Por: Rebeca Avila

José Emilio Pacheco, más allá de Las batallas en el desierto

“No tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas, dejo a otros el comentario, no me preocupa (si alguno tengo) mi lugar en la historia. (Tarde o temprano a todos nos espera el naufragio.) Escribo y eso es todo.”

José Emilio Pacheco


En 1967 Gabriel García Márquez publicaba su obra cumbre Cien años de soledad. Ese mismo año, a la par, el mexicano José Emilio Pacheco publicaba uno de sus libros más notorios: Morirás lejos.

El abismo entre el número de ejemplares y lectores de ambos libros no es necesario de explicar. Sin embargo, tendemos a demeritar o ensalzar la obra de un escritor por su alcance de lectores. Algunas ocasiones puede que se haga justicia, algunas otras, nos toparemos con los Best Sellers que venden, palabras más palabras menos, literatura “barata”. Lo importante, y lo que a veces pasamos por alto, es que alguien, sea la lectura que sea, está ocupando su tiempo de ocio —y no por ello menos valioso— sumergiéndose en diversas historias ficticias: está leyendo.

Para el escritor, poeta, crítico, novelista, editor y traductor nacido en la colonia Roma de la Ciudad de México en 1939 —que más tarde serviría de inspiración para su obra más famosa Las batallas en el desierto— antes de escribir lo más importante era leer. Así lo confirman sus múltiples allegados y su oficina llena de libros regados y apilados uno sobre otro cual sitio amurallado.

“Yo diría que el gran peligro para los libros, para el libro impreso, no es el libro electrónico ni internet ni twitter, el gran peligro es la sobreabundancia […] 60 mil novelas, es algo inconcebible porque quién va a tener tiempo de leerlo.” Decía el autor en alguna conferencia, respecto a la cantidad de novelas publicadas al año en Francia por ahí del 2010.

Para José Emilio Pacheco, antes que ser un importante y destacado genio de la pluma, lo principal era volcar sus sentimientos en palabras para llegar a otros, no importando la fama ni el reconocimiento: “no leemos a otros, nos leemos en ellos. Me parece un milagro que alguien desconocido pueda verse en mi espejo”, aseveraba el autor en su metapoema Carta a George B. Moore en defensa del anonimato, a quien varios le podemos agradecer un primer acercamiento genuino y gustoso a la lectura. “Usted que me ha leído y no me conoce, no nos veremos nunca pero seremos amigos. Si le gustaron mis versos que más da que sean míos/ de otros/ de nadie. En realidad, los poemas que leyó son de usted: Usted, su autor, que los inventa al leerlos”.

Así, eterno perfeccionista de su propia obra, el hombre que se fascinaba ante la posibilidad de la autocrítica para poder reescribirse a sí mismo, fue un sujeto siempre dotado de una sensibilidad única; apartidista toda la vida del sistema; gentil siempre ante quien lo recuerda; y siempre preocupado por verterse en las hojas que componían sus libros, antes que en la sofisticación que engreía a muchos otros, José Emilio Pacheco es mucho más que un escritor de la generación de los cincuenta.


Primeros libros y otros escritos:

Según el propio José Emilio, la escritura se le dio desde niño cuando se inventó la continuación de una versión infantil de Quo Vadis que sus abuelos le habían regalado. Su primera publicación literaria fue La sangre de medusa, un pequeño compendio —en ese entonces— de cuentos. En él se incluyen títulos como ‘El tríptico del gato’, el cual, para quien escribe este texto, no hace más que decir la verdad acerca de los felinos: “El Génesis lo calla pero el gato debe de haber sido el primer animal sobre la tierra, el núcleo a partir del cual se generaron todas las especies. En una de sus andanzas por el planeta humeante el gato inventó a los seres humanos. Su intención fue crearnos a su imagen y semejanza. Un error ignorado lo llevó a formar gatos imperfectos. Si pudiera comprobarse que descendemos del gato sería indispensable una reestructuración de las ciencias. Es demasiado incómoda para los sabios; por ello prefieren no investigar nuestros orígenes.”

Antes de su obra quizá más compleja Morirás lejos, publicó Los elementos de la noche y Viento distante. En 1966 vio la luz El reposo de fuego un poemario donde dejó ver su capacidad para dominar uno de los géneros literarios más complejos, sin pretensiones ni parafernalias.


J.E.P en el cine

Arturo Ripstein no tuvo reparo en hacer a un lado a los profesionales que escriben guiones de cine y se acercó a José Emilio Pacheco para escribir una historia basada en una noticia publicada en los diarios acerca de un hombre que fue acusado de secuestrar a su familia a finales de los años 50, el cual dio origen a una de las cintas más impactantes de su época (1972): El castillo de la pureza. Más tarde, Pacheco colaboró con Ripstein en otras cintas de igual importancia y disrupción: El Santo oficio y El lugar sin límites.


El periodismo y la difusión de la cultura

Además de un prolífico escritor, José Emilio Pacheco fue un incansable perfeccionista de la traducción de grandes obras poéticas inglesas, las cuales, algunas de ellas, le llevaron casi 40 años. Además de ello, fue un tenaz partidario de compartir el conocimiento, sin alarde, de la tumultuosa enciclopedia humana que era. Parte de esa labor fue plasmada en la columna ‘Inventarios’ dentro de la revista Proceso, una suerte de reflexión acerca del acontecer cultural.


Algo más para agregar

José Emilio Pacheco, en sus novelas, cuentos y poemas, siempre pensó y dibujó a la ciudad que le vio nacer y morir como una abominación:

“No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.”

¿Qué diría el escritor si pudiera verla en pleno 2020?