible vida en el campo, pero Jules pronto le confiesa a Jim que Catherine le ha sido infiel en más de una ocasión, que eso de los amantes ha sabido aceptarlo, pues es la forma en la que lo castiga o ejerce justicia, pero sospecha que tarde o temprano lo abandonará: un nuevo amante, su antiguo amigo Albert, está decidido a casarse con ella y llevarse también a su hija. De nuevo, como amigo conciliador, Jim se involucra en la situación, pero esta vez termina enredado y desplaza de su lugar a Albert como amante. Una larga temporada de dicha reina entre Jules, Jim y Catherine, hasta que el deseo de Jim y Catherine de tener hijos se ve truncado y Jim no puede posponer más su regreso a Francia. Catherine se sentirá traicionada, abandonada, y será cuestión de tiempo para que lleve a los tres a un desenlace fatal.

Otra joya de la Nouvelle Vague, protagonizada igualmente por un trío amoroso, se filmó dos años más tarde por Jean-Luc Godard, Bande à part, que se considera una sátira a la Jules et Jim de Truffaut. No hacía mucho que los dos directores habían colaborado: es de Truffaut la historia de Al final de la escapada (1960) de Godard y codirigieron el cortometraje Una historia de agua en 1961; sin embargo, a sus distintas búsquedas artísticas siguieron luego las desavenencias.



La noche americana (1973)
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Es un lugar común que, al hablar de la trayectoria de Truffaut como actor, se destaque su aparición en Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) de Spielberg, pero en realidad su presencia en pantalla fue mucho más cuantiosa, en especial en sus propios filmes. Éste, con el que cerramos nuestro conteo, destaca en más de una partida: se trata de una película que trata sobre la filmación de una película, en este ejercicio de cine dentro del cine, Truffaut interpreta al director de la película en cuestión y el actor que interpreta al actor principal es el infaltable Jean-Pierre Léaud. La película debe su nombre a uno de los que fueran los artilugios más usados en el séptimo arte, la noche americana, que consiste en grabar de día escenas nocturnas gracias al uso de filtros azules. En esta historia, el director se enfrenta a diversos avatares, técnicos, de producción, con el talento, y es también el pretexto para honrar a los ídolos cinematográficos de Truffaut con diversas referencias a Luis Buñuel, Hitchcock, Rossellini, Howard Hawks, Fellini, Jean Cocteau o Jeanne Moreau (su Catherine, mujer-fuerza de la naturaleza).

El filme es sin duda una declaración de amor hacia el propio cine, en la que su autor comparte también sus pensares sobre el séptimo arte, como cuando al tratar de convencer al inseguro actor Alphonse (Léaud) de que no abandone la película, el director Ferrand (Truffaut) le dice: Las películas son más armoniosas que la vida, Alphonse. En ellas no hay atascos, ni tiempos muertos. Las películas avanzan como trenes ¿comprendes?, como trenes en la noche.