“Si hay algo que odio en los humanos es que tiendan a crecerse en virtud de su extrema tendencia a la autocomplacencia, confiados como están en su fuerza bruta. A menos que aparezcan sobre la tierra unas criaturas más poderosas y crueles que ellos, no podremos saber hasta dónde podrán estirar, y estirar, y estirar su estúpida presunción antes de que se les rompa”.
Para quien tiene un perro (o varios) como mascota, podrá asegurar que no hay amor más ciego y poco objetivo que el que sienten los canes por sus amos. No es queja, que te quieran incondicionalmente, sin juzgarte ni reclamos, es el sueño de muchos, pero ¿qué es una vida llena de autoengaños?
El protagonista de Soy un gato -quien evidentemente es un felis catus convencido de que su especie algún día dominará el mundo cuando acaben con los humanos- da fe, a través de las más de 600 páginas de esta obra de la literatura nipona, de aquellos avatares y sinsabores de la vida humana. Pero este gato sin nombre, que se la pasa observando y analizando a los humanos de su vecindario, no hace una introspección por las cuestiones filosóficas del ser humano, sino por aquellas nimiedades cotidianas en las que los hombres (como especie) se enfrascan hasta no encontrar salida alguna.
Soy un gato representa una de las obras más importantes de la literatura japonesa, cuyo autor, Natsume Soseki, es un pilar de la escritura contemporánea, así como un referente para los escritores de su país del siglo XX, desde el Nobel de Literatura (1968) Yasunari Kawabata, Osamu Dazai o Yukio Mishima, hasta Haruki Murakami. La importancia de Soseki radica en que su obra, al igual que la era en la que vivió, el periodo Meiji, se caracterizó por ser una época en la que Japón se abría por primera vez al mundo occidental a través de la modernización y las relaciones comerciales, edificándose como potencia mundial frente a la globalización europea y estadounidense. Así, sus novelas -aunque también destacó en el haiku- encierran esta “personalidad” japonesa que se resistía al cambio. Sin embargo, sus historias y personajes no hablan de su sociedad en específico, sino que abordan la condición humana en una totalidad que desborda las barreras geográficas y temporales.
Las biografías acerca de Natsume aclaran que Soseki no era su apellido, sino Kinnosuke, que más tarde cambió por una palabra de origen chino; que era descendiente de una insignificante familia de samuráis y que siendo el menor de seis hermanos fue entregado a una pareja de sirvientes. Pese a esto, en 1884 (nació en el 67), logró entrar a la Universidad Imperial de Tokio. Al graduarse se dedicó a la docencia.
En 1903, poco después de volver de Inglaterra donde, enviado por su gobierno para aprender la literatura y las costumbres británicas, se dice que pasó algunos de sus años más tristes y solitarios, comenzó a publicar pequeños relatos y haikus en revistas literarias. La primera novela que escribió y se le publicó fue Soy un gato (1905), y a este éxito rotundo, que le abrió las puertas en el respeto del gremio nipón y le valió su aparición muy póstuma en los billetes de 1000 yenes, le siguieron el equivalente de best-seller, Botchan, además de otras 11 novelas y la considerada su obra cumbre Kokoro, escrita en la flor de su vida, dos años antes de morir.
La hilarante Soy un gato pone de manifiesto aquellas verdades humanas a través de los ojos de un minino doméstico que es la mascota del maestro Kushami, especializado en literatura inglesa (como el mismo Soseki); vive en una pequeña provincia durante la guerra con los rusos y, ensimismado en sus malestares estomacales y su falta de propósito en la vida, es receloso al cambio, en especial a todo aquello que tiene que ver con las costumbres occidentales, a excepción de las letras.
Así, mientras nuestro guía felino se la pasa, entre las siestas junto al fogón, la resolana que entra por la ventana y el frescor de la hierba del jardín, robar los pequeños bocados de comida que encuentra por ahí y acicalar su cola -todas ellas actividades propias de un gato-, está siempre atento, con sus pequeñas y puntiagudas orejas, para escuchar y observar los pensamientos y movimientos tanto de su amo, como de quienes viven en esa casa (una esposa, dos hijas y una criada), los recurrentes visitantes, Meitei (amigo del profesor), Kangetsu (un torpe estudiante con aires de seductor) y la “estirada” señora Kaneda. Además, por su puesto, de sus amistades gatunas: Shirokun, Mikeko y Kuro.
El gato sin nombre, más que enjuiciar, examina el comportamiento humano desde la miseria de saberse un pobre diablo y la frustración de no aceptar que se carece de talento para cualquier cosa; las ínfulas de grandeza que quien no tiene dinero compensa con intelecto y viceversa; el recelo hacia el cambio personal pese a saberse necesario; y la fanfarronería sobre la que se vanaglorian los mentirosos, entre otras cuestiones. Todas ellas, tan atemporales como las incógnitas filosóficas aún no resueltas, son abordadas no desde la dureza y complejidad, sino desde la sátira y la simplicidad.
Para muestra, aquí las cuatro verdades universales (hablando de hombres y bestias) que le son reveladas al protagonista de esta historia, mientras limpia sus patas con la lengua:
1. Las oportunidades de oro impulsan a los animales a hacer cosas que en circunstancias normales no harían ni atados.
2. Que todos los animales son capaces de decidir por instinto lo que es bueno o malo para ellos.
3. En condiciones de peligro excepcional, uno puede actuar de modo inesperado, y sobrepasar con creces el estándar de sus logros. Este es el verdadero significado de la providencia.
4. Que todos los placeres están íntimamente emparentados con el dolor.